lunes, 12 de diciembre de 2011

REFLEXIÓN EVANGÉLICA DE LA FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LORETO

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Ofrecemos hoy a los hermanos que no hayan podido asistir, la reflexión evangélica de la Festividad de la Virgen de Loreto.

En primer lugar, el predicador, hace referencia a la historia del traslado de la Santa Casa de Nazaret a Loreto.
Santa Casa que hasta el s. XIII estuvo en Nazaret y a la que se le tenía gran devoción: por ser la casa donde vivió María, donde recibió el anuncio del ángel, donde se engendró el Hijo de Dios.
A finales del s. XIII, y para que no fuera profanada durante las guerras, fue trasladada a Dalmacia, frente a Italia, donde estuvo durante 3 años; hasta que en 1293 se traslada definitivamente a la ciudad de Loreto.
Allí se construye una basílica en cuyo interior se encuentra la Santa Casa. A la que Juan Pablo II denominó “Templo Santuario de la Encarnación del Verbo de Dios”.
La familia que costeó el traslado de la Santa Casa a Loreto, era una familia italiana apellidada “Angeli”, y de aquí la antigua tradición de que la casa fue trasladada por los ángeles hasta Loreto, y por tanto también el que se nombrara a la Virgen bajo la advocación de Loreto, como patrona de los aviadores y de los viajeros de avión.

A continuación, pasa a la reflexión de las lecturas correspondientes a la festividad, aprobadas al respecto por la Sagrada Congregación del Culto.

La primera lectura está sacada del profeta Isaías (Is 7, 10-17)
Dios habla a Acaz, rey de Judá, para que éste le pidiera una señal que demostrara al pueblo que, a pesar de la situación de guerra con Siria y Damasco en la que se encontraban, Él les protegería. Sin embargo Acaz rehúsa pedirle esa señal, porque prefiere no tentar al Señor, lo que demuestra su falta de fe en Él. Dios se da cuenta del engaño al que el rey va a someter a su pueblo y decide, a través de su profeta, ser Él mismo quien dé su propia señal: una joven encinta, una virgen, dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel.
En el Antiguo Testamento se había visto cómo incluso las estériles podían dar a luz (lo vemos con Sara, Rut, Ana....) por obra del Altísimo, pero nunca había ocurrido con una virgen. Aquí Isaías lo anuncia, que El Salvador no viene de la fuerza humana sino del Espíritu Santo, que es Dios quien nos salva. Y también anuncia que a su Hijo le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. En el pueblo judío el nombre tenía mucha importancia, pues el significado del nombre reflejaba la naturaleza y misión de la persona.

La segunda lectura es de la carta de San Pablo a los Gálatas (Gal 4, 4-7), y es el único lugar de los escritos de San Pablo donde nos habla de la Virgen.
Dios envía a su Hijo nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que nos librara de la esclavitud de la ley y nos convirtiera en hijos suyos.
Y como somos hijos suyos, ya le podemos llamar “Abbá” (papaíto). Palabra doméstica para llamar a su padre, que Jesús no compartió nunca con los apóstoles. A partir de entonces Dios ya no es sólo señor, amigo, dueño, omnipotente..., sino papá o “papaíto” de Jesús y papá o “papaíto” nuestro.

El relato evangélico corresponde a las bodas de Caná (Jn 2, 1-11).
La alegría en una boda la da el “vinillo”, y cuando falta el vino María intercede ante su Hijo. Jesús no le dice “madre”, le responde con un término teológico serio y profundo, “mujer” (¿qué quieres de mí, mujer?, aún no ha llegado mi hora), pues va a ser el inicio de su actividad milagrosa y el preámbulo del único mandato que María nos va a dar.
Pero María, que cree en su Hijo, le dice a los servidores “haced lo que Él os diga”.
Y nos dice la Escritura que con esta primera señal o milagro “Jesús manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos”.
María, la mujer creyente por antonomasia, es la que nos ayuda a crecer en la fe.

