“En aquel tiempo, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».”
Paso a paso, día a día, hemos ido desgranando el tiempo de adviento, y nos encontramos ya a las puertas de la celebración de una nueva Navidad. El Señor ya está aquí, está a la puerta y llama, nos llama por nuestro nombre para demostrarnos que nos conoce, o por si por nuestra desconfianza no nos atrevemos a abrir, no podemos dejar que pase de largo. Sólo lo podré recibir bien, si he hecho convenientemente el camino del Adviento, convirtiendo mi corazón y cambiando aquello que hay en mí que no encaja con lo que Jesús me pide. Ya tengo encendidas las cuatro lámparas, sólo me queda esperar la auténtica luz que es Jesús y que ella ilumine mi corazón y toda mi persona.
Las lecturas nos lo han presentado a las puertas. Nos hablan ya de Belén, el pueblo pequeño, desconocido y escondido de Israel donde nacerá el Salvador, y nos hablan de María, su madre, que va a visitar a su prima Isabel, porque sabe que la necesita. E Isabel, cuando la ve llegar, no puede hacer otra cosa que llamarla bendita, porque ha tenido la valentía de creer en las promesas del Señor, porque ha tenido la valentía de aceptar los planes del Señor sobre ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Cuando tenemos tan cerca la celebración del nacimiento de Jesús, en estos días en los que la comunidad cristiana espera con gozo la venida del Salvador, cuando los creyentes nos disponemos a celebrar la auténtica Navidad, contemplemos con fe y adoración todo lo que me sugiere este glorioso acontecimiento, meditemos, pensemos un poco en el significado de esta gran noticia.
El parto de María tan humano y tan divino a la vez, nos revela el verdadero rostro de Dios, no caigamos en la tentación de buscarlo en otro sitio, en verdadero rostro de Jesús está en la gruta de Belén. Rostro de Dios que se nos acerca como nunca hubiéramos podido imaginar. Aunque quede siempre en el misterio el hecho de que siendo Dios, se haga hombre como nosotros; si conseguimos hacer nuestra la fe en este acontecimiento, toda la realidad y toda nuestra historia adquiere una luz y un sentido nuevo, positivo y trascendente: “Dios está con nosotros, nos quiere tanto que se ha hecho uno de nosotros”. El nacimiento es la demostración más evidente del amor de Dios “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo a nacer entre nosotros”.
El evangelio nos presenta a María como la primera que creyó en este proyecto de Dios, fue la primera que tuvo la fe suficiente como para creer en Él. Una vez más la fe se nos muestra como el único acceso posible hacia Dios, sólo desde la fe podré aceptar, primero este mensaje, y segundo las consecuencias que ese nacimiento de Dios debe tener para mi vida. Sólo desde la fe podré aceptar y vivir que si Dios es un Dios cercano, yo tengo que ser cercano a los demás que viven junto a mí. Si Dios es un Dios sencillo y humilde, yo debo ser sencillo y humilde. Si Dios es un Dios misericordioso, como he tenido ocasión de vivirlo en el adviento, yo también debo ser misericordioso con los que me rodean. Esto sólo lo podré vivir y aceptar desde la fe, por lo tanto como los discípulos del Señor tengo que saber pedirle “Señor auméntanos la fe”. El hombre religioso debe estar siempre cultivando y profundizando su fe, ya que esta es la única garantía de sus certezas y de sus creencias.
Como todos los años la parroquia nos propone en estas fiestas tener un gesto de amor y desprendimiento con los que son pobres de verdad, lo podemos hacer de muchas maneras, pero hay que hacerlo. Lo puedes hacer ayudando a la hermana Encarna en su trabajo con los pobres de Bolivia, o aportando algo para las instituciones de las ciudad que trabajan por los que no tienen Hijas de la Caridad, Proyecto Hombre, o para las familias atendidas por los grupos de caridad de la parroquia: Voluntarias de la Caridad o Cáritas. Hay mucha necesidad y hay que hacer algo para aliviarla.
Al tiempo que hacemos esto, nos acordamos como siempre de los que se encuentran en peor situación que nosotros, los que están solos y no van tener ni en Nochebuena ni en Navidad ninguna muestra de cariño por parte de nadie que les haga comprender que el Dios que nace es sobre todo un Dios amoroso y cercano.
D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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