El texto evangélico es de Jn 2, 20-33 y dice lo siguiente:
“En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no caer en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir”.
* Jesús plantea su pasión y muerte como una glorificación. Es el grano de trigo que ha de ser enterrado para dar fruto abundante.
La hora de Jesús es la hora de su pasión, y su pasión es su glorificación; glorificación que paradójicamente culminará en la cruz.
La hora de Jesús se cumple en su entrega total. Jesús no vivió para Él, y luego, al final se entrega a los demás. Toda su vida es una entrega a los hombres y una obediencia filial al amor de Dios. Éste es también el camino del discípulo.
* Señor, hazme comprender que mi hora también debe ser como la tuya, la de la entrega sin cálculos, la del amor hasta el extremo, la de la ternura a manos llenas, la del perdón sin condiciones.
Señor, al ser elevado en la cruz me atraes poderosamente hacia ti, a pesar de mis debilidades y mis traiciones. Quiero aborrecer mis pecados, quiero servirte y seguirte hasta la cruz.
* Al final de la Cuaresma debo preguntarme qué frutos he conseguido: ¿me he desprendido del amor a mí mismo para complacerme en el amor a Dios y al prójimo? , ¿he cumplido mis compromisos cuaresmales?
A las puertas de la Semana Santa, la liturgia de hoy nos invita a purificar nuestro amor. No basta con un encuentro superficial, como parece que pretendían aquellos extranjeros, sino que hay que entrar en el corazón de Jesús, huyendo de todo sentimentalismo, para experimentar el amor que Dios nos tiene.
* María, pongo a tus pies el deseo de conocer mejor a tu Hijo, de seguir sus pasos en todos los momentos de mi vida, de vivir en comunión con Él, de hacerme semejante a Él.
Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.
Muchas gracias a todos por vuestra participación.
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