viernes, 5 de abril de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 5º DE CUARESMA – CICLO C – (7-4-2019)

JUAN 8, 1-11.

“En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más».”


Este domingo anterior al Domingo de Ramos se denomina domingo de Pasión, y a la semana que vamos a comenzar “semana de Pasión”. Es el recordatorio de que se está ya en la antesala de la Semana Santa y las iglesias y los templos se preparaban para lo que iba a pasar cubriendo (si recuerdan, porque ya no se hace) las cruces y las imágenes de donde iban a celebrarse los cultos, y se volverían a descubrir en la Vigilia Pascual.

El profeta Isaías en la primera lectura anuncia tiempos nuevos con unos términos que aluden al pasado. El pasado, la historia la debemos contemplar siempre como el recuerdo que nos ayuda a entender lo que pasa hoy y a conseguir con esfuerzo un futuro mejor, es bueno, es necesario tener memoria del pasado para no caer en los mismos errores que se cometieron. No debe entenderse el pasado, sin embargo, con nostalgia como una evasión del presente cuando éste duele, o nos molesta. En la historia de nuestra salvación, las sorpresas de Dios son tantas que deberíamos estar abiertos a cualquier posibilidad. Dios es nuevo siempre, y cuanto más nos acercamos a Él más crece nuestro desconcierto ante su bondad, su belleza y su amor. El creyente, nosotros, cuando contemplamos la obra de Dios, escuchamos en nuestro interior las palabras del profeta “Algo nuevo está ya brotando ¿no lo notáis?”, es la novedad eterna de Dios, cuando la rutina se haga presente en nuestro vivir religioso, esa es la mejor demostración de la poca profundidad de nuestra fe.

La escena de la mujer adúltera, es otra más de las acciones sorprendentes de Jesús, en las que se pone de manifiesto su talante y su estilo, estilo que tanto desconcertó y que le acarreó tantos problemas y es otro de los sucesos por el que los de su tiempo aferrados a las normas y a las costumbres tan típicas del pueblo judío, no aceptaron su mensaje y desconfiaban de él considerándolo un transgresor y alguien que no cumplía la ley.

Vemos dos maneras enfrentadas de entender la moral. Los representantes del judaísmo tienen la Ley por el valor absoluto, Jesús, en cambio pone la salvación de la persona como el principio y referente fundamental. Los letrados y los fariseos, se sienten los responsables de la moralidad pública, para nada piensan en la mujer, sólo les interesa mantener su prestigio y poner una trampa a Jesús. Pero Jesús no entra al trapo, con un buen dominio de sí mismo y de la situación, se declara al margen de su planteamiento que en el fondo encerraba una gran hipocresía y una gran incoherencia, como pudo verse al final. Y les lanza la única afirmación que podía desmontar todos sus argumentos contra la mujer: “Quién de vosotros esté libre de pecado, que lance la primera piedra?”. Después al hablar con ella, cambia de postura, la perdona y le exige, que en adelante no peque más, de nuevo la conversión como signo del encuentro con Jesús.

La mujer recibe de Jesús el mayor regalo: un gran respeto a su dignidad y un fuerte estímulo para preservar en el camino del bien. Todo ello envuelto en un gran amor y una misericordia tan entrañable como discreta. Este ejemplo de Jesús tiene que servirnos para dos cosas: primero y lo más importante seguir descubriendo su amor misericordioso en la línea de los evangelios de los últimos domingos (la higuera, el hijo pródigo). Y segundo que nos estimule a nosotros a imitarle cuando nos encontremos en situaciones parecidas; ¿qué hubiéramos hecho nosotros si hubiéramos estado allí? Respondamos con sinceridad. Quizá como cumplidores de la ley, hubiéramos apoyado a los escribas y a los fariseos. O mejor pensamos en situaciones concretas de nuestra vida cuando nos encontramos en situaciones parecidas, ¿somos de los que condenamos como primera opción?, ¿somos de los que no nos gusta conceder nuevas oportunidades?, ojalá que no caigamos en el orgullo de los contemporáneos de Jesús condenando a los demás, cuando todos estamos necesitados del perdón de Dios.

Le pedimos al Señor que aumente en nosotros ese espíritu de perdón tan propio de la Cuaresma; al tiempo recordamos a todos los que sufren, a los que están solos o enfermos.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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