“En aquel tiempo, cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros».”
Estamos escuchando en las primeras lecturas de estos domingos de Pascua, el libro de los Hechos de los Apóstoles, libro escrito por el evangelista San Lucas, que nos narra el nacimiento de la primera Iglesia y de aquí la importancia del mismo, la historia de los primeros que se atrevieron a seguir a Jesús, los primeros éxitos y las primeras dificultades que hay que ir superando. Una de esas primeras dificultades, incluso podemos decir la primera crisis seria de la Iglesia naciente, fue que algunos judíos representados por unos cuantos apóstoles pensaban que la salvación de Jesús solo había sido para ellos, y que los gentiles (es decir los que no eran judíos) no es que no pudieran ser admitidos a la nueva Iglesia, sino que para serlo tenían que aceptar las normas y leyes de los judíos muchas de las cuales están en el Antiguo Testamento.
Frente a esta opinión apareció la figura de San Pablo y otro grupo de apóstoles, menos que los de la primera opinión, que desde el principio vieron claro que la salvación de Jesús no es exclusiva de ningún pueblo, sino que es universal, todos tienen cabida en ella, con tal de que quieran aceptarla, rompiendo con la idea de que el cristianismo tenía que estar ligado al judaísmo. De ahí que en la lectura que hoy hemos escuchado tanto Pablo como Bernabé manifiesten su alegría, al volver de su viaje misionero, por tierras de Turquía y de Grecia, y de observar como la gente se iba agregando a la gran familia de Jesús. Son los primeros pasos de la Iglesia, animada por el Espíritu de Jesús que actuaba en los apóstoles. Ese Espíritu que los transformó, y los lanzó por encima de los peligros, y las divisiones, ese Espíritu que nosotros, cristianos del siglo XXI continuadores de aquellos primeros creyentes, estamos esperando, ese Espíritu que cuando venga sobre nosotros el día de Pentecostés deberá transformarnos, no para eliminar las dificultades, que han existido, existen y existirán, y que cada vez puede que sean más, no vendrá para librarnos de los problemas sino para vencer nuestros miedos y temores, que suelen ser muchos y que son los que nos impiden enfrentarnos a esas dificultades.
El Evangelio de hoy, vuelve sobre el tema del amor. Las cosas que recibimos sin ganarlas con nuestro esfuerzo, nos resultan difíciles de valorar. Y esto quizá nos pase con el amor de Dios: lo hemos recibido gratis, y por eso no nos paramos a pensar lo que eso significa, y lo que lleva consigo, es decir, como tengo yo que responder a ese amor de Dios. Por eso Jesús cuando dice algo relacionado con esto, siempre lo hace con pocas palabras y yendo directamente a lo esencial. Jesús nunca regateó esfuerzos y explicaciones a quien las necesitase cuando iba con buena intención. Pero se le ve la tendencia a decir lo esencial en muy pocas palabras. En esos momentos no sugiere, ni opina, simplemente manda. Manda porque sabe que será la única manera de quedarse en nuestras conciencias. Manda porque nos conoce debiluchos en muchos aspectos. Manda porque sabe que podríamos darle vueltas al asunto para salir por otro lado. Manda sobre el que es el sentimiento más ingobernable del ser humano, que es el amor. Y nos manda que nos amemos unos a otros como Él nos amo.
Puestos a mandar, hay que reconocer, que es mucho mandamiento este. A partir de ahora ya no hay escapatoria, nos ha dejado bien la claro que quiere de nosotros. Y además asocia este mandamiento, a una señal. Seremos señal de hijos de Dios, en la medida en que cumplamos este mandamiento. Y no tenemos que darle más vueltas. Después de escuchar esto, confirmamos lo que decíamos antes, necesitamos ese Espíritu que nos convenza de que esto es verdad, necesitamos ese Espíritu que haga que dejemos de lado nuestras reservas mentales, y nos lancemos a practicar el que es el mandamiento fundamental de Jesús: el amarnos los unos a los otros.
Se lo pedimos al Señor, hoy en especial vamos a pedir por los niños que hacen la primera comunión en este mes de mayo, por ellos y por su padres, para que cada día sean más los que consideren este paso no como el final de algo sino como el comienzo de una nueva etapa, recordamos también a todos los necesitados, los enfermos, los que están solos, los que sufren, los que necesitan de nosotros y nosotros incomprensiblemente les damos de lado.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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