“En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la Sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de desempeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.”
Estamos ya en el cuarto domingo del tiempo ordinario, pero las lecturas de hoy si las hemos escuchado con atención, tienen muy poco de ordinarias, cada una de ellas es un verdadero toque de atención para nosotros, y sobre todo el trozo de la primera carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor 12,31-13,13). Lectura que se ha convertido en un canto y en una descripción perfecta de lo que es y de lo que significa el auténtico amor. Palabra, por otra parte, tan usada y tan manoseada en ocasiones que corremos el peligro de ya no saber lo que queremos decir con ella.
El amor es el mandamiento fundamental del cristiano, creados a imagen y semejanza de un Dios que es amor, también nosotros lo somos, ya que esta realidad no es como un apéndice, o algo añadido que podamos tenerlo o no, si no, que si nos falta nuestra dimensión de creyentes en Jesús estará esencialmente incompleta. Cuando esta dimensión no aparece lo suficiente en nuestra conducta, podemos decir que nos falta la vida, la energía, el sentido de lo que hacemos. Aquel dicho del filósofo del siglo XVI “pienso luego existo”, tan decisivo para la historia de la humanidad se tendría que convertir para nosotros los cristianos en “amo luego existo”.
Este amor, no es algo que se sustente en el aire, que esté por encima de nosotros, que se quede sólo en palabras, no, si ese amor quiere ser auténtico, debe fundamentalmente ser servicial, el servicio tiene una inmensa red de posibilidades y hasta se puede decir que toda la vida humana es una sucesión continuada de servicios a prestar. El cumplimiento del deber, el trabajo, la convivencia, el estudio, la investigación, la enseñanza, la política, la promoción humana y religiosa son servicios fundamentales que entre todos hemos de prestar al mundo. Pero, a pesar de que en nuestra vida intentemos hacerlo todo más allá de lo que es la propia satisfacción personal, hay un servicio en el que el Maestro nos dio una lección increíble y que nos pidió que nosotros hiciéramos lo mismo, fue cuando lavó los pies a sus discípulos y entre ellos incluso estaba el que lo iba a entregar, es el servicio a los más pobres, a los marginados, a los enfermos, a los deprimidos, a los que no tienen nada ni incluso afecto, por eso nosotros cada domingo nos acordamos de ellos porque el día que no lo hagamos no estaremos siendo fieles al Señor.
Cuando uno lee o reflexiona un poco sobre la lectura de la carta a los cristianos de Corinto (una ciudad portuaria de la antigua Grecia), se da cuenta de lo lejos que está de cumplir la exigencias de ese mensaje, “ya podría yo tener fe para mover montañas, que si no tengo amor, no soy nada”. Mi fe que la mayoría de las veces es vacilante, dudosa. “Ya podría repartir en limosnas todo lo que tengo: si no tengo amor de nada me sirve”. O sea que puedo estar haciendo obras de caridad generosas, muy generosas y no tener amor. El amor está por encima de las obras de caridad. “El amor es paciente, amable, no es envidioso, no lleva cuentas del mal”. Cuanto camino nos queda por recorrer en lo que dice relación a vivir este mensaje.
El evangelio, por su parte, sigue presentándonos a Jesús al comienzo de su vida pública. Él es el esperado, el que tenía que venir, el evangelista se preocupa por darnos detalles concretos, como para confirmarnos su existencia. Y nos presenta el choque de Jesús con sus paisanos, los que lo conocían de siempre. Jesús aprovecha la ocasión para recriminarles su falta de confianza, ellos que lo han conocido desde pequeño, que conocían a su familia, que lo habían tenido tan cerca, ellos que son elegidos no han sabido responder a esa predilección por parte de Dios. Esto mismo nos puede pasar a nosotros, cristianos de siempre, cristianos de toda la vida. Que esta advertencia de Jesús nos anime a tomarnos más en serio nuestra fe y a ser un poco más fieles en el cumplimiento de sus exigencias.
Terminamos nuestra reflexión pidiendo los unos por los otros, especialmente por aquel que más lo necesite, y siguiendo el consejo que hoy hemos recibido hacemos presente y manifestamos nuestro amor a aquellos que menos tienen. Le pedimos al Señor que nos ayude a convencernos de la realidad de este mensaje.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario