“En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.”
MADRE DE DIOS
“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos.” Así resume san Pablo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios (Gál 4,4).
El Hijo que vive en la eternidad es enviado por Dios y, sin embargo, nace en el tiempo de una mujer. Lo divino ha entrado en la esfera de lo humano. Y ahí está María como hospedera terrena del misterio celestial. Madre del Hijo de Dios, tan divino que puede hacerse humano. Tan humano que nos revela lo divino.
María es la Madre de Dios. “El dogma de la maternidad divina de María fue para el Concilio de Éfeso y es para la Iglesia como un sello del dogma de la Encarnación, en la que el Verbo asume realmente en la unidad de su persona la naturaleza humana sin anularla”. Así lo escribió san Juan Pablo II (Redemptoris Mater, 4).
LOS MENSAJEROS
Con un lenguaje no menos profundo, pero sí más cercano a la experiencia humana, el evangelio de Lucas nos hace presente una escena que siempre imaginamos nocturna: “Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido recostado en el pesebre” (Lc 2,16).
• Los pastores escuchan el mensaje celestial, encuentran al que les ha sido anunciado y ellos, a su vez, transmiten el mensaje recibido. La luz de lo alto los guía en la noche. Escuchar, ver y anunciar. He ahí las tres actitudes que caracterizan a los creyentes, es decir, a los que se asoman a los misterios divinos, que transforman a los humanos.
• Como se sabe, los pastores eran despreciados por la sociedad. No eran aceptados como testigos ante los tribunales. Y, sin embargo, ellos son los elegidos por Dios para dar testimonio de su presencia en el mundo. Los evangelizados se transforman en evangelizadores.
EL CORAZÓN
El evangelio de Lucas añade todavía una interesante observación sobre la Madre de Jesús: “María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. ¿Cómo podía vivir con indiferencia el hecho que transformaba toda su vida?
• “María conservaba todas estas cosas”. Recordar es pasar por el corazón los acontecimientos que nos importan. María es modelo de muchas actitudes. También de la actitud de la acogida. No se puede morir de sed si se pasa junto a la fuente y se la ignora. Nadie puede ser salvado si desprecia al Salvador.
• “María meditaba estas cosas en su corazón”. Meditar es reflexionar sobre lo que realmente es importante para la vida. Aprender a saborear lo verdadero, lo bueno y lo bello. Hasta que nuestro corazón llegue a vivir en sintonía con Aquel que es la Verdad, la Bondad y la Belleza.
- Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos.” Así resume san Pablo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios (Gál 4,4).
El Hijo que vive en la eternidad es enviado por Dios y, sin embargo, nace en el tiempo de una mujer. Lo divino ha entrado en la esfera de lo humano. Y ahí está María como hospedera terrena del misterio celestial. Madre del Hijo de Dios, tan divino que puede hacerse humano. Tan humano que nos revela lo divino.
María es la Madre de Dios. “El dogma de la maternidad divina de María fue para el Concilio de Éfeso y es para la Iglesia como un sello del dogma de la Encarnación, en la que el Verbo asume realmente en la unidad de su persona la naturaleza humana sin anularla”. Así lo escribió san Juan Pablo II (Redemptoris Mater, 4).
LOS MENSAJEROS
Con un lenguaje no menos profundo, pero sí más cercano a la experiencia humana, el evangelio de Lucas nos hace presente una escena que siempre imaginamos nocturna: “Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido recostado en el pesebre” (Lc 2,16).
• Los pastores escuchan el mensaje celestial, encuentran al que les ha sido anunciado y ellos, a su vez, transmiten el mensaje recibido. La luz de lo alto los guía en la noche. Escuchar, ver y anunciar. He ahí las tres actitudes que caracterizan a los creyentes, es decir, a los que se asoman a los misterios divinos, que transforman a los humanos.
• Como se sabe, los pastores eran despreciados por la sociedad. No eran aceptados como testigos ante los tribunales. Y, sin embargo, ellos son los elegidos por Dios para dar testimonio de su presencia en el mundo. Los evangelizados se transforman en evangelizadores.
EL CORAZÓN
El evangelio de Lucas añade todavía una interesante observación sobre la Madre de Jesús: “María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. ¿Cómo podía vivir con indiferencia el hecho que transformaba toda su vida?
• “María conservaba todas estas cosas”. Recordar es pasar por el corazón los acontecimientos que nos importan. María es modelo de muchas actitudes. También de la actitud de la acogida. No se puede morir de sed si se pasa junto a la fuente y se la ignora. Nadie puede ser salvado si desprecia al Salvador.
• “María meditaba estas cosas en su corazón”. Meditar es reflexionar sobre lo que realmente es importante para la vida. Aprender a saborear lo verdadero, lo bueno y lo bello. Hasta que nuestro corazón llegue a vivir en sintonía con Aquel que es la Verdad, la Bondad y la Belleza.
- Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
José-Román Flecha Andrés
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario