sábado, 26 de octubre de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 30º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (27-10-2019)

LUCAS 18, 9-14.

“En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido».”


El evangelio de este domingo, es otro de esos relatos, que es necesario meditar despacio, para poder llegar a descubrir lo que nos dice; bueno, quizá mejor que para descubrir lo que nos dice, sería mejor decir para hacer nuestro lo que nos dice.

Dos hombres van al Templo, es decir se ponen delante de Dios, lo mismo que hacemos nosotros ahora. Vivían en el mismo pueblo. Uno era fariseo: rebosante de orgullo por lo bien que hacía todo. Convencido de estar en posesión de la verdad y sintiéndose ejemplo de vida para los demás. El otro era publicano. No conocía bien la ley, y carecía de lo necesario para evaluar su vida. No sabía de qué sentirse orgulloso, más bien todo lo contrario. El fariseo entró lleno de orgullo, salió lleno de orgullo; como no dejó en ningún momento que fuera Dios quién hablara, no pudo enterarse de lo que le pedía, y salió peor que entró. Al publicano le bastaba con estar en la presencia de Dios, no le importaba el sitio, lo único que deseaba era alcanzar su misericordia, porque reconocía que había cosas en él que no eran demasiado buenas.

Los dos personajes del evangelio, representan dos formas, dos estilos de presentarnos ante el Señor. El primero erguido; el segundo, con los ojos abajados. El primero, dando gracias por ser mejor que los demás, el segundo pidiendo perdón por sus pecados. El primero ha presentado en su oración su propia hoja de servicios, a recordarle a Dios que es merecedor de todas sus gracias, exigiendo el pago por lo cumplido y realizado. Su conducta no es el resultado de su amor a Dios, y ni mucho menos del amor que Dios nos tiene, ni de la búsqueda de la voluntad divina, el móvil auténtico y verdadero que le ha llevado a ayunar dos veces por semana, y a pagar el diezmo de todo lo que tiene es solo la recompensa que espera por ello. Hay una falta total de autenticidad, y una hipocresía evidente en lo que está diciendo.

El contrapunto lo pone, el segundo, el pecador. No pide nada; no exige nada. Su actitud es de humildad absoluta en la presencia del Señor. No se cree ante El, merecedor de ningún derecho obtenido por su conducta. Sabe, muy bien, que sus pecados pueden desmerecer cualquier mérito obtenido y tan sólo confía en una cosa, en la misericordia y en el amor que Dios le tiene y solicita la cancelación de sus pecados; pide a Dios compasión.

El erguido, el prepotente, el que se considera superior a los demás, el orgulloso, el que se tiene como justo, el que quiere hacer valer sus méritos, no agrada a Dios en su oración. El humilde, el que se sabe dependiente de la misericordia divina, el que reconoce en el favor de Dios un don, un regalo inmerecido de su bondad, ese ha agradado a Dios en su oración, ese es el que verdaderamente sale justificado, el otro no.

Si el domingo pasado reflexionábamos sobre nuestra condición de orantes, hoy el evangelio nos da pistas sobre cómo debe ser esa oración. Por eso, unas buenas preguntas para hoy y para toda la semana, pueden ser estas o parecidas, ¿Cómo es nuestra oración, cómo nos presentamos nosotros ante el Señor?, ¿con cuál de los dos modelos nos identificamos?, ¿nuestra oración es como la del fariseo, o como la del publicano?

Le pedimos al Señor que nos ayude en nuestra oración , y también le pedimos por todos los que sufren, los que están solos, los enfermos, especialmente a los que conocemos o son de nuestras familias, por todos los que necesitan de nosotros y nosotros les damos de lado.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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