Estas lecturas, nos dice el predicador, nos deben llevar fundamentalmente a considerar el amor infinito que Dios nos tiene; porque Dios es un Padre que nos ama con corazón de madre.
En el Antiguo Testamento, Moisés habla cara a cara con Dios y le dice “muéstrame tu rostro y me basta”. Para los judíos, el que veía el rostro de Dios no podía seguir viviendo. Pero Dios, como prueba de su amor le dice “pasaré a tu vera y te revelaré mi nombre”, el nombre de “Yahvé”.
Isaías nos da otra muestra del amor de Dios cuando nos dice “¿puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas?, pues aunque ella se olvide yo no te olvidaré “.
Pero lo principal del amor de Dios es que nos ha amado tanto que nos ha entregado a su Hijo predilecto, a su único Hijo “al que no conocía pecado le ha hecho hombre para darnos la salvación”; le ha hecho hombre para que el hombre pueda ser Hijo de Dios, para que podamos llamar a Dios “Abbá”.
Y si todos somos hijos de Dios, todos somos hermanos; y si todos somos hermanos, formamos una familia..., y una Hermandad. Y ¿por qué hay tantas diferencias entre los hermanos de nuestra familia y de nuestra Hermandad?
El vivir como hermanos lo comprendieron bien los santos:
- Teresa de Calcuta, que tras la llamada de Dios, pasó su vida recogiendo a moribundos por las calles de la India; moribundos que decían: he vivido como una bestia y voy a morir como una persona.
- Juan Pablo II, a quien tras una vida ejemplar, al morir el pueblo aclamaba “santo súbito”; así se canonizaban a los primeros cristianos, por aclamación popular tras su testimonio de vida.
- Benedicto XVI, al que le han echado encima todos los problemas y culpas de la Iglesia: pederastia, etc, y de los que pide perdón humildemente,
- y tantos y tantos como nos ha dado la historia de la Iglesia.
Los santos comprendieron que Cristo había roto las barreras y dieron ejemplo con sus vidas. Todos tenemos que trabajar para ser santos en el mundo, viviendo como hermanos, teniendo en cuenta que el hombre es un lobo para el hombre a no ser que tenga el amor de Dios.

María, Nuestra Señora de Loreto en su Soledad, recibió el Verbo de Dios en su seno y nos entregó a su Hijo. Nosotros seguimos a ese Hijo, a Cristo muerto y resucitado que vive eternamente. Este milagro tan grande se lo debemos a esa humilde mujer.
En la Lumen Gentium (Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II), el mejor documento de la Iglesia sobre la Virgen María, en el capítulo 8 se nos presenta a María como modelo de fe, esperanza y caridad.
A María debemos pedirle, por tanto, que sea nuestro modelo de virtudes:
- que nos dé la fe que ella ha tenido, sobre todo a los hermanos que no la tienen y que abundan tanto en la sociedad de nuestros días,
- que nos dé la esperanza. El Concilio Vaticano II nos dice “porque ella esperaba, recibió, y el Verbo de Dios se hizo carne en su seno”. La esperanza que deseamos hoy, en esta época de crisis, es que se acabe el paro,
- que nos dé la caridad que tuvo ella. Nadie quiere a un hijo más que su madre, y Jesús es hijo de María; por eso nadie ha querido a Jesús como ella, pues ha sido carne de su carne y sangre de su sangre. El predicador, de pequeño, le preguntó a su madre: ¿a quién se quiere más, a un marido o a un hijo?; a lo que su madre le respondió: a un marido se le quiere mucho, pero un hijo es un pedazo de tu cuerpo.

Que nuestra oración a la Virgen de Loreto en el día de su fiesta sea:
Madre, dame tu amor, que yo me enamore de tu Hijo y le quiera como tú le quisiste, para que pueda servir a los demás, como tú serviste a tu prima santa Isabel (así lo vimos en el primer día del triduo).
Madre, mira a tu Hermandad y haz posible el milagro de que Jesús nazca en el corazón de cada uno de nosotros, en nuestras familias, en nuestra Hermandad y en el mundo entero.

Y termina el predicador deseando a todos ¡Feliz Navidad! y que la Virgen de Loreto nos proteja en la vida, en la muerte y después de la muerte.


El Equipo de Formación.
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1 comentario:

Gonzalo dijo...

Felicidades a Ana por su síntesis y trabajo, ya que no es fácil hacer estos maravillosos resúmenes de una homilía. Muchas gracias de corazón.