“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano te ofende, ve y amonéstalo, tú y él a solas. Si te escucha has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de uno o dos, para que el asunto se resuelva por dos o tres testigos. Si no les hace caso, informa a la comunidad. Y si no hace caso a la comunidad considéralo un pagano o un recaudador. Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os digo también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi Padre del cielo se la concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos.”
* Acostumbramos a desentendernos de las acciones de los demás. Habitualmente decimos cosas como “es su decisión” o “no pudo meterme en su vida”, pero hoy el evangelio dice claramente que nuestro prójimo y su bien es tarea nuestra, que la felicidad del otro también nos concierne; y no se trata de ir diciéndole a los demás lo que deben hacer, sino de ayudarles cuando obran mal.
Esto es la corrección fraterna, la amonestación (no acusación o juicio) que se hace entre hermanos, entre personas que están unidas por el amor; para poder corregir a alguien es preciso quererle. Corregir es un acto de amor que debe realizarse con delicadeza.
La corrección mutua y el diálogo son dos actitudes muy necesarias hoy. Pero esta fraternidad pide de nosotros muchos esfuerzos. Nunca un cristiano, por miedo, puede dejar de corregir al que es su compañero de camino. Y todos nos debemos dejar corregir. Así, poniéndonos de acuerdo, iremos caminando juntos hacia la misma meta.
Y nuestra meta es la santidad. En este camino a la santidad nos acompañamos unos a otros y estamos llamados a ayudarnos. Esta ayuda puede ser de muchas maneras: animando, instruyendo, con el ejemplo, y como nos dice este texto evangélico, advirtiendo al que obra mal. La corrección nace de la preocupación por la santidad de nuestro prójimo.
La experiencia nos indica que corregir no es fácil: amar al otro significa preocuparse por su bien y eso cuesta, pero no es una tarea que deba eludirse. Nos es fácil reconocer esa obligación en los padres, en los maestros, en la jerarquía de la Iglesia..., pero todos estamos llamados a practicar la corrección fraterna.
* Señor, la corrección fraterna nace de mi amor al otro, pero cuando no tengo ese amor, lo más fácil y normal es echarle en cara su pecado sin compasión. No es así como tú me amas: me corriges con paciencia, me ayudas a salir del pecado, esperas mi enmienda, me perdonas y lo olvidas. Este es un aspecto del amor que he de tener hacia todos los que están cerca de mí.
* María, intercede ante tu Hijo para que nos conceda el don de la fraternidad y el diálogo con todos nuestros hermanos.
Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.
Muchas gracias a todos por vuestra participación.
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