“En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».”
El evangelista Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén con un discurso acerca de lo que sucederá al final de los tiempos. Es claro que la liturgia nos sigue apuntando al término del año litúrgico, de lo que ya hablamos el domingo pasado, y a la preparación de la solemnidad de Cristo Rey que celebraremos el próximo. La escena sucede en el Templo de Jerusalén, del que Jesús habla de su próxima destrucción (cosa que históricamente sucedió en el año 70, destruido por los romanos) y lo hace relacionándolo con el fin.
Jesús aprovecha la ocasión para destacar algunas cosas que nos pueden valer para nuestra reflexión personal, que es como ya sabemos lo que debemos intentar hacer todos los domingos iluminados por la Palabra de Dios. Primero Jesús nos previene contra los falsos profetas. Estos llegarán incluso a usurpar su identidad haciéndose pasar por Él. Pero sólo serán embaucadores y embusteros. Jesús nos dice: no es dejéis engañar, no vayáis tras ellos. Cuando alguien nos hable en nombre de Jesús, si tenemos dudas sobre si es auténtico testigo o no, no lo dudemos, oigamos lo que dice, pero sobre todo veamos su vida: si no busca nada para su propio interés, si sus preferidos son los preferidos de Jesús, si no le interesa únicamente los primeros puestos, si su principal virtud es el servicio desinteresado, a ese es al que tenemos que escuchar y seguir. Es este un buen aviso de Jesús, creo que válido para siempre, pero más en estos tiempos en los que se nos presentan tantos queriéndonos vender alguna cosa, y es bueno para saber distinguir a los buenos de los malos profetas, y quizá también el consejo nos valga para calibrar la verdad o las mentiras de aquellos que nos quieren convencer de algo y que se presentan con un disfraz, que si no estamos atentos nos puede engañar.
El aviso de las dificultades del seguimiento, tampoco viene mal. Todos sabemos, analizando nuestra propia vida de creyentes, las dificultades de ser un buen seguidor de Jesús hoy. Gracias a Dios, en nuestra cultura, por lo menos, han pasado los tiempos en lo que el creyente en Jesús se jugaba la vida por serlo. Pero a lo largo de toda la Historia de la Iglesia, el creyente auténtico con manifestaciones muy diversas ha tenido sus dificultades, y las seguirá teniendo porque la cruz es algo consustancial a nuestra fe, la autenticidad a la hora de vivir algo, prácticamente siempre va acompañada de momentos de dolor.
¿Cuáles son las dificultades de nuestro tiempo?, salvando las que cada uno descubre en su vivencia personal, lo que son nuestros pecados, nuestros fallos, nuestras debilidades, nuestra falta de compromiso, que todos debemos saber reconocer. Esta sociedad que nos ha tocado vivir, a la que el sentimiento religioso cada vez le resulta más indiferente, intenta empujar al creyente al olvido, quiere reducir lo religioso al ámbito de la conciencia individual, sin que este sentimiento tenga nada que aportar en el ámbito de la convivencia. Lo religioso es considerado como antiguo, superado, que pone trabas a todo lo que signifique progreso y modernidad, incluso se etiqueta al hombre religioso como enemigo de la convivencia democracia. Es verdad que los creyentes tenemos que mirar hacia nosotros mismos y ver lo que tenemos que ir cambiando, para que sin perder nuestra identidad, sepamos responder a los retos del hombre de nuestro tiempo, del hombre del siglo XXI, pero creo que todos estamos convencidos, que la vivencia religiosa auténtica, puede aportar mucho a la felicidad y a la realización individual de las personas.
Fundamentados en la presencia de Jesús junto a nosotros que nos anima a no ver enemigos por todas partes, sino a mantenernos firmes en la fe y en la esperanza, a manifestar con alegría que ser creyente todavía sigue teniendo sentido, con esta disposición sin imponer nada a nadie, no tiene cabida el temor, ni la desilusión.
Le pedimos al Señor que nos dé fuerzas, para descubrir y sentir de verdad esto, porque sabemos que no es fácil, se lo pedimos para todos nosotros, al tiempo que recordamos a los que menos tienen, a los que sufren y están solos, a los enfermos, sobre todo a los que conocemos o tenemos más cerca.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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