“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.”
El Evangelio de hoy nos toca muy dentro de nuestra vida y de las relaciones que tenemos con los demás. Jesús nos da unas claves sobre cómo debemos de ver y percibir a los que nos rodean. Muchos sufrimientos humanos se deben a la relación que tenemos con las demás personas. Cuando entramos en contacto con los que nos rodean intervienen dos elementos de gran importancia:
- la actitud interna y externa que tenemos hacia el otro.
- nuestra reacción hacia él.
Estas dos situaciones determinan la cordialidad o la enemistad en el contacto con la otra persona. Hoy la Palabra quiere que entendamos la necesidad de purificar desde el Señor ambas circunstancias. Jesús nos enseña una nueva pedagogía con respecto a las relaciones humanas; bien sabe Dios que nuestra actitud interior y exterior hacia los demás nos puede acercar más al creador o apartarnos de Él.
A la amistad, el llegar a ser amigos de verdad, sólo se llega desde la única senda del amor expresado en las más variadas formas: cariño, atención, apoyo, etc. En cambio, para crearte enemigos los caminos son muy numerosos: una frase a destiempo, un silencio inconveniente, una mueca impropia... Son muchos las vías que tenemos los seres humanos para enemistarnos y una sola la ruta que nos lleva a convertirnos en hermanos.
Hoy la Palabra nos indica y orienta sobre cómo debemos comportarnos con los demás de un modo justo y honesto: "Hagan con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes." Esta es la que se ha llamado la "Regla de oro" de la moral; es como una ampliación del mandamiento nuevo: "amar al prójimo como a ti mismo."
Quizás sea este Evangelio el más nombrado, no en su integridad, por los alejados de la fe. Les desconcierta aquello de "Al que te pegue en una mejilla, ofrécele también la otra..." Siempre hacen una interpretación literal del versículo y nos demuestran bastante a las claras que eso es de débiles o de tontos. Se olvidan esos hermanos alejados que Jesús pasó por una situación parecida y no puso la otra mejilla física, sino que más bien interrogó al que le pegaba haciendo que tomara una decisión entre dos actitudes: Jn 18,22-23. La bofetada que le dieron a Jesús sirvió para cuestionar al otro sobre el sentido de su violencia y sobre la serenidad de una vida justa.
¿Qué nos quiere decir este texto de las mejillas? En realidad es una llamada a la hondura de nuestra vida, a las raíces que tiene que tener un corazón bueno. Lo normal para el mundo sería devolver al mal mayor cantidad de mal, al dolor mayor cantidad de sufrimiento... Es el "ojo por ojo y diente por diente". Sabemos -para eso no hace falta ser creyente- que esta fórmula no funciona. Devolver mal por mal sólo produce mayor dolor y sufrimiento. Para evitar que me hagan sufrir más, yo hago sufrir más al otro... y el otro hace otro tanto...
Jesús rompe el círculo del mal que se multiplica en las relaciones humanas y nos invita a otro camino cuyas características son:
- Desposeernos de tantas cosas y de situaciones interiores que nos impiden relaciones fluidas y afectivas con los demás. En la vida del creyente sólo el amor, no el odio ni la venganza, ni el orgullo, ni el afán de poseer, será el termómetro mediante el cual medimos nuestra cercanía a Dios y a nosotros mismos.
- El mejor remedio para acabar con un enemigo es hacerlo amigo. Tenemos que ayudar a los enemigos, incluso orando por ellos. Devolver mal por mal es un fracaso producido siempre por un corazón mediocre. Sólo los grandes corazones pueden convertir en amor el mal que recibieron y devolver al otro en bondad lo que sembró en maldad. Esto sólo lo entiende y lo vive un corazón enamorado de Dios.
- La misericordia de Dios es el modelo a seguir. Si Dios ni te juzga ni te condena, ¿Por qué tú juzgas, condenas y ejecutas interiormente al otro? Aprende de la misericordia de Dios a entender el mundo y a las personas como remediables, superables, amables. - Amar es perdonar. Sólo perdona y olvida un corazón enamorado. Quien ama no está siempre recordando el dolor pasado y provocado por los que ahora son sus enemigos. Tenemos que aprender a mirar el pasado sin dolor. Amar es no guardar rencor, ni deseo de venganza, ni alegrarse del mal ajeno, ni mucho menos alejarse del que te hizo daño... El ejemplo nos lo dejó Jesús hasta en los últimos momentos de su vida. Jesús murió perdonando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen."
- El amor que nos trae Jesús es universal. No es un amor para un grupo o una raza o una Iglesia determinada. El amor de Dios abarca a todos los seres humanos, amigos y enemigos.
No juzgues a tu hermano hasta que Dios te juzque a ti. Los seres humanos tenemos siempre muy temprano el juicio y la condena del otro. Con mucha frecuencia nos olvidamos que sólo Dios es quien puede juzgar porque sólo Él conoce lo que hay en el corazón de cada persona: sus intenciones, sus miedos y defensas, sus actos y sus cobardías. Hay una pregunta que siempre tenemos que tener muy cerca de nuestra mente y de nuestro corazón: "Tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?" (Sant 4,12).
- ¿Por qué no debemos de juzgar al otro? Todo juicio que hacemos sobre el otro lo sitúa en una parte concreta de nuestra vida y de nuestro corazón. Si creemos de alguien que es un bandido y lo juzgamos sin amor, lo pondremos en un rincón no muy relevante de nuestro corazón y de nuestra vida. Si, en cambio, acogemos al otro con amor, comprendiendo su mundo interior e incluso asumiendo su mediocridad, ya no le despreciaremos; lo veremos como un hermano débil que necesita de nuestra ayuda y apoyo. Es hacer con el prójimo lo que Dios hace cada día contigo y conmigo...
El Evangelio que se vive produce en las personas otra manera de ver, de entender y de responder al mundo y las situaciones que cada día se nos presentan. No hay nada más doloroso que ver a uno que se dice cristiano y piensa y actúa sin los criterios de Cristo. Su vida no está entregada al Señor. Una persona que no intenta cambiar el corazón desde el Señor, convierte a Dios en una simple excusa cuando no en un refugio de sus miedos y angustias interiores.
Si Dios me quiere tanto que me da tanto amor para mí y para los demás, ¿Cómo no soy capaz de vivir como Él vivió?
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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