“En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”».”
Los temas de reflexión que las lecturas de este domingo nos proponen, son continuación de los del domingo pasado: la denuncia profética de Amós, su poner en evidencia el modo de vida de algunos, que adoraban a Yavhé en el Templo, cumplían con todo lo establecido por la ley y se olvidaban después incomprensiblemente de otras obligaciones que deberían llevar a la práctica en su vida diaria. De hecho, este texto del capítulo sexto del profeta Amós es uno de los más duros de todo el Antiguo Testamento contra los que viven rodeados de lujos y comodidades a espaldas del sufrimiento de los oprimidos. Precisamente es eso lo que denuncia: vivir en el lujo a ciegas del sufrimiento. Desentenderse del sufrimiento del hermano; no preocuparse más allá del bienestar de uno mismo, hacer la vista gorda ante el dolor ajeno, no ser solidario con quien vive en inferioridad de condiciones, ignorar la necesidad, todo esto, son cosas que Dios reprueba. Y es que no puedo estar yo rodeado de lujo, y hacer oídos sordos al clamor del hermano necesitado.
Es verdad que muchas veces nuestra excusa, es que ya tenemos bastante con los problemas de cada uno para preocuparnos de los demás, pero si lo pensamos un poco, es esta una excusa muy poco cristiana, ya que la fe en nuestro Dios que es sobre todo amor nos exige que a pesar de que lo nuestro nos lleve su tiempo, hay que dejar un poco también para los demás. Tenemos que ser un poco más desprendidos, y estar atentos a las dificultades y problemas de los que nos rodean. Nuestro egoísmo, nuestra falta de amor nos lleva a dejar de lado lo que pasa más allá de la puerta de nuestra casa. Cuantas veces decimos, llevo tiempo viviendo al lado de esta persona, y no la conozco de nada. Vivimos exclusivamente preocupados de lo nuestro, siendo muy poco sensibles a las necesidades de los otros. La lectura de hoy nos invita a repensar esto.
El ejemplo que nos trae el evangelio, no por muy conocido resulta menos incisivo. El hombre que se sentía a gusto como estaba, no escucha a Dios ni escucha al pobre, su mente y su corazón están puestos en exclusiva en las riquezas y en la comodidad, y no le importa nada más, no es que sólo no le importe es que no necesita más.
Vivir en el seguimiento de Jesús es para nosotros una tensión permanente. La tensión entre buscar la propia voluntad y la voluntad de Dios, sobre todo cuando ambas no coinciden. Nos movemos en este dilema continuo. Esto se manifiesta en una serie de situaciones muy concretas, por ejemplo: vivir cómodamente o vivir en actitud de servicio, o sea, yo quiero vivir cómodamente y el Señor me pide vivir en actitud de servicio; vivir mi vida o vivir para los otros; vivir pegado a la vida temporal o vivir en la búsqueda del más allá; escuchar las voces que me complacen, que me adulan o escuchar la llamada permanente a la conversión que Dios me hace. Podríamos añadir otras muchas situaciones.
Continuamente nuestra vida se mueve en esta disyuntiva a la hora de decidirse, es verdad que es esta una lucha continua, pero nuestra opción por Jesús nos exige que revisemos cuáles son nuestras opciones prioritarias. Decidirnos por Él nos exige un poco más de compromiso a la hora de saber lo que tenemos que hacer. Decidirnos por Él, significará más de una vez dejar de lado lo que a mí me gustaría hacer y escoger el camino que Él me propone. Ojalá, a la hora de tomar esta decisión tengamos un poco más en cuenta lo que significa sacrificio, esfuerzo y compromiso personal y dejemos de lado lo que significa, dejadez, pesimismo, pereza y desilusión.
Esto nos viene muy bien ahora que estamos a punto de comenzar un nuevo curso, debemos sensibilizarnos para lograr lo que hemos venido diciendo estos domingos: que no puedo seguir haciendo lo de siempre, que el Señor seguro me pide que tengo hacer algo más y mejor.
Le pedimos al Señor, que nos de la fuerza suficiente para convencernos de todo esto, se lo pedimos los unos para los otros. Al tiempo que pedimos por los que menos tienen, por los pobres, por los que están o se sienten abandonados de todos, por los que más necesitan de nosotros y nosotros incomprensiblemente les damos de lado.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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