“Palabras que el Señor dirigió a Jeremías: -Anda, baja al taller del alfarero y allí te comunicaré mi palabra. Bajé al taller del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno. A veces, trabajando el barro, le salía mal una vasija; entonces hacía otra vasija, como mejor le parecía. Y me dirigió la palabra el Señor: -Y yo, ¿no podré, israelitas, trataros como ese alfarero? Como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, israelitas”.
A la invitación a abrirnos al amor de Dios que nos regala Jesús, que nos indicó sor Inmaculada el primer día de quinario, le corresponde una respuesta. Y la primera respuesta es la fe, el decir sí a ese amor; éste es el comienzo del camino de amistad con Dios.
A este respecto, Benedicto XVI nos apunta que Dios no se contenta con que aceptemos su amor, sino que quiere atraernos hacia Él.
El padre Arrupe decía que nada puede importar más que enamorarse de Dios. Y lo que te enamora va dejando su huella en todo: en tu despertar, en tus atardeceres, en lo que rompe tu corazón, en lo que te alegra...
El amor nos cambia pero sólo cuando respondemos a ese amor.
En Cuaresma debemos ponernos en manos de quien nos ama, en manos de Dios y dejarnos transformar por Él. La Cuaresma es tiempo de conversión, de volver el corazón al primer amor, al primero que nos ha amado, y dejar que sus manos nos moldeen.
Esto es lo que descubrimos en el texto de Jeremías. Cuando estamos abiertos a la voluntad de Dios, Él nos transforma. Tenemos que dejarnos moldear y que Él haga lo que quiera de nosotros.
Para ello, en primer lugar debemos hacernos barro, hacernos moldeables, quitar todas nuestras durezas, y cuando nuestro corazón se vuelva de carne, Dios podrá moldearnos y llenarnos de sensibilidad.
En segundo lugar, para poder moldear una pieza, debe estar bien centrada en el torno. Nosotros tenemos que centrarnos en Jesús para que Dios pueda moldearnos. Y centrarnos en Jesús es tener la vida entregada a Él, es dejar que Él sea el Señor de nuestra vida.
Si Dios no nos moldea perdemos el sentido de la vida. Así Juan nos dice en su evangelio que Jesús es la vid verdadera y sólo el que permanece en Él dará fruto; y el Salmo 127 proclama que si construimos la casa sin su guía, lo estamos haciendo en vano.
Cuando la masa, el barro ya está moldeable y centrado en el torno, comienza el proceso de moldeo: la mano del alfarero mueve sus dedos para que el resultado sea el vaso que quiere hacer. La pieza debe confiar en el alfarero, nosotros debemos confiar en las manos de Dios. Y debemos confiar porque sabemos que el alfarero ha sufrido por nosotros, nos conoce y quiere hacer de nosotros algo útil.
La enfermedad, la pérdida de un ser querido, la dificultad, la debilidad..., son momentos en los que Dios aparece, nos encuentra como barro moldeable, y nos transforma en vasos nuevos.
La Cuaresma nos invita a reconocer nuestra pobreza y necesidad de salvación, y desde ahí gritar a Jesús como el ciego, el leproso o el paralítico: Jesús, ten compasión de mí..., Jesús, que yo vea...; o como el salmista: no abandones la obra de tus manos.
Termina la predicadora con una oración de intercesión a Nuestra Señora de Loreto:
Madre, todos tenemos fisuras por donde se escapa algo de nuestra vida, ayúdanos a restaurarlas y que nos convirtamos en las manos de Dios, en algo que merezca la pena.
Nosotros somos barro, Dios es alfarero. Dejémonos moldear por Él.
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