“Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino un testigo de la luz. Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle quién era. Él confesó y no negó; confesó que no era el Mesías. Le preguntaron: Entonces, ¿eres Elías? Respondió: No lo soy. ¿Eres el profeta? Respondió: No. Le dijeron: ¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a quienes nos enviaron; ¿qué dices de ti? Respondió: Yo soy la voz del que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, según dice el profeta Isaías. Algunos de los enviados que eran fariseos le dijeron: Si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas? Juan les respondió: Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí; y yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia. Esto sucedía en Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba.”
* Este tercer domingo de Adviento se conoce como domingo "Gaudete" (que significa alegría), y es que en la antífona de entrada se dice "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca". La causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor. Dios nunca está lejos de nosotros, y por ello la tristeza no debe anidar en nuestro corazón.
Hace un año el papa Francisco publicó un texto en el que nos invitaba a reavivar la alegría que nace del encuentro de Jesús. En él señalaba algo muy oportuno para este tiempo de Adviento: "Invito a cada cristiano, en cualquier situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor". Y Pablo VI también señalaba: "Sólo en la amistad con Jesús se encuentra la verdadera alegría".
* Busca la luz. No te quedes con una pequeña lámpara o una linternita. Juan Bautista no es la luz. La gente que nos encandila no es la luz. Nuestros pequeños o grandes ídolos no son la luz. El Mesías es la Luz. La única luz que ilumina la oscuridad, que vence a la muerte, que elimina los odios, que nos concede la paz. Adviento es tiempo de pasar de las tinieblas a la luz.
* En este evangelio vemos cómo las autoridades religiosas quieren saber quién es Juan, sobre todo para descalificarlo. Si no es el Mesías, ni Elías ni un profeta ¿con qué autoridad habla y en nombre de quién? Pero Juan no se apropia de nada. Se reconoce como “la voz”, porque todas las palabras que dice se refieren a Otro: desea que su vida sirva sólo al Señor y no quiere que nadie le confunda. Por eso bautiza con agua, prefigurando el bautismo del Espíritu Santo que se nos dará con Cristo. Cuanto más cerca está uno de Dios, más consciente es de la propia insignificancia. De ahí que Juan, en su grandeza, reconozca que no es digno de desatar la sandalia de Jesús. Juan era consciente que su protagonismo era pasajero y tuvo la sensatez y la humildad de comprender que él era tan sólo un instrumento a favor de una causa mayor.
* Juan es el precursor y Jesús el Mesías prometido. La misión de Juan es preparar la venida del Mesías. Juan nos llama a la conversión, a un cambio de vida. Pero, ¿en qué consiste esa conversión?, ¿qué debemos hacer? Preparar nuestro ánimo, nuestro corazón para que la gracia de Dios irradie en nuestra vida entera. Conversión no es sólo confesar los pecados, sino también cambiar de actitud, cambiar nuestros criterios y adecuar nuestra mente a las exigencias del evangelio.
Esto es lo que se nos pide en este tiempo de adviento, tiempo en que nos despertamos para Dios abriéndole el corazón, tiempo de oración para que venga el reino de Dios.
* Jesús, qué triste es escuchar de labios de Juan que estás entre nosotros y no te conocemos. Jamás conoceré toda tu grandeza en esta vida. Pero me basta saber que me amas tal como soy; que tu amor cambiará mi vida; que me invitas a allanar el camino y abrir las puertas de par en par, para que entres y tomes posesión de todo mi ser.
* Juan y María, símbolos de la humildad. Ambos nos llevan a Jesús, sin protagonismos, quedando en segundo término. No hay en este mundo misión más grande que la de ayudar a otros a encontrarse con Jesús. Pongamos nuestras vidas, al igual que Juan y María, al servicio de la evangelización.
* Juan y María, símbolos de la humildad. Ambos nos llevan a Jesús, sin protagonismos, quedando en segundo término. No hay en este mundo misión más grande que la de ayudar a otros a encontrarse con Jesús. Pongamos nuestras vidas, al igual que Juan y María, al servicio de la evangelización.
Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.
Muchas gracias a todos por vuestra participación.
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