La liturgia del Viernes santo tiene su origen en Jerusalén. En el Diario de viaje de una cristiana llamada Egeria se cuenta cómo se desarrollaba esta jornada a finales del siglo V. Tras una noche de vela en el Monte de los Olivos, muy de mañana, se bajaba a Getsemaní para leer el relato del prendimiento de Jesús. De allí se iba al Gólgota. Después de la lectura de los textos sobre la comparecencia de Jesús ante Pilato, cada uno se iba a su casa para descansar un rato, pero no sin antes pasar por el monte Sión para venerar la columna de la flagelación. Hacia el mediodía, de nuevo cita en el Gólgota para venerar el madero de la cruz: lectura durante tres horas de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, alternando con salmos y oraciones. La jornada acababa finalmente en la iglesia de la Resurrección, donde se leía el evangelio de la colocación de Jesús en el sepulcro.
Los primeros testimonios de la liturgia del Viernes santo en Roma datan del siglo VII. El papa se dirigía a la basílica de la Santa Cruz, donde se leía el evangelio de la Pasión según san Juan, seguido de una letanía de intenciones universales. En las iglesias situadas fuera de la ciudad y asistidas por sacerdotes tenía lugar una celebración más popular: exposición de la cruz sobre el altar; liturgia de la palabra como en la Santa Cruz; después el padrenuestro, adoración de la cruz y comunión del pan y del vino consagrados el día anterior, En el siglo VIII se introdujo en la liturgia papal la adoración de la cruz, pero sin comunión. En el siglo X se unieron ambos modos de proceder. En el siglo XIII se decidió que sólo comulgara el celebrante y, en el siglo XVI, que la celebración tuviese lugar por la mañana. Pero no por ello dejó de «santificarse» el resto del día: en la mayoría de las iglesias la gente se reunía, a menudo en mayor número que por la mañana, para el vía crucis y el «sermón de la Pasión». Así se hizo hasta 1955; a partir de esta fecha la Iglesia romana celebra la liturgia de la pasión en la tarde del Viernes santo.
La celebración comienza con un momento de oración silenciosa y una «oración» pronunciada por el celebrante. Y tiene tres partes: la liturgia de la palabra, con la oración universal, la adoración de la cruz y la liturgia de la comunión.
La liturgia de la palabra forma como una especie de tríptico. La hoja de la izquierda presenta el rostro de un personaje misterioso, un justo sometido a los peores sufrimientos y víctima de las más odiosas persecuciones, despreciado por los hombres, abandonado aparentemente por el mismo Dios. En realidad, se ofrece en sacrificio de expiación por el pecado de los hombres, y el Señor lo hará jefe de un pueblo innumerable de justificados. Cualquiera que sea la identidad del «siervo de Dios» en el libro de Isaías (52,13—53,12), hace pensar, sobre todo el Viernes santo, en Cristo, el justo ultrajado, cuya muerte ha salvado a todos los hombres del pecado y a quien Dios ha exaltado en la gloria del cielo.
En la hoja de la derecha puede verse a Jesús, el Cristo, entronizado junto a Dios como «sumo sacerdote grande» que, por su obediencia, «se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna» (Hb 4,14-16; 5,7-9).
Estas dos hojas, pintadas a distancia de varios siglos, introducen admirablemente a la comprensión de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, que ocupa el centro del tríptico (Jn 18,1—19,42). El evangelista Juan ha querido ofrecer el sentido profundo de los acontecimientos de los que ha sido testigo. Paradójicamente, es en la cruz donde Jesús se manifiesta como el Viviente que da vida abundante a todos los que lo «miran».
Surge espontánea, entonces, de la asamblea la plegaria universal para que la Pasión del Señor produzca sus frutos para todos, hasta los confines de la tierra.
Viene seguidamente la adoración de la cruz, que tiene claros acentos pascuales, porque nunca pueden disociarse la muerte y la resurrección de Cristo.
La comunión de todos con el pan consagrado el día anterior cierra esta celebración a la vez austera y vibrante de esperanza.
Todos se retiran en silencio, no para llorar la muerte de Cristo, sino para meditar en su misterio y prepararse, en el recogimiento, a la alegría del «aleluya» que resonará en la Vigilia pascual.
PRIMERA LECTURA
Después del monólogo en el que el Siervo hablaba de sí mismo (Domingo de Ramos), viene una meditación sobre sus sufrimientos, su misión y su destino. Los hombres lo han despreciado porque no han caído en la cuenta de que ha cargado con el peso de sus pecados. Dios, en cambio, ha reconocido su justicia y ha aceptado su sacrificio de expiación. Y ha hecho de él el jefe de una multitud de rescatados. Pero ¿quién es este Siervo? ¿De quién es figura? Se piensa aquí en una liturgia del «Día de las expiaciones» (el Yóm kippur), en un justo que recapitula en sí el destino de todos los que han sido reconocidos como «justos de Israel» por haber aceptado heroicamente, a lo largo de los siglos y también en nuestro tiempo, su parte en los sufrimientos y persecuciones infligidos al pueblo. En la línea de esta interpretación, la tradición cristiana ha visto en este justo la imagen profética de Cristo, salvador del mundo por sus sufrimientos y su muerte, del crucificado que sufre con todos los justos perseguidos, del Hijo del hombre por quien y con quien el sufrimiento y la muerte cambian de sentido, adquieren valor redentor y se convierten en promesa de resurrección.
Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
Lectura del libro de Isaías 52,13-53,12
“Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.”
SALMO
Todo hombre probado y humillado puede hacer suya la oración de Cristo en la cruz.
Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46)
R: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R
SEGUNDA LECTURA
Este pasaje de la carta a los Hebreos no es un comentario del oráculo del libro de Isaías que acaba de leerse, pero ambos textos, colocados uno frente al otro, iluminan el misterio de Cristo y de su Pasión celebrado el Viernes santo. Jesús, el Hijo de Dios, ha pasado por la prueba, como nosotros, no porque fuera pecador, sino con el fin de obtenemos a nosotros el perdón, la gracia de Dios. Al aceptar libremente la misión de redentor que el Padre le había confiado, «se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna». Al traspasar el velo de la muerte, ha entrado de una vez para siempre en el santuario del cielo. El es «el sumo sacerdote grande», no en virtud de su pertenencia a una estirpe sacerdotal o como consecuencia de una ordenación recibida por manos de hombres, sino porque en su persona Dios y el hombre están indisolublemente unidos. Además, ha ofrecido a Dios el sacrificio perfecto de su obediencia. Desde entonces podemos acercarnos «con seguridad al trono de la gracia», con la certeza de ser escuchados cuando oramos al Padre «por Jesucristo nuestro Señor».
Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación.
Lectura de la carta de San Pablo a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
“Hermanos:
Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.”
VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO FIp 2, 8-9
Cristo, por nosotros,
se sometió incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».
EVANGELIO
Al final de su libro, el autor del cuarto evangelio dice: Entre los innumerables «signos» realizados por Jesús, estos se han escrito «para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31). Por otra parte, en lo que se conoce como el «prólogo» el evangelista ve en la encarnación del Ho de Dios el comienzo del combate definitivo entre las tinieblas y la luz. La Pasión de Jesús es el último acto de este enfrentamiento decisivo, el signo al que remiten todos los demás.
El cuarto evangelio fue redactado a finales del siglo I, cuando ya se había producido el divorcio entre las comunidades judía y cristiana. Esta situación explica la redacción del relato de la Pasión según san Juan. Jesús es condenado «porque se ha declarado Hijo de Dios». La causa de la condena lleva oyéndose desde hace mucho tiempo. Es inútil, pues, proceder a una larga instrucción. El interrogatorio en presencia de Anás es una pura formalidad, y el evangelista ni siquiera habla de la comparecencia ante el sumo sacerdote Caifás y el sanedrín. Todo esto es pasado, sobre el que no vale la pena volver Por el contrario, el autor concede mucho espacio al proceso ante Pilato, porque, en cierto modo, perdura todavía, ya que desde entonces es en el tribunal del mundo donde se juzga a Jesús. Por un lado, está siempre la muchedumbre de los que se niegan a escuchar al «testigo de la verdad» y ponen su esperanza en este mundo que pasa. Gritan: «Fuera, fuera; crucifícalo!». Por Otro lado, están los que reconocen en él al Cordero pascual, el Hijo de Dios que ha cargado con su cruz y ha «cumplido» todo lo que el Padre le había encomendado. «Miran» al Crucificado con el corazón atravesado. En la sangre y el agua que han brotado de esta herida ven, con la tradición cristiana, los signos del Espíritu y de los sacramentos, promesas de vida eterna para los creyentes.
(Para la lectura dialogada: + Jesús; C Cronista; D Discípulos y amigos; M = Muchedumbre; O Otros personajes.)
Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19,42
(Prendieron a Jesús y lo ataron.)
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ -«¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. -«A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ -«Yo soy.»
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles:«Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ -«¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. -«A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ -«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.»
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.»
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ -«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
(Llevaron a Jesús primero a Anás)
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo. »
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. -«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. -«No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
+ -«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. -«¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ -«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
(Negación de Pedro)
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. -«¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. -«No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. -«¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
(Mi reino no es de este mundo.)
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. -«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. -«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. -«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. -«No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ -«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. -«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ -«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. -«Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ -«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. -«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. -«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. -«A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido.
(¡Salve, rey de los judíos!)
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. -«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. -«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. -«Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. -«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. -«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S. -«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. -«¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. -«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ -«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
(¡Fuera, fuera; crucifícalo!)
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. -«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. -«Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. -«¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. -«¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. -«No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
(Lo crucificaron, y con él a otros dos.)
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.»
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. -«No escribas:"El rey de los judíos", sino:"Este ha dicho: Soy el rey de los judíos".»
C. Pilato les contestó:
S. -«Lo escrito, escrito está.»
(Se repartieron sus ropas)
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. -«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.» Esto hicieron los soldados.
(Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.)
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ -«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ -«Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
(Está cumplido.)
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ -«Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ -«Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
(Y al punto salió sangre y agua.)
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
(Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas)
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura dé mirra y áloe.”
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
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