Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 15-21
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él».”
UNA TRIPLE RELACIÓN
“Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hech. 8,17). Esas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles cierran la primera lectura que se proclama en la celebración de la misa del sexto domingo de Pascua. Es sorprendente ver que el anuncio de Cristo en Samaría, por obra de Felipe, produce efectos admirables: la liberación del mal, la curación de las enfermedades y la difusión de la alegría.
A la vista de esos prodigios, la comunidad de Jerusalén envía allá a Pedro y a Juan. Su presencia garantiza la autenticidad de aquella misión. Y finalmente la completa con la imposición de las manos sobre los bautizados, que aún no han recibido el Espíritu Santo.
El salmo responsorial (Sal 65) nos sugiere que también hoy la comunidad cristiana ha de alabar al Señor de forma que todos los pueblos reconozcan su grandeza y su santidad.
Pero la alabanza verdadera es inseparable del ejercicio del amor mutuo, que es la auténtica revelación de ese Dios que es amor y padeció por nuestros pecados para llevarnos a Dios(1 Pe 3,17).
VER Y VIVIR
Al igual que el evangelio del 5º domingo de Pascua, también el que hoy se proclama recuerda las solemnes palabras de Jesús después de la última cena. Muchas ideas se agolpan en tan pocas líneas.
• Jesús dirige a sus discípulos una gran promesa. Pedirá al Padre que envíe sobre ellos “otro” Paráclito, es decir, otro Consolador o Abogado. Jesús manifiesta que esa tarea formaba parte de su misma misión. Tarea que ha de ser completada por el Espíritu de la verdad.
• Además Jesús establece una distinción entre sus discípulos y el mundo en el que viven. El mundo no conoce ni puede reconocer al Espíritu. Pero los discípulos lo conocen porque viven en sintonía y mutua habitación con el Espíritu. Por esa señal se caracterizan.
• Aún hay más. Jesús promete también a sus discípulos que nunca los dejará huérfanos. A pesar de las dificultades, ellos podrán verlo y en esa visión consistirá precisamente la vida de la comunidad. Los creyentes vivirán ya en el que vive para siempre.
EL CÍRCULO DEL AMOR
Todavía podemos escuchar y meditar otra promesa de Jesús: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14, 21). Meditemos esas palabras del Señor.
• “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”. En las relaciones humanas la sintonía en los valores y los propósitos es signo de amor. De modo semejante, la prueba del discipulado no está en repetir las palabras del Maestro, sino en aceptar y cumplir sus mandatos.
• “El que me ama será amado por mi Padre”. En las relaciones humanas hay un lazo que une a las generaciones entre sí. También Jesús nos enseña que quien le ama de verdad será amado por el Padre, que nos ha entregado a su Hijo amado.
• “Yo también lo amaré y me manifestaré a él”. En las relaciones humanas, el amor no puede concebirse en una sola dirección. Quien ama espera ser correspondido. Pues bien, Jesús promete amar a aquellos que le han manifestado su amor cumpliendo sus mandatos.
- Señor Jesús, sabemos que tus promesas no son palabras vacías. En tu despedida nos has revelado el horizonte de una triple relación: contigo, con el Padre y con el Espíritu. Una relación que se fundamenta en el amor, en la verdad y en la vida que perdura para siempre. Bendito seas, Señor.
José-Román Flecha Andrés
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