“Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
«País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
-«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo:
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes, con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.”
UNA VOZ EN GALIEA
“El Señor ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles”. Esas palabras de la primera lectura de este domingo (Is 9,1-4) nos recuerdan que Dios puede siempre derramar su luz sobre una tierra considerada como un lugar pagano. No vale poner etiquetas a las gentes. Dios invita a caminar en la luz al pueblo que caminaba en tinieblas.
Pero no nos engañemos. Los que caminan en tinieblas no siempre son “los otros”, los de fuera, los lejanos. Hemos de reconocer que todos habitamos en una tierra de sombras. Y muchos de nosotros nos hemos habituado a vivir en las tinieblas. ¡Cómo esperamos que la luz brille en nuestra sociedad y en nuestra propia vida!
La liturgia responde a este vibrante anuncio del profeta Isaías con el estribillo del salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Esa es nuestra convicción. Y nuestra esperanza.
Solo esa luz de lo alto puede puede lograr que no hagamos ineficaz la cruz de Cristo. Ese es el deseo de San Pablo que también hoy deseamos compartir (1 Cor 1,17).
GALILEA DE LOS GENTILES
En el evangelio que se proclama en este tercer domingo del tiempo ordinario se repite hasta cuatro veces la mención a Galilea (Mt 4,12-23). Los peregrinos que viajan a la Tierra Santa disfrutan de la dulzura de aquella tierra. Pero ya sabemos que los contemporáneos de Jesús la consideraban poblada por gentes inclinadas al paganismo.
Pues bien, precisamente a esa región en la que se había criado, retorna Jesús después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán. El evangelio de Mateo subraya que de esa forma se cumple lo que había anunciado el profeta Isaías. Ese pueblo ve una luz grande. Todo indica que la luz que brilla en Galilea es la presencia de Jesús.
Ahora bien, Jesús se hace presente con su palabra. Una forma de hablar que resulta novedosa por su autoridad y por su cercanía. Pero esa cercanía se manifiesta sobre todo en la compasión
que revelan sus acciones. “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.
UNA DOBLE INVITACIÓN
El relato evangélico recoge dos de las frases que caracterizan el paso de Jesús por Galilea. Una se dirige a toda la gente y la otra a unos pocos elegidos.
• “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. Estas palabras de Jesús no son una amenaza a los paganos o a los que viven al modo de los paganos. Son una cordial invitación para que todos se incorporen activamente a la gran novedad y reciban la gracia impagable que comporta el reino de Dios.
• “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Estas palabras de Jesús no son un mandamiento. No implican una obligación. Son otra invitación a algunos pescadores del lago de Galilea para que descubran el nuevo horizonte de su vieja profesión. Es un honor colaborar con el Maestro que difunde la luz y la verdad.
- Señor Jesús, te reconocemos como la luz que ilumina a todo el que viene a este mundo. También nosotros tenemos la sensación de vivir hoy en la Galilea de los gentiles. Enséñanos a no lamentarnos. Llámanos a cambiar nuestros esquemas mentales y nuestras actitudes. E invítanos a seguirte para anunciar con esperanza y alegría tu salvación. Amén.
José-Román Flecha Andrés.
“El Señor ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles”. Esas palabras de la primera lectura de este domingo (Is 9,1-4) nos recuerdan que Dios puede siempre derramar su luz sobre una tierra considerada como un lugar pagano. No vale poner etiquetas a las gentes. Dios invita a caminar en la luz al pueblo que caminaba en tinieblas.
Pero no nos engañemos. Los que caminan en tinieblas no siempre son “los otros”, los de fuera, los lejanos. Hemos de reconocer que todos habitamos en una tierra de sombras. Y muchos de nosotros nos hemos habituado a vivir en las tinieblas. ¡Cómo esperamos que la luz brille en nuestra sociedad y en nuestra propia vida!
La liturgia responde a este vibrante anuncio del profeta Isaías con el estribillo del salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Esa es nuestra convicción. Y nuestra esperanza.
Solo esa luz de lo alto puede puede lograr que no hagamos ineficaz la cruz de Cristo. Ese es el deseo de San Pablo que también hoy deseamos compartir (1 Cor 1,17).
GALILEA DE LOS GENTILES
En el evangelio que se proclama en este tercer domingo del tiempo ordinario se repite hasta cuatro veces la mención a Galilea (Mt 4,12-23). Los peregrinos que viajan a la Tierra Santa disfrutan de la dulzura de aquella tierra. Pero ya sabemos que los contemporáneos de Jesús la consideraban poblada por gentes inclinadas al paganismo.
Pues bien, precisamente a esa región en la que se había criado, retorna Jesús después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán. El evangelio de Mateo subraya que de esa forma se cumple lo que había anunciado el profeta Isaías. Ese pueblo ve una luz grande. Todo indica que la luz que brilla en Galilea es la presencia de Jesús.
Ahora bien, Jesús se hace presente con su palabra. Una forma de hablar que resulta novedosa por su autoridad y por su cercanía. Pero esa cercanía se manifiesta sobre todo en la compasión
que revelan sus acciones. “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.
UNA DOBLE INVITACIÓN
El relato evangélico recoge dos de las frases que caracterizan el paso de Jesús por Galilea. Una se dirige a toda la gente y la otra a unos pocos elegidos.
• “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. Estas palabras de Jesús no son una amenaza a los paganos o a los que viven al modo de los paganos. Son una cordial invitación para que todos se incorporen activamente a la gran novedad y reciban la gracia impagable que comporta el reino de Dios.
• “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Estas palabras de Jesús no son un mandamiento. No implican una obligación. Son otra invitación a algunos pescadores del lago de Galilea para que descubran el nuevo horizonte de su vieja profesión. Es un honor colaborar con el Maestro que difunde la luz y la verdad.
- Señor Jesús, te reconocemos como la luz que ilumina a todo el que viene a este mundo. También nosotros tenemos la sensación de vivir hoy en la Galilea de los gentiles. Enséñanos a no lamentarnos. Llámanos a cambiar nuestros esquemas mentales y nuestras actitudes. E invítanos a seguirte para anunciar con esperanza y alegría tu salvación. Amén.
José-Román Flecha Andrés.
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