domingo, 14 de marzo de 2010

REFLEXIÓN DEL 5º DÍA DEL QUINARIO (13-3-2010)


La reflexión está basada en el evangelio del día cuyo texto corresponde a  Lc18, 9-14 y dice lo siguiente:

            En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: ”Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.


            Cerramos el recorrido de este quinario encontrándonos en un curioso calvario que no es el Gólgota, es un calvario en el que la cruz se para a ver a su Señor y a vivir como su Señor, que es pan en el mundo; y a ver a María, persona en la que Dios hizo este pan para dárselo al mundo.
Tanto el Señor, como su madre, María, nos demuestran que cuando los hombre miran a Dios pueden hacer grandes cosas.

            Hoy vamos a mirar a la Madre, a la que llamamos Loreto en su soledad. Simplemente el nombre nos pone nerviosos, porque nadie quiere sentirse solo, abandonado, sin nadie que mire por él, esperando una vida en amor y encontrando una vida dura en soledad.
Hay quien elige ser individualista pero esa no es la verdadera soledad. La verdadera soledad es amarga porque viene impuesta por el abandono de los otros.

            La soledad de María es serena, de quien sabe que sólo en Dios va a encontrar respuestas absolutas.
Las expectativas hacen sufrir al ser humano: cuando las ponemos en éste o aquél, pocas veces van a tener respuesta.
La soledad de María nos dice que sólo en Dios vamos a poner nuestra esperanza, porque en Él siempre vamos a encontrar la mano tendida, la mirada que acoge.
La soledad de María es un grito al mundo, una invitación para que descubramos que de los hombres vamos a ser abandonados, pero de Dios nunca; de Él siempre va a haber una respuesta afirmativa, una respuesta de amor.

            El fariseo del evangelio piensa que las expectativas las tiene que poner en sí mismo. Nuestra sociedad, construida sobre pies de barro, piensa que las expectativas las tiene que poner en la economía, la ciencia, la industria...; y todo eso es bueno, pero si se absolutiza te deja en el aire.
Los que ponen su confianza en estos pilares viven una soledad amarga, no serena, porque cuando los médicos no pueden hacer nada, cuando la economía no responde, cuando la industria va mal..., viene esa soledad amarga.
María, sin embargo, pone su confianza en Dios, y me enseña a poner la seguridad y certeza sólo en el Dios que me ama y se entrega por mí. Y esta es la soledad serena, la de quien sabe vivir en medio del mundo sin el error de poner la confianza en la obra de nuestras manos.

            La soledad de María es un grito en el sentido de que, cuando el hombre rechaza al otro, provoca el sufrimiento de los demás.
La soledad de María es consecuencia de la injusticia del mundo, del hombre que quita de en medio al que ha venido a traer el amor al mundo.
El grito de María al mundo es. ¿os dais cuenta de que cuando rechazáis la verdad y el bien traéis el sufrimiento, la soledad y el dolor al ser humano?

            Con este mensaje no se puede tener éxito. Al fariseo no le gustaba que Dios le dijera que la confianza no había que ponerla en sí mismo; a la sociedad no le va a gustar que se le diga que la confianza hay que ponerla en Dios.
Esta es una labor para vosotros como Hermandad. No dejéis de gritar que se necesita la verdad, la luz para caminar. Y no hacer de la luz algo de un solo día al año; llevadla a todo Jerez durante todos los días del año. Sed un grito sereno y confiado de que sólo en Dios descansa la vida.

            Os invito a descubrir que en medio de la soledad, de las dificultades, del sufrimiento, brilla el corazón; brilla el amor de Dios que, como en María, no deja de gritar.
El corazón de un cristiano está aquilatado con el amor de Dios y ese nadie lo puede apagar.
Que Cristo arda en vuestros corazones hecho pan, entrega, eucaristía, palabra, para que en medio de tanta soledad en este mundo, podamos ser como María; y así seamos capaces de estar junto a los que pasan dificultades, como María estuvo junto a la cruz.

                 “Poned vuestra confianza en Dios que todo lo hace nuevo”.


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