domingo, 10 de marzo de 2013

REFLEXIÓN 4º DÍA DEL QUINARIO (‏ (8-3-2013)

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La reflexión del cuarto día de quinario está basada en el evangelio del día de Mc 12, 28b-34, que dice lo siguiente:

“En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: -¿Cuál es el mandamiento más importante? Jesús respondió: -El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. El escriba replicó: -Muy bien, maestro; tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Al ver Jesús que había respondido acertadamente, le dijo: -No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas”. 

En la primera reflexión, sor Inmaculada trató el tema de la fe como encuentro con el amor de Dios; en la segunda, analizó nuestra respuesta a este amor de Dios, abandonándonos en sus manos y dejándonos moldear por Él. Hoy, precisamente el evangelio del día, nos ofrece una síntesis de lo que es la vida cristiana: amar a Dios y al prójimo; y ésta es la idea que va a desarrollar en esta reflexión.

Amar a Dios y al prójimo. El desafío de la vida cristiana es llevar esto a la práctica. Cristo nos invita a que le amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro ser, y que impulsados por este amor, amemos al prójimo como a nosotros mismos.

Ya el profeta Isaías nos decía que el ayuno que el Señor quiere es: abrir las prisiones injustas, liberar a los oprimidos, compartir el pan con los hambrientos, hospedar a los que no tienen techo, vestir al desnudo y no despreocuparse del hermano. El ayuno que el Señor quiere es la caridad, que le veamos y le amemos en los hermanos.

Obedecer a Dios en ocasiones nos hace daño porque fastidia nuestro egoísmo, pero nos hace mejores. Los mandamientos de Dios no son normas arbitrarias que se le ocurrieron a Dios una buena noche, son algo que nos hacen más humanos.

Santa Teresa de Jesús nos decía al respecto: hay que amar a Dios hasta que nos duela, para ello debemos arrancar nuestro egoísmo que llevamos pegado a nuestras almas. Esto nos dolerá pero también nos sanará, como el alcohol que se aplica a las heridas y escuece, pero las cura.

Jesús nos dice: dad gratis lo que habéis recibido gratis, y también nos dice que debemos amar hasta a los enemigos. A lo que la madre Teresa de Calcuta respondía: éste es el mandamiento de Dios y Él no puede pedir lo imposible.

Nunca se es demasiado viejo para amar. La oración, la intensidad de la vida interior es el medio principal para alcanzar el amor. No es importante lo que hacemos sino el amor que ponemos en lo que hacemos.

Benedicto XVI apuntaba que el cristiano es conquistado por el amor de Cristo y abierto al amor del Padre.

El amor es una luz que ilumina un mundo oscuro y nos da fuerza para vivir y actuar.

Abrirnos al amor significa que el Señor viva en nosotros y nos lleve a amar como Él, para Él y sirviendo a los demás.

La fe y el amor se necesitan mutuamente porque una fe sin amor, sin obras, es una fe muerta.

La Cuaresma nos impulsa a vivir la caridad: el amor a Dios y al prójimo; sobre todo a los pobres, excluidos, machacados por la sociedad...

Ante la crisis actual que estamos viviendo, los cristianos deben entregarse, salir de sí mismos, ofrecerse en cuerpo y alma, compartir con los demás y abrir un camino a la esperanza.

Ojalá puedan decir todos los que los vean, que son personas que saben mantener la llama del amor en un mundo individualizado y egoísta, y eso es señal de que siguen al Maestro; como decían de los primeros cristianos “mirad cómo se aman”.

Concluye la predicadora con una súplica a la Virgen de Loreto:

Que María nos enseñe a cumplir los mandamientos, a ponerlos en práctica; y que ella ilumine a la Iglesia a elegir de entre los cardenales del conclave, a aquel que sepa amar a Dios y al prójimo.

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