“En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó:
- ¿Qué deseas?
Ella contestó:
- Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Pero Jesús replicó:
- No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
Contestaron:
- Lo somos.
Él les dijo:
- Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquéllos para quienes lo tiene reservado mi Padre.
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo:
- Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.”
La escena nos es conocida. Una madre que movida por un amor apasionado a sus hijos, se acerca a Jesús pidiendo para Santiago y Juan los puestos de más honor y poder. Y la reacción inmediata de Jesús que trata de aclarar un grave malentendido: “No sabéis lo que pedís”.
Y es que el discípulo de Jesús es exactamente lo contrario de un hombre que busca poder y honor. El seguimiento a Jesús es el reverso del triunfalismo.
El cristianismo debe saber que sólo hay un camino para ser grande al estilo de Jesús. Y este camino no es el dominar, tiranizar y oprimir a los más débiles. Al contrario, es el camino humilde de quien sabe vivir en el servicio desinteresado a los demás.
El discípulo de Jesús debe saber que su grandeza no está en destruir y exterminar a sus enemigos, sino en saber sufrir e incluso morir como el Maestro, por fidelidad al Dios del amor.
Los malentendidos no han desaparecido. Curiosamente y por una de esas paradojas que suceden en la historia, se ha querido hacer de Santiago, el discípulo invitado por Jesús al servicio y al martirio, una especie de guerrero mitológico y poderoso, encargado de salvar a la patria contra sus enemigos, sirviéndose de un poder sobrenatural destinado a exterminar a los adversarios.
Digámoslo con claridad y firmeza. Hacer del apóstol Santiago un héroe al servicio de la espada y de la guerra es distorsionar gravemente lo que es un discípulo de Jesús.
Distorsión que puede explicarse en otras épocas y en otro contexto condicionado por formas de religiosidad más aberrantes. Pero, cuya utilización hoy no obedecería sino a intenciones muy alejadas del espíritu del evangelio predicado por el mismo apóstol.
Los cristianos tenemos que ir purificando nuestra religión de todo aquello que la falsea, la distorsiona y convierte nuestro cristianismo en caricatura del evangelio querido por Jesús.
No debemos caer ya en la tentación de mezclar lo político y lo religioso, para alimentar el triunfalismo que poco tiene que ver con lo que es la fe cristiana.
Y no creamos que es una tentación que acecha siempre a otros. Todos los pueblos corren el riesgo de manipular interesadamente la religión, Entonces, la comunidad cristiana llamada a ser comunidad de perdón, de fraternidad, de apertura y servicio a todos, puede degenerar en formas diversas de nacional-catolicismo que se alejan radicalmente de lo que debe ser una comunidad creyente.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario