“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
-«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
-«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
-¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creas que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.
COMUNIDAD
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. Este sumario nos evoca la vida de las primeras comunidades de los discípulos del Señor (Hech 2,42). Las unen la escucha de la Palabra, la celebración de los Misterios y el servicio de la caridad.
Esas actitudes no son unos ideales utópicos. Muchos datos nos aseguran que realmente se vivió así, al menos en la comunidad de Jerusalén. La memoria de Jesús no podía ser echada en el olvido. El Espíritu del Resucitado la mantenía en la fe, la esperanza y la caridad.
Con el salmo 117 damos gracias al Señor y proclamamos que Jesús, desechado por los hombres, ha sido glorificado por el Padre, como la piedra angular del nuevo edificio.
Ahora bien, si creemos que Jesús es el Cristo, es decir el Mesías, es que hemos nacido de Dios (1Jn 5,1). Sabemos que si no amamos al prójimo tampoco amamos a Dios. Pero hoy se nos dice también que es el amor a Dios lo que garantiza que nuestro amor a los demás es auténtico. No podemos amar a los hijos de Dios si no amamos a Dios.
LOS DONES DEL RESUCITADO
A estas lecciones y proclamaciones de lo que es y ha de ser la comunidad se añade el mensaje evangélico. Es en el seno de la comunidad donde los discípulos reciben la manifestación del Señor Resucitado (Jn 20,19-31).
• Con su presencia, el Señor trae otros preciosos dones. En primer lugar, llena a sus discípulos de alegría. Además, les desea la paz. Y los envía al mundo, como él mismo había sido enviado por el Padre. No podían esperar tanto aquellos discípulos que habían abandonado a su Maestro en el momento de su arresto y en la hora de su muerte
• Además de la alegría, la paz y el envío, Jesús les comunica un cuarto don, aún más sorprendente. No solo les perdona su abandono, ciertamente vergonzoso, sino que, por medio de su Espíritu, los convierte en mensajeros y agentes de su perdón: “A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.
LA CONFESIÓN DE FE
Con razón el papa Juan Pablo II quiso que este fuera el Domingo de la Divina Misericordia. Ante tales dones del Resucitado hemos de dejar atrás nuestro resentimiento y dar el paso que lleva al apóstol Tomás a pronunciar su personal confesión de fe.
• “Señor mío y Dios mío”. Así reconocemos al que ha nos ha mostrado sus llagas y nos ha demostrado la seriedad de su amor y la gratuidad de su entrega por nosotros y por nuestra salvación.
• “Señor mío y Dios mío”. Así lo adoramos todos los que él ha querido proclamar como bienaventurados, es decir, dichosos y felices, por haber llegado a creer a pesar de no haber visto al Señor Resucitado.
• “Señor mío y Dios mío”. Así agradecemos la misericordia de Aquel que ha perdonado nuestra arrogancia, y nos ha hecho mensajeros y portadores de su perdón para todos los que vuelven a él sus ojos.
- Señor Jesús, agradecemos tus dones y tu misericordia. Ayúdanos a vivir con gozo y responsabilidad nuestra vida en esta comunidad, construida sobre la piedra angular de tu entrega. Bendito seas por siempre. Aleluya.
José-Román Flecha Andrés.
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