Partiendo de la afirmación de san Juan: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”, Benedicto XVI nos recuerda que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona, que da una orientación nueva y decisiva a la vida. La fe constituye la adhesión personal al amor gratuito y apasionado que Dios nos tiene, y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Por ello, la fe ha de suscitar en el cristiano el amor y ha de abrirlo al amor. Entonces, el amor al prójimo ya no será un mandamiento impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de la fe, que actúa precisamente por la caridad.
La fe nos hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en Cristo, crucificado y resucitado, y suscita a su vez el amor. Nos lleva a comprender cómo la principal actitud característica de los cristianos es “el amor fundado en la fe y plasmado por ella”. Por eso, toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. Se trata, pues, de abrirnos a su amor, dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar como él amó. Realmente, como escribió san Francisco de Sales: “Todo en la Iglesia es amor; todo vive en el amor, para el amor y del amor”.
El tiempo de Cuaresma nos prepara para celebrar el misterio central de nuestra fe, el acontecimiento de la cruz, muerte y resurrección, mediante el cual el amor de Dios salvó al mundo, nos redimió y liberó a todos. Vivir la Cuaresma es, pues, principalmente, insertarnos en la fe, en el misterio del amor de Dios, “entrar en su mismo torrente de amor”, comunicarlo y expandirlo hoy en nuestro mundo. Ese es el mandamiento nuevo.
Eugenio Alburquerque Frutos,Salesiano
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