viernes, 4 de febrero de 2022

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 5º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (6-2-2022)

 Evangelio de San Lucas 5, 1-11.

“En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar». Simón contesto: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían pescado; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.”


LA GLORIA Y LA DISTANCIA

“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al rey y Señor de los Ejércitos”. Esta exclamación del profeta Isaías (Is 6,5) se sitúa en el marco de una profunda experiencia religiosa, que podría articularse en tres momentos.

En primer lugar, el profeta se ve inundado por el esplendor de la majestad de Dios, que no es accesible a los sentidos humanos. Inmediatamente, a la luz de esa gloria percibe también su pecado, entendido como una distancia insuperable, es decir como la falta de dignidad ante la santidad de Dios. Pero en un tercer momento, de Dios mismo le llega la purificación.

Una vez purificado, Isaías puede recibir la misión que Dios le confiere. Él ha de ser portavoz de su mensaje. Es verdad que no ha de ser fácil. En las palabras divinas del envío se prevé la dureza de las gentes a las que el profeta es enviado. Pero nada puede amedrentar al que ha sido tocado por el fuego que arde ante el santuario.


DE LA MISERICORDIA A LA MISERIA

El evangelio de este domingo 5º del Tiempo Ordinario refleja una experiencia semejante, aunque vivida en un ambiente diverso. Ante una pesca desacostumbrada, Pedro se arroja ante los pies de Jesús (Lc 5,8). Isaías es de Jerusalén, Pedro es de Betsaida. No está en el templo, sino en el mar. Ahora la gloria de Dios se manifiesta en Jesús de Nazaret.

Pero algo muy importante une a los dos relatos. En nuestra sociedad se piensa que las religiones procuran suscitar en sus fieles el sentido de la culpa para ofrecerles a continuación el remedio del perdón. Tal vez sea ese el estilo que adoptan la propaganda política y la publicidad comercial. Pero no es ese el proceso auténticamente religioso.

El camino de Isaías y de Pedro es exactamente el contrario. No va de la culpa a la gracia, sino de la gloria divina al descubrimiento de la verdad humana. No va de la angustia a la súplica. Va del esplendor de la misericordia a la confesión de la propia miseria. Isaías y Pedro descubren que el pecado es siempre la “in-dignidad”, es decir, la distancia ante el Santo.


DEL FRACASO A LA MISIÓN

El hermoso relato evangélico que hoy se proclama subraya la dignidad de Jesús de Nazaret, la exhortación a escuchar su palabra que nos envía a los mares, y la promesa de una misión que

ha de dar sentido a la vida del discípulo. Todo ello apoyado en el diálogo entre Jesús y Pedro. Son cuatro frases que nos interpelan:

• “Rema mar adentro”. Jesús necesita la colaboración de Pedro para su misión. Pero, al aceptar esa ayuda, suscita la generosidad del discípulo y hace posible un futuro inesperado.

• “Por tu palabra echaré las redes”. El discípulo ha de estar dispuesto a reconocer su propio fracaso. Pero hace bien al confiar en la palabra de su Maestro.

• “Apártate de mí, Señor que soy un pecador”. La arrogancia no es buena consejera del discípulo. Descubrir la presencia del Señor sólo puede suscitar asombro y humildad.

• “No temas: desde hoy serás pescador de hombres”. La generosidad del Señor ofrece apoyo a la debilidad del discípulo, al tiempo que aprovecha su capacidad y la transforma.

- Señor Jesús, agradecemos que hayas querido disponer de nuestra pobre capacidad. Humildemente reconocemos la distancia que nos separa de tu grandeza. Pero, asistidos por tu gracia y tu misericordia, estamos dispuestos a aceptar la misión que nos confías.

José-Román Flecha Andrés,

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