jueves, 29 de enero de 2015

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 4º DEL TIEMPO ORDINARIO (1-2-2015)

El texto evangélico es de Mc 1, 21-28 y dice lo siguiente:


“Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaún y el sábado siguiente entró en la sinagoga a enseñar. La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacía con autoridad, no como los letrados. Precisamente en aquella sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le increpó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo sacudió al hombre, dio un fuerte grito y salió de él. Todos se llenaron de estupor y se preguntaban: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen. Su fama se divulgó rápidamente por todas partes, alcanzando la región entera de Galilea.”



* Hoy tenemos a nuestra consideración la enseñanza de Jesús en la sinagoga; primera actuación de Jesús en público, según el evangelio de Marcos.

Jesús no enseña de manera rutinaria o cansina como el que repite una lección que no se cree, Jesús enseña con autoridad. Enseña de una manera nueva, porque todo lo que dice está en relación con su persona. No enseña imponiendo a los demás normas muy estrictas, como los letrados y fariseos. Su autoridad se fundamenta en la verdad y transforma la vida de quienes acogen sus enseñanzas. Por su unión con el Padre, como Hijo eterno, Jesús puede hablar con autoridad.


* La autoridad de Cristo es su capacidad de expulsar demonios o, con otras palabras, su capacidad para aliviar el sufrimiento, las penas, las humillaciones. Jesús enseña y actúa: junto a su palabra está su poder de liberarnos de las fuerza del mal. Su autoridad es por tanto la del servicio y la liberación: es sensible a los problemas de los demás, capta su situación, su deterioro, el mal que les aflige y le pone remedio.


* Ante la expulsión del espíritu inmundo, la impresión que causa es enorme. La expulsión de los demonios no era en sí mismo nada nuevo: los exorcistas de los hebreos lo hacían corrientemente. Pero ¿por qué se quedaron estupefactos? La novedad reside en que Jesús manda a los espíritus impuros con autoridad propia. No cita a nadie: él mismo da la orden, no habla en nombre de otro, sino en nombre de su propia autoridad. Con su autoridad y su sola palabra, Jesús le calla y le manda salir.

La gente no entiende en profundidad el significado de lo que Jesús ha hecho, se impresionan por su cualidad personal y la fuerza de su actuación, y se preguntan ¿qué es esto? Pero no es una explicación lo que nosotros debemos pretender, sino que el descubrimiento de la autoridad de Jesús nos exige una toma de posición: debemos acogerlo y que su enseñanza y actuación aniden en nuestro corazón.

No hay que temer a Jesús. Él nos salva y en él está nuestro bien. Jesús no destruye al hombre, pero sí el mal que nos parasita. Por eso, continuamente hemos de ponernos ante él y dejarnos juzgar por su palabra.


* Señor, ante tu autoridad y tu poder divinos, unos te admiran y otros se escandalizan porque curas en sábado. Acepta mi decisión de estar entre los del primer grupo. Pero que mi admiración no se quede en un sentimiento vano, sino que me mueva a seguir tus pasos.

Tú pasaste por el mundo haciendo el bien. ¿Se puede decir eso de mí?


* María, que mi corazón, como el tuyo, sepa acoger las enseñanzas de tu Hijo para ponerlas en práctica.



Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.

Muchas gracias a todos por vuestra participación. 


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