Ofrecemos hoy a los hermanos que no hayan podido asistir, la reflexión evangélica del 3º día de Triduo a Ntra. Sra. de Loreto.
El predicador centra la reflexión de este tercer día de triduo en la familia, institución tan valorada en nuestra Hermandad y que forma parte del espíritu de la misma. Y para ello se basa en el evangelio de Lucas (Lc 2, 22-40), en el relato de la presentación de Jesús en el templo.
De este texto va a sacar los detalles que sobresalen en el estilo de vida de la familia de Nazaret, que deben traducirse a la vida de nuestras familias, en este tiempo en el que nos ha tocado vivir.
El primer elemento que vamos a analizar es la oración.
La familia de Nazaret cumple con Jesús los preceptos del pueblo de Israel: es circuncidado a los ocho días de su nacimiento, y a los cuarenta días lo llevan al templo para consagrarlo a Dios, y rescatarlo con un par de tórtolas.
Allí se encuentran al justo Simeón, al que Dios había anunciado que no se moriría sin haber visto al Mesías; y este anciano dándoles su bendición dijo a María que una espada le traspasaría el alma.
Acaba el texto indicando que Jesús crecía humana y espiritualmente en su familia.
Lo primero que hay en esta familia de Nazaret es Dios, el matrimonio piadoso cumple con Dios y así se lo enseñan a su hijo: consagran a su hijo a Dios desde su nacimiento, y se corrobora esta pertenencia a Dios cuando Jesús se queda en el templo con los doctores de la Ley, mientras sus padres le buscaban, y al encontrarle les responde: ¿no sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?. Jesús, desde niño, vive con una tendencia exclusiva a su Padre del cielo.
El segundo elemento a destacar en la sagrada familia es el trabajo.
El trabajo es un mandato divino. Dios, desde la creación, dice al hombre: comerás el pan con el sudor de tu frente.
En la sinagoga, al oír hablar a Jesús, la gente se preguntaba: ¿de dónde le viene a éste tanta sabiduría, no es el hijo del carpintero? José era carpintero; Jesús como era propio de aquella época y cultura, trabajaba ayudando a su padre en el oficio, hasta que inició su vida pública; mientras que María era el ama de casa : cosía, lavaba, amasaba, iba por agua a la fuente.... Todos los miembros de la familia eran trabajadores.
En la Gaudium et Spes (Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual) , se nos dice de Jesús que: entendió con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre, y... trabajó con manos de hombre, en Nazaret. Por tanto, Jesús fue un trabajador.
Otro valor destacado en la familia de Nazaret es que supieron adaptarse y afrontar las dificultades, a pesar de haber llevado una vida dura. Pasaron por muchas calamidades y siempre aferrándose a Dios: la de ser María madre soltera en aquella época, la de ver nacer a su hijo en un humilde establo, la emigración a Egipto...., y sobre todo la de ver morir a su hijo en el calvario y crucificado, la muerte que se daba a los últimos de los últimos.
A este respecto, el Concilio Vaticano II dice de María “ella consintió en la muerte del hijo que había engendrado, aunque por ello sufrió profundísimamente”.
En nuestro mundo actual, “vende” mucho más el ser agnóstico que venir a un triduo o ser hermano de la Hermandad de Loreto. Si a este mundo le quitamos el derecho natural, los valores (como los que hemos analizado en la familia de Nazaret) y a Dios, que es el Padre que nos mira con cariño infinito y nos perdona con su infinita misericordia, acabaremos siendo como lobos y comiéndonos unos a otros.
A continuación se analiza el matrimonio como base de la familia.
El hombre tiene una capacidad finita para amar e infinita para ser amado, pero la gracia es la garantía del amor. Por eso, en el sacramento del matrimonio se recibe la gracia de Dios. Por tanto el matrimonio cristiano es cosa de tres: de un hombre, de una mujer y de Cristo que por la gracia une sus vidas. Y esta unión es indisoluble, como la unión de Cristo con su Iglesia. Y para que se dé esa unión, se necesita la gracia de Dios.
El amor del matrimonio es el que engendra los hijos, y el que también debe engendrarlos en la fe. Los padres deben ser los primeros sacerdotes de los hijos y, como la familia de Nazaret, ofrecer esos hijos a Dios, y hacerles crecer en la fe. Por eso es tan grande la responsabilidad de los padres.
Y en el matrimonio, como en la familia de Nazaret, hay que destacar la figura de la mujer, porque las mujeres, sobre todo las madres, son muy fuertes, como María. En el libro del Eclesiástico se nos dice que quien tiene una buena mujer tiene el mayor tesoro. Y la mujer, la madre, es la mejor transmisora para sus hijos, si no, pensemos un momento ¿quién nos ha transmitido el 95% de lo que sabemos?
Por último, el predicador nos alienta a ponernos delante de Nuestra Señora de Loreto en su Soledad y:
- darle las gracias por el don de la fe que se vive en la Hermandad,
- pedirle que esa fe nos alumbre todos los días de nuestra vida,
- pedirle que santifique a los matrimonios, sobre todo ante los lamentables espectáculos que estamos viviendo en nuestros días : aborto, matrimonios homosexuales, eutanasia...,
- pedirle que en los momentos de cansancio pase su pañuelo por nuestro rostro y nos dé así su paz, su gozo, su consuelo, su alegría..., para que la tengamos en nuestra familia y la podamos irradiar a nuestra Hermandad y a todos los que nos rodean.
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