“En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?». El letrado contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida». Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» El letrado contestó: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo».”
Lucas arranca este episodio aprovechando la pregunta de un maestro de la ley, acerca de qué es lo que debe hacer para salvarse. Recordemos que Jesús va camino de Jerusalén, los setenta y dos ya han vuelto de su misión, y Jesús antes de esta parábola ya ha hablado del amor debido a los demás y lo ha extendido también hacia los enemigos, entonces cuando Jesús habla ahora del amor al prójimo, incluye esta nueva dimensión del amor. Ante la buena pregunta del letrado ¿y quién es mi prójimo? Jesús le lanza la parábola tan conocida por todos del Buen Samaritano. Atendiendo a los personajes, nos encontramos con un hombre apaleado, que ha sido saqueado y que se encuentra medio muerto; un sacerdote, un levita que pasan de largo y un samaritano, que es quien a fin de cuentas, se ocupa de atender al malherido.
Vamos con ellos, el sacerdote y el levita ven al herido (no saben cómo está, lo ven de lejos, posiblemente pensaran que estaba muerto) y pasan de largo después de dar un rodeo. En la cultura judía el sacerdote y el levita, son los encargados de prestar servicios en el templo de Jerusalén, la propia ley declaraba impuros a aquellos que tenían contacto físico con un cadáver, y por lo tanto quedarían impuros y no podrían realizar su servicio en el templo, por tanto con su actitud no faltan a Dios, no faltan a la ley, pero no han pasado la prueba del amor al prójimo, la propia ley se lo ha impedido. El otro personaje es el samaritano (los samaritanos son los habitantes de Samaría, una de la regiones de Palestina, junto con Judea y Galilea). Los samaritanos, eran por cuestiones y rivalidades históricas enemigos acérrimos de los judíos, y por lo tanto, este samaritano sabe que al que está atendiendo es un judío, un enemigo suyo. Sin embargo, él sí que supera la prueba del amor al prójimo. Al sacerdote y al levita les pueden más la fidelidad a la ley que el amor debido. Al samaritano le puede más el amor al prójimo que las diferencias y rivalidades entre judíos y samaritanos.
Ahora Jesús pregunta a su interlocutor quién de los tres se ha portado como prójimo, a lo que responde sin dudar: el que practicó la misericordia con él. ¿Qué hay detrás de este mensaje de Jesús? Detrás de este mensaje hay una llamada de apertura hacia todos, una llamada a la universalidad, pero sobre todo, hay un no poner límites al amor, hay una llamada a la entrega, a la generosidad cuando se trata de compadecerse del mal ajeno, hay una llamada a ser misericordioso con todos, a salir al encuentro del que nos necesita, hay una llamada a amar al prójimo incluso cuando se trata de una persona que no nos resulta grata.
Y Jesús lo mismo que le dijo a aquel nos lo dice hoy a nosotros, si a nosotros, a los que nos atrevemos cada domingo a venir a escuchar su mensaje, porque lo consideramos importante para nuestra vida, y nos dice: “Anda, haz tú lo mismo”. Y me pregunto “Y, ¿quién es mi prójimo, ese con el que quiere el Señor que me comporte como el samaritano?”, ¿quién es? Quizá sea esa persona, o ese vecino al que llevo tanto tiempo sin saludar o dirigirle la palabra. – O ése que sé que necesita mi ayuda, y que constantemente se la estoy negando. – O ése familiar con el que me quiero reconciliar y no me atrevo a dar el primer paso. – O ése compañero de trabajo al que le estoy haciendo la vida imposible. – O ésa persona a la que constantemente maltrato con mis actitudes. – O mi mujer. – O mi esposo. – O mi hermano. – O mi hijo. ¿Quién es mi prójimo?, si nos damos cuenta son todos personas que están próximas a nosotros, porque prójimo significa próximo.
En estos casos la mayoría de las veces sobran palabras, teorías, excusas y estudios previos por nuestra parte, la realidad exige recursos, ayuda y cercanía amorosa y fiel. No hay que pasar de largo cuando lo que nos hace falta es demostrar amor al necesitado, no hay excusa que valga.
El Señor nos pide en este domingo que redoblemos nuestros esfuerzos a la hora de estar ceca del que sufre. Por ello le pedimos al Señor que Él nos ayude a superar nuestras diferencias, al tiempo que pedimos por lo que lo pasan peor que nosotros, por lo enfermos, los que sufren o los que están solos.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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