miércoles, 14 de marzo de 2012

REFLEXIÓN PRIMER DÍA DEL QUINARIO (13-3-2012)

.
Por iniciativa de nuestro Equipo de formación,vamos a ofreceros un resumen escueto de lo que se trataran en las homilías del Quinario diariamente;esto nos permitirá a que aquellos que por enfermedad,lejanía ,ocupación laboral o si bien algún día nos es materialmente imposible asistir,con este resumen no perderemos el hilo de estos cinco días. Este es el resumen del primer día del Quinario que como ya sabeis comenzó ayer:

El texto evangélico sobre el que se basa la reflexión es de Mt 18, 21-35, y dice lo siguiente:

          “En aquel tiempo se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
          --Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
          Le contestó Jesús:
          --No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y apropósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo».
           El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquél encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo «Págame lo que me debes».
           El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré». Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste.¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?».
           Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
          Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”


 Es duro el final de este evangelio porque habla de condenación, algo de lo que se le suele acusar a la Iglesia de hoy, de seguir hablando de condenación. Pero eso no es así, la Iglesia hoy no habla de condenación, sino de perdón. De todas formas, aunque no nos guste mucho este final, no podemos quitar la dureza del evangelio, de sus palabras, no podemos tachar del evangelio lo que no nos gusta o nos incomoda.

Este evangelio nos habla de siervos indignos, empleados que han recibido confianza, honores y prebendas, y que no son agradecidos. En la actualidad también encontramos siervos malvados, comenzando por la jerarquía religiosa, siguiendo por los poderes públicos, e incluso entre nosotros. Sin embargo, no podemos caer en la tentación de ser nosotros los que juzguemos a estos siervos indignos, pensando que no actuaron bien. A nosotros no nos toca juzgar. Sólo Dios es el que juzga. Seguro que no nos gustaría que el Día del Juicio Él nos dijera: “Tú no me has dejado vivir”, cuando no hemos evitado el aborto o la eutanasia, por ejemplo. Y no podremos justificarnos diciendo que “son consecuencia de las circunstancias”, de la “coyuntura económica”, o de la “optimización de los recursos”. Los problemas vienen porque queremos, porque nosotros permitimos que existan. La responsabilidad de los dilemas, conflictos y contrariedades no la tienen las circunstancias sino las personas.

Así pues, ¿de dónde viene esta reflexión que hace Jesús sobre el perdón? Si nos fijamos, ya en el paso que experimentamos de la infancia a la adolescencia asumimos el sentido de la propiedad, mediante la frase “Esto es mío”. Empezamos a ser conscientes de la configuración de la sociedad, y del sentido de la culpabilidad y responsabilidad. Sin embargo, Jesús viene a decirnos que el perdón no es nuestro, no es algo que podamos poseer. El perdón lo debemos dar, se lo debemos a los demás porque lo tenemos, y lo tenemos porque Dios nos lo da. Es un don de Dios que cobra sentido desde el momento que se da.

Éste es el punto principal del diálogo que mantiene hoy San Pedro con Jesús. Pedro era un pescador, un hombre rudo y de poca cultura, acostumbrado a pelearse con su hermano Andrés, por lo que no le podemos pedir mucha capacidad de reflexión ni de entendimiento. Le pregunta a Jesús cuántas veces “tiene” que perdonar, pero, ¿qué significa que “tengo que perdonar”?, ¿es una penitencia?, ¿cuántas veces es necesario perdonar?

Para poder comprender esto, fijémonos en la película de “La lista de Schindler”, donde el dirigente del campo de concentración salía al balcón y hacía tiro al blanco, o mejor, “tiro al judío” para divertirse. Schindler le dice: “¿No sabes que hay más poder si dices «yo te perdono» que si le pegas a alguien un tiro?; con el tiro, le matas y todo se acaba, no puedes hacer ya nada más con él; pero si le perdonas queda una inmensidad de posibilidades abiertas, puedes hacer más cosas con él, se puede convertir en un «recurso» nuevo”. Nosotros podemos aplicarnos lo mismo: podemos no perdonar, y hacer como en una partida de ping-pong, “ahora te toca a ti, y ahora me toca a mí”. Sin embargo, si interrumpimos la partida nos queda una amplitud de vida y creatividad para poder hacer más cosas. Ahora está muy de moda el “perdonar y no olvidar”, pero, para que el perdón sea pleno y un verdadero don, debe incluir ese olvido. Además, si Dios a nosotros nos deja la puerta abierta ¿cómo la vamos a cerrar nosotros?

Una vez que vemos que el perdón “no se puede poseer”, nos podemos adentrar en la segunda idea principal del evangelio: la cantidad de perdón. Pedro, en su pregunta al Maestro, vuelve a demostrar su poca cultura, ya que, parece que sólo sabe contar hasta siete, una cantidad que estima muy alta. ¿Y nosotros?, ¿queremos poner número a la misericordia, podemos limitarla?

En un anuncio de actualidad se nos dice que ahora debemos “desaprender”. Pero ¿qué significa desaprender? Mirando a Pedro, podemos deducir que a él le corresponde en ese momento desaprender, porque había aprendido hasta siete y ahora tiene que aprender hasta el infinito, como debemos hacer nosotros. En el perdón no hay una regla para medir la cantidad: lo tenemos que usar sin medida, como si fuera una llave que sirve sólo para abrir y nunca para cerrar.

Para la última idea central del texto nos volvemos a fijar en la actitud de Pedro, que antes de hacerle la pregunta a Jesús, parte de la premisa de “si mi hermano me ofende”. Nosotros, al igual que Pedro, siempre pensamos que los que están manchados son los demás, y nunca pensamos que podemos estar en la otra cara de la moneda. Todo lo que le pasa a Pedro nos pasa a nosotros, y a Pedro le pasó lo más bajo que podía pasarle: bajó de ser el príncipe de los apóstoles a negar a Jesús tres veces. Estemos alerta para que no nos pase como a Pedro.
El perdón, cuando viene de Dios es pura misericordia. ¿Hemos oído alguna vez en el confesionario una voz como bajada de un rayo preguntándonos a gritos por qué hemos hecho algo mal? En Dios, que tiene motivos para estar enfadado con nosotros, no cabe reproche. En su mente está el olvido, el dar ilusión, el ofrecer posibilidades. En esta parábola encontramos a un siervo indignante que quiere estrujar y humillar al otro. Ésa no es la actitud de Dios. Dios es todo perdón y ¿por qué no vamos a hacer un juicio de perdón cuando Él nos lo pida?
Mirando a Jesús en la cruz nos daremos cuenta de que no hay bastante en toda una vida para pagar lo que Él nos ha dado. Y también tenemos que darnos cuenta de que nuestras faltas le duelen más que las espinas que tiene clavadas, o los azotes que recibió. Y si nosotros sólo con arrodillarnos en el confesionario y decir que hemos hecho mal nos basta, ¿por qué no tenemos perdón con los demás?

De la mano de María hemos subido al Calvario, y bajaremos de él sabiendo lo que es la misericordia y el perdón.
.

No hay comentarios: