“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí».”
La conmemoración del día de los difuntos, es el día en el que de una forma especial los tenemos como más cerca, como para manifestar que la muerte no es el final definitivo, sino que todavía permanecen entre nosotros, que su recuerdo los hace estar a nuestro lado, y sobre todo porque ellos nos animan y nos estimulan en la vida que a nosotros nos queda por vivir.
La fe en la resurrección no logra que la pérdida de alguien, de una persona, con la que compartes los lazos de la sangre, de un padre, de una madre, de un esposo o esposa, de un hermano o una hermana, en definitiva de un ser querido, de una persona con la que has compartido cosas, proyectos tiempo, alegrías, penas, con la que has pasado buenos y malos momentos, una persona con la que te unían los lazos del afecto o de la amistad, no duela. Cuando tienes que separarte de esa persona, el corazón humano sufre, y las lágrimas afloran a nuestros ojos, no tengamos miedo de expresar con lágrimas nuestro sentimiento más íntimo por la pérdida física de alguien a quien queríamos, esto no es manifestación ni mucho menos de nuestra falta de fe, al contrario diría yo. Me gustaría convencerlos a todos de que nuestro Dios, ese Dios Padre en el que creemos, sufre con cada uno de nosotros cuando perdemos a un ser querido, que Él está a nuestro lado cuando sentimos profundamente la pérdida de nuestros seres queridos, como sufrió y estuvo al lado de su Hijo en la cruz. Que diferente es esta actitud a la de creer que Dios nos ha abandonado o que no ha hecho nada por nosotros cuando perdemos de una forma traumática a alguien. Sé que vivir esto es difícil pero la profundidad de la fe de una persona se mide en estos momentos.
La fe en la resurrección es sobre todo un canto a la vida, es la manifestación de que la muerte no es lo último que nos pasa, es la manifestación de que ante la muerte también cabe la esperanza, es la demostración de que la muerte no es el final del camino. Ya conocemos aquel dicho que una persona muere definitivamente sólo cuando no hay nadie que se acuerde de él. Por eso nosotros estamos aquí porque queremos manifestar públicamente nuestra fe en la resurrección que es lo mismo que decir que nuestros difuntos no han muerto del todo, sino que permanecen junto a nosotros.
Nuestra fe en la resurrección debe hacer que seamos gente que amemos la vida, y desterremos de nosotros, desterremos de nuestra conducta todo aquello que signifique o que lleve a la muerte, y que hagamos lo necesario para que la vida pueda ser vivida con eficacia, pero sobre todo con dignidad por las personas; la fe en la resurrección debe de hacer que yo ame la vida que a mí me queda por vivir, y trabaje para que cada día hacer la vida un poco más feliz a las personas con las que vivo a diario, mi familia, mis vecinos etc., no puedo ser una persona que crea en la resurrección y no sea capaz de transmitir vida a mi alrededor.
A esto, también tiene que ayudarnos el recuerdo de los difuntos, la mejor manera de honrar su memoria, es la que su recuerdo nos ayude a nosotros a afrontar con más fuerza la vida que nos queda por vivir. Esta es la mejor manera de honrarlos, esa es la mejor manera de que su memoria sea algo gratificante para nosotros. ¡De cuantas cosas buenas son ellos modelos para nosotros!,¡de cuantas cosas buenas pueden ellos darnos lecciones, aunque ya no estén aquí!, seguramente que de muchas.
Por eso hoy, al tiempo que recordamos a los difuntos que nos tocan más de cerca, padres, hijos, abuelos, familiares, vecinos o conocidos, y que hace más o menos tiempo, nos separamos de ellos, al tiempo que los recordamos y pedimos a Dios por todos ellos, redoblamos nuestra confianza en que Dios ya los ha acogido en su seno, y ellos desde allí interceden por todos nosotros; para que cada día seamos un poco mejores y perdamos esa mala costumbre de hablar bien de la gente, pero cuando ya no están, a las personas hay que quererlas, cuidarlas y hablar bien de ellas cuando están vivas.
En un momento de silencio cada uno reza una oración especialmente por sus difuntos, y por todos en general, esa oración en la que tiene más fe, esa oración en la que más confía.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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