sábado, 31 de agosto de 2019

WEB CANDIDATURA HERMANDAD DE LORETO

Nos complace informaros a todos de que ya tenemos disponible el espacio web en el que se irá publicando toda la información relacionada con la candidatura a Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad de Loreto.

Os animamos a que lo visitéis y nos hagáis llegar vuestras sugerencias, ideas, propuestas...

Además, nos gustaría felicitar a nuestro hermano Enrique Fernández por tan magnífico trabajo.

Podéis acceder a él en la siguiente dirección:

https://candidaturaloretojerez.com


EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 22º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (1- 9 2019)

LUCAS 14, 1.7-14.

“En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».”


“Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”, sabias palabras que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Eclesiástico. “Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”, radical esta sentencia de Jesús que nos dirige en el texto evangélico de este domingo ya de finales de verano. Muy claro también el ejemplo de los convidados a la boda que nos ha puesto el Maestro en este día de fiesta.

Toda la palabra de Dios de hoy nos habla de la importancia de la humildad y la sencillez en el repertorio de conductas de los cristianos. Pero es un tema del que da mucho, mucho reparo hablar, porque se pueden decir muchas cosas sobre él y todo el mundo está de acuerdo en ellas, pero eso hace precisamente que no se lleven a la práctica, que no se cumplan a la hora de hacerlo realidad, es un tema en que muy fácilmente se puede caer en la demagogia, que es lo mismo que decir cosas sabiendo que no se cumplen. O sea es un tema del que se suele hablar mucho, pero que después nadie hacemos lo que decimos o creemos sobre él.

Las grandezas humanas. Qué necesidad de subirse a ellas, creérselas, y mirar con desprecio a los demás creyéndonos más altos, más grandes y más dignos que ellos. Qué común es ver este tipo de comportamiento en todos los estamentos de la sociedad, también en el eclesiástico, y entre los creyentes. Los escalafones, los peldaños, los altos y bajos niveles. Todos aspiramos a ellos. Cuando nuestra relación con el que tenemos al lado es para creernos mejores que él, más sobresalientes, anida en nosotros una gran equivocación que nos aleja del mensaje cristiano. Nos cuesta aceptar que todos somos igualmente pecadores e igualmente necesitados de la misericordia de Dios, a qué viene ese sentirse como merecedor de esos primeros puestos, cuando el Señor, como vimos el domingo pasado, mandaba a estos a los últimos, precisamente por esa actitud de vanagloria.

La dignidad no la da ni el poder, ni el cargo, ni los ascensos, ni lo reconocimientos, nuestra dignidad emana de nuestra condición de personas, y si además añadimos nuestra condición de Hijos de Dios, eso es lo que nos dignifica y echa por tierra todo lo que huele a soberbia y prepotencia.

Cuando cualquier cargo o responsabilidad que podamos tener nos sirve para apartarnos de los otros o ponernos enfrente de ellos, cuando sirve para alimentar la propia vanidad y no se entiende como un verdadero servicio, cuando es excusa para pisar a los demás en su integridad y dignidad, nos estamos desviando de lo que es el espíritu evangélico, el verdadero espíritu de Jesús. Estamos creyendo una cosa y practicando otra muy distinta, de ahí la dificultad que les decía al principio a la hora de hablar de este tema.

Ahora bien, el cristiano se sabe imperfecto y se reconoce pecador, necesitado de conversión, y debe saber reconocer esta falta en él, pero al mismo tiempo vive en la esperanza de la superación constante, se sabe querido y perdonado por Dios y eso lo lanza a una realidad enormemente creativa y llena de vida. Se siente pequeño y humilde, porque percibe la realidad de sus fracasos, de sus fallos, pero al reconocer la misericordia constante de Dios eso le da nuevos ánimos en su luchar diario, mirando siempre hacia delante en todos sus proyectos, abriéndose a todo lo que la sociedad le ofrece de bueno y estimulante, desarrollando un espíritu de apertura ante las nuevas realidades, no teniendo miedo a todo lo que es manifestación de ideas en este mundo tan plural que nos ha tocado vivir, sabiendo convivir con todos, estando atentos a todos. Y esto lo hacemos desde ese reconocimiento de la presencia de Dios junto a nosotros.

Le pedimos al Señor que haga desaparecer de nosotros todo lo que significa soberbia, y creernos superiores a los demás, todo lo que signifique orgullo y vanidad, porque eso hace que no nos llevemos bien unos con otros. Recordamos de forma especial a todos los que sufren, a los que están solos, enfermos, a todos los que necesitan de nosotros y nosotros le damos de lado.


D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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sábado, 24 de agosto de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 21º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (25-8-2019

LUCAS 13, 22-30.

“En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; y él os replicará: No sé quiénes sois. Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él os replicará: No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán los primeros y primeros que serán los últimos».”


El texto del evangelio de hoy se ha prestado a muchas interpretaciones, pero en el fondo encaja perfectamente con lo que es central en el evangelio de San Lucas, evangelista que se caracteriza por describir a un Dios que siempre tiene presentes a los excluidos y marginados de entonces (los leprosos, las prostitutas, los pecadores), los cuales son su preferidos, y por su idea de presentar a Dios como sumamente misericordioso con todos y no sólo con unos cuantos privilegiados.

A la pregunta que le hacen a Jesús sobre las posibilidades de salvarse de unos y otros, que en definitiva da por sentado de que Dios selecciona a unos en detrimento de otros, Jesús, con la habilidad que le caracterizaba, no responde directamente, sino que lo hace con una imagen en la que habiendo primeros y últimos, lo que no está muy claro es quienes serán unos y quienes serán otros.

¿Quiénes son los primeros y los últimos para Dios? Esta es la pregunta clave a la que hay que intentar responder no con nuestros criterios, sino con los criterios de Dios, porque si no a que viene esa sentencia de Jesús: Hay primeros que serán últimos y últimos que serán primeros.

Hay algunos, que ellos se consideran primeros, que están deseando que se abran las puertas y ocupar los puestos de privilegio, son los que se creen que van a tener la opción de entrar y disfrutar porque se lo han ganado. Están completamente seguros de que a ellos les llegará la entrada y se ven pasando por ese torno selectivo que se abre únicamente para los que tienen el correspondiente pase. Piensan que a los demás es dudoso, más bien casi seguro, que no les tocará la suerte de poder entrar. Y si el aforo, como dicen otros es pequeño, habrá muchos más aspirantes que plazas. Contra los que piensan así, es contra los que van dirigidas estas palabras de Jesús.

Lo que diferencia a los integrantes de esa fila imaginaria que Jesús hace, es que éste, Jesús, tira por tierra la seguridad que tienen unos y otros: mientras que para unos la seguridad la tienen porque se la han ganado con sus propias fuerzas y su conducta, lo cual es señal de autosuficiencia, los otros sólo confían en que ocurra algo que les permita entrar, porque saben que sus méritos nunca serán suficientes, esa es la diferencia. Pero lo que no hacen estos últimos, es quitarse de la fila, no, ellos a pesar de ser los últimos están ahí, porque saben que algo tiene que suceder que les va a permitir entrar. Y ese algo es su confianza en un Dios misericordioso que es capaz de hacer cualquier cosa para que todos entren, incluso que los primeros sean últimos y los últimos primeros. En un Dios que presenta la salvación desde la absoluta libertad de su amor infinito, más allá de nuestros méritos y nuestras imposiciones.

Cuando pensamos que Dios debe ser como nosotros pensamos y somos capaces de exigirle que se adapte a nuestras pretensiones, llega Él y nos sacude los esquemas, sacude nuestras seguridades y la imagen que nos habíamos creado para que la reconstruyamos con un mayor sentido de fidelidad al modelo que Él quiere mostrarnos.

En el espacio de Dios cabemos todos, los de una raza y los de todas las razas, los de un color y los de todos los colores. Los de una religión y los de todas las religiones. Ya lo había intuido Isaías con la belleza de la imagen que hemos escuchado en la primera lectura: Vendré para reunir a las naciones de toda lengua, de todos los sitios, de todos los rincones. La ciudad del Dios está abierta a todos, con una puerta estrecha, pero no una puerta cerrada. En las puertas estrechas hace falta mucha generosidad para poder entrar, porque no se caben todos a la vez, hace falta ser solidario para ayudar a otros a entrar y no preocuparnos sólo de nosotros.

Por eso hoy le pedimos al Señor, que nos de la fuerza suficiente para sentirnos invitados a entrar por la puerta que Dios nos señala, nadie debe quedarse fuera, todos estamos invitados. