domingo, 22 de diciembre de 2019

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE JESÚS – CICLO A – (25-12-2019

MISA DE MEDIANOCHE:

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14


“En aquellos días, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.

Éste fue el primer censo que se hizo siendo Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.

También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.

En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.

El ángel les dijo:

- No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.”



MISA DEL DÍA:

Lectura del santo evangelio según san Juan 1,1-18


“En el principio ya existía la Palabra,

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo,

y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida,

y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en la tiniebla,

y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios,

que se llamaba Juan:

éste venía como testigo,

para dar testimonio de la luz,

para que por él todos vinieran a la fe.

No era él la luz,

sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera,

que alumbra a todo hombre.

Al mundo vino,

y en el mundo estaba;

el mundo se hizo por medio de ella,

y el mundo no la conoció.

Vino a su casa,

y los suyos no la recibieron.

Pero a cuantos la recibieron,

les da poder para ser hijos de Dios,

si creen en su nombre.

Éstos no han nacido de sangre,

ni de amor carnal,

ni de amor humano,

sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne

y acampó entre nosotros,

y hemos contemplado su gloria:

gloria propia del Hijo único del Padre,

lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:

- Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás.

El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.”



LA GLORIA Y LA PAZ

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una luz les brilló” (Is 9,2). El profeta Isaías había visto abatirse la desgracia sobre las tierras del norte de Palestina. Pero de pronto ve brillar la esperanza sobre aquella “Galilea de los gentiles”, como era llamada con desprecio por los habitantes del reino de Judá

Ahora bien, esa esperanza está vinculada al nacimiento de un niño: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”. El profeta se alegra y exhorta a su pueblo a la alegría. El niño podrá ser reconocido por su sabiduría y por su amor a la justicia. Sorprendentemente se le dará el título de “Dios guerrero, Padre perpetuo y Príncipe de la paz”.

El salmo responsorial recoge esa profecía y nos invita a cantar: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Sal 95). Y San Pablo escribe a Tito que “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Un hecho que nos exige llevar una vida sobria, honrada y religiosa.


LA NOCHE Y LA LUZ


El evangelio de esta noche de Navidad nos transmite la noticia del Nacimiento de Jesús en Belén de Judea (Lc 2,1-14). Los acontecimientos históricos pueden parecer fastidiosos y hasta llenos de prepotencia. Pero han hecho posible el nacimiento de Jesús en el humilde lugar que señalaban los profetas. Dios escribe derecho con líneas torcidas.

En aquel tiempo, los pastores no eran aceptados como testigos en los tribunales. No eran de fiar. Pero Dios es sorprendente y siempre lo será. Él elige a los pastores como los testigos y mensajeros del nacimiento del Mesías. La grandeza de Dios se sirve de la pequeñez y de la pobreza para hacerse creíble. Los pobres nos evangelizan.

Las palabras de Isaías se hacen realidad. Ahora sí que el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. El texto evangélico contrapone a la noche de nuestra vigilia humana el resplandor de la presencia divina. De hecho, nos dice que a los pastores “la gloria del Señor los envolvió de claridad”. Sólo los humildes y marginados son iluminados.


EL MENSAJE

La última parte de este relato tan conocido nos llena siempre de sorpresa, de humildad y de esperanza.

• De sorpresa, por la noticia: “Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. Nosotros esperamos ser salvador por la técnica o por la política, por la violencia de las armas o por los pactos de poder. Pero el Salvador viene de lo alto.

• De humildad, por la señal: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Desearíamos encontrar la señal de Dios en la fuerza o en la erudición. Pero la verdadera señal es la de la vida inerme. La de la vida que surge en la pobreza.

• De esperanza, por la alabanza angélica: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Buscamos nuestra gloria y por ella nos afanamos. Pero es la gloria de Dios la que nos guía. Su gloria es que el hombre viva. Ese es el signo de su amor.

- Señor Jesús, tú vienes a nuestra tierra en el modo menos imaginable. Queremos acogerte como eres y como vienes. Te reconocemos como nuestro Hermano y como nuestro Salvador. Te presentamos este mundo, el único que tenemos. Bendito seas, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés

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