“En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
- Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar».
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.”
Atendiendo al evangelio de la misa de hoy, encontramos a Jesús recorriendo su camino hacia Jerusalén. Jesús pensó que era una buena ocasión para enumerar a los que le seguían, las condiciones necesarias para hacer un buen seguimiento. La primera es que todo nuestro afecto debe estar dirigido a su persona. La segunda condición es la de la cruz. El que sea discípulo de Jesús, habrá de aceptar, voluntariamente, como Él, la cruz, y seguir el camino que Él nos enseñó. Y la cruz, como ya sabemos, la encontramos todos los días en nuestro vivir diario, cada uno sabe cuál es la suya, la clave de la cuestión está en saber aceptarla, en saber llevarla con dignidad, en trabajar para hacerla más llevadera a nosotros y a los demás, en saber compartir la misma suerte de Jesús. Y la tercera de las condiciones: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. La frase aparece como de repente, sin ninguna introducción que pudiera preparar a los que le escuchaban. Jesús tiene que ser más valioso para nosotros que todos los bienes que podamos tener.
Estas son las exigencias de Jesús, puedo darles todas las vueltas que quiera para hacerlas más suaves o menos exigentes. Será nuestra disponibilidad y de cómo sea el nivel de nuestra fe el que intentemos asumirlas, que las dejemos de lado, o que las suavicemos todo lo que queramos.
El ejemplo de las torres y del rey está puesto como una advertencia a sus discípulos, es como una llamada a la reflexión individual para ver hasta dónde estamos dispuestos a llegar a la hora del seguimiento. No puedo comprometerme a dar como diez, si sólo puedo llegar a siete, o manifestar que estoy dispuesto a darlo todo, y luego sólo me conformo con llegar al cinco. Es decir, Jesús me pide que me conozca a mí mismo, y sepa hasta dónde puedo llegar, que reflexione, que piense, y solo así podré dar pasos para poder superarme, pero, si no me conozco lo suficiente ni a mí mismo, ¿cómo puedo intentar dar pasos que manifiesten esa superación?
Cuando ya estamos dejando atrás el periodo vacacional, y nos disponemos a comenzar un nuevo curso en todos los sentidos también en el pastoral, y en el de nuestra vida religiosa, parroquial y de hermandad, debo intentar avanzar un poco, en las cosas que creo, y a las que voy a comprometerme. ¿Para ser discípulo de Jesús, que es lo que yo voy a mejorar en este nuevo curso? ¿Voy a seguir haciendo lo mismo de siempre?, no puedo seguir exigiéndome sólo lo mínimo o lo menos comprometido. La parroquia y la hermandad, como todos los años, nos propondrá cosas que cada uno tiene que asumir y hacerlas suyas.
Esta puede ser una buena pregunta que debo intentar responder en estos días. Le pedimos al Señor que nos de fuerzas para dar pasos en todo los que significa nuestra vida de fe. Se lo pedimos al Señor, al tiempo que seguimos pidiendo por los más necesitados, los pobres y los enfermos.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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