“En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Jesús le contestó: «Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y también: Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras». Jesús le contestó: «Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios». Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.”
El miércoles pasado comenzamos el tiempo de Cuaresma, tiempo fuerte, fundamental en el devenir del Año Litúrgico, y en la vida de los cristianos, en la vida de los hombres y mujeres de fe, si durante todo el año estoy intentado reflexionar sobre los que significa seguir a Jesús hoy, en este tiempo lo debo hacer de una forma especial. Cuaresma, cuarenta días de preparación a lo que son los acontecimientos centrales de nuestra fe: Pasión, Muerte y sobre todo Resurrección de Jesús.
El Evangelio de hoy nos ha colocado al Señor al comienzo de su vida pública, siendo tentado por el diablo, nosotros también vamos a comenzar un camino, el camino de este tiempo cuaresmal. Nos ponemos en el punto de salida, y en este lugar comienza la posibilidad de que sea un éxito o un fracaso. Es preciso determinar hacia dónde vamos, cuál es nuestra meta, cuál es nuestro objetivo, el miércoles de ceniza nos lo recordaron: conviértete y cree en el evangelio. Ese es nuestro punto de partida, nuestra meta y nuestro objetivo: la conversión, el llegar a renovar de tal modo nuestra manera de pensar y de actuar que realmente terminemos como hombres y mujeres nuevos. Morir con Jesús en la Cruz, para resucitar con Él como personas cambiadas la noche del Sábado Santo.
Quienes hemos vivido ya muchas cuaresmas puede que perdamos el valor fuerte de los gestos y palabras tantas veces repetidos, y podemos caer en la monotonía de vivir una cuaresma más o podemos también ponernos al inicio de un camino, conscientes de la tarea que tenemos por delante. De nosotros depende que escojamos una cosa u otra.
La Cuaresma era el camino que recorrían los catecúmenos (o sea los que se preparaban para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana) de los primeros siglos de la Historia de la Iglesia, para la noche de la Vigilia Pascual ser bautizados y entrar a formar parte de la misma. Era un camino de exigencia, un camino duro en el que había que descubrir lo que significaba ser cristiano, era un camino de reflexión interior puesto que lo que iban a hacer era algo fundamental para sus vidas. Los tiempos han cambiado, no sé si para bien en todo esto, pero ese mismo camino es el que estamos iniciando nosotros aunque ya estemos bautizados, ese mismo camino es el que queremos andar todos los años al comienzo de este tiempo.
En la Cuaresma, esta llamada a la conversión va acompañada de unos pequeños gestos que manifiestan externamente ese compromiso interior. El ayuno y la abstinencia, sacrificios que aunque siga haciendo tengo que intentar acompañar de algún otro que me cueste algo más de esfuerzo y que en el fondo signifique esa otra gran penitencia interior, ese otro gran sacrificio fundamental que debe ser nuestro deseo de conversión sincera y auténtica. Rasgad los corazones, no las vestiduras, nos recordaba el profeta hace unos días.
La Cuaresma es también tiempo de oración, o sea tiempo de saber reconocer a Dios cerca de nosotros, de sentirlo más cercano, lo que nos proponemos es tan difícil que solo con Jesús junto a nosotros podremos conseguirlo. Aprovechemos los momentos que la parroquia nos ofrece para hacerla. La Cuaresma es tiempo de acercarse a los hermanos más débiles y necesitados, y sentirlos más cerca de nosotros, por eso si uno tiene algún conocido, algún vecino que sufre necesidad, está sólo o enfermo, este es el tiempo de hacerse más próximo a él, el Señor no estaría contento conmigo, si en este tiempo no me decidiera a estar más cercano a esa persona que me necesita. Por otro lado, las tentaciones de Jesús nos ponen a cada uno ante las que son nuestras tentaciones más comunes: nuestras malas artes, las cosas que decimos para llamar la atención o para descalificar a otros, nuestros excesos en determinadas cosas, la medida ancha que utilizamos con nosotros y la estrecha para juzgar a los demás, las veces que pretendemos ser el centro de todo, las veces que dejamos a Dios demasiado relegado en nuestras vidas… pensemos hoy en nuestras tentaciones y seamos inflexibles con ellas. Jesús supo hacerles frente, ¿sabremos nosotros?
Comencemos la Cuaresma con este gesto de humildad de reconocernos débiles y necesitados de perdón. Lo hacemos como todos los domingos pidiendo por todos los que sufren, están solos o enfermos.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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