“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. El administrador se puso a echar sus cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Éste respondió: Cien barriles de aceite. Él le dijo: Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe “cincuenta”. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Él respondió: Cien fanegas de trigo. Le dijo: Aquí está tu recibo, escribe “ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz». Y yo os digo: «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».”
En este evangelio, Jesús nos vuelve a poner otra de esas exigencias que cuando la escuchamos hace que algo chirríe en nuestro interior: no podéis servir a Dios y al dinero (recordemos que esto, está dicho hace XXI siglos). Si hace dos domingos nos decía que el afecto hacía Él debería estar por encima del de nuestra propia familia, hoy nos lanza este nuevo reto.
Jesús no condena el dinero, que es algo imprescindible para vivir, lo necesitamos incluso para cumplir con la misión de anunciar el Reino de Dios en nuestro mundo. Pero nos pide que apliquemos algunos elementos correctores que sí son importantes, por ejemplo, que el dinero no sea el centro de nuestra vida, o sea que nuestra vida no se mueva únicamente por el deseo de tener cuanto más mejor, sino que haya otros valores que influyan más decisivamente en mi modo de vivir, que haya otras cosas que me preocupen más que el ese deseo desproporcionado y enfermizo de poseer cuanto más poder económico mejor.
Dejando, por lo tanto, por sentado que no vamos a seguir al pie de la letra lo que Jesús nos pide, miremos a nuestro alrededor y veamos donde podemos demostrar nuestra solidaridad con los que tienen menos que nosotros, la parroquia nos puede ayudar en este sentido, colaborando con ella en sus ayudas organizadas a los pobres de la misma: su distribución de alimentos, su ayuda a particulares realmente necesitados. Es decir, ojalá estas palabras de Jesús despierten en mi esa necesidad de ayudar un poco más a los demás, también desde el punto de vista material. Si lo pienso un poco descubriré que puedo hacer más de lo que hago, y que muchas veces en lo que dice relación a mi colaboración económica con la parroquia o con campañas concretas no suele ser muy generosa.
Hoy la palabra de Dios me pide que revise este aspecto de mi vida de compromiso cristiano ¿hasta dónde me voy a comprometer a llegar? Le pedimos al Señor que nos de fuerza para dar pasos también en este sentido, que aumente en nosotros la generosidad, que nos haga ser un poco más sensibles a las necesidades de los demás.
Ante la proximidad del inicio de un nuevo curso estamos intentando sensibilizarnos de que no podemos seguir como siempre en lo que dice relación con nuestra vida de fe, no puedo seguir con lo mínimo, tengo que exigirme más, pero para eso tengo que querer hacerlo, por eso no dejes de seguir reflexionado sobre qué es lo que vas a hacer de nuevo en este curso. Se lo pedimos al Señor los unos para los otros, y seguimos recordando a todos los que sufren, están solos o enfermos.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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