“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro».”
MISIÓN Y HOSPITALIDAD
“Un día pasaba Eliseo por Sunem y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y siempre que pasaba por allí iba a comer a su casa” (2Re 4,8). Así comienza la primera lectura que se proclama en este domingo decimotercero del tiempo ordinario. El texto continúa con la referencia a dos datos importantes.
• En primer lugar esta mujer de Sunem sugiere a su marido preparar en la casa una habitación, para que el profeta Eliseo pueda hospedarse allí cuando pase de camino.
• En segundo lugar, Eliseo recompensa aquel gesto de hospitalidad con una solemne promesa: “El año que viene, por estas mismas fechas abrazarás un hijo”.
La mujer practica la hospitalidad con un profeta y él profetiza que el premio será el don de la vida. Con razón podemos “cantar eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88).
El cristiano sabe que su fidelidad al Señor no quedará sin recompensa: “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6,8). A la hora del premio, Jesucristo no puede ser menos generoso que el profeta Eliseo.
UNA FAMILIA UNIVERSAL
En el evangelio que hoy se proclama continúa el llamado “Discurso del envío” (Mt 10,37-42). Jesús no desprecia la familia humana. Pero, con un lenguaje interpelante establece una jerarquía de valores que incluye la radicalidad de la llamada.
La importancia de los lazos familiares pone de relieve esa mayor generosidad que exige el seguir al Maestro. Sin embargo, Jesús ofrece a sus discípulos la hospitalidad de una nueva familia universal que ni siquiera conocen todavía.
• “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”. He ahí una promesa que abre un espléndido horizonte a quien ofrece hospedaje al misionero, identificado con Jesús y con su Padre celestial.
• “El que recibe a un profeta… tendrá recompensa de profeta, y el que recibe a un justo tendrá recompensa de justo”. Es verdad que el amor auténtico florece en el terreno de la gratuidad. Pero Jesús no olvida pregonar la gratitud que alcanzará la hospitalidad.
LA PÉRDIDA Y EL HALLAZGO
Todo el texto evangélico juega con las paradojas y las contraposiciones. Evocar lo que se deja ayuda a subrayar el valor de lo que se encuentra. Los que tratan de seguir a Jesucristo no pueden olvidar ese contraste, esa trasmutación de los valores que proclaman sus palabras:
• “El que encuentre su vida la perderá”. Hay una avaricia que se manifiesta en abrazar con ansia todo lo que uno ha tratado de conseguir. Todo eso en lo que habitualmente se coloca la
comodidad o el prestigio. Pero a fin de cuentas se descubre que ni la codicia genera dignidad, ni la traición al ideal comporta la felicidad.
• El que pierda su vida por mí, la encontrará”. A veces hay que optar por un bien que no siempre parece razonable al observador. Si esa decisión acucia al investigador o al que entrega su vida por intentar defender a otra persona, mucho más relevante es para quien entrega su vida por Cristo y su mensaje.
- Señor Jesús, tú nos llamas a seguirte con generosa radicalidad. Bien sabemos que los bienes que dejamos no dejan de ser bienes. Pero tú nos ayudas a comprender el bien incomparable de vivir tu vida y de entregar la nuestra por ti. Bendito seas, Señor.
José-Román Flecha Andrés
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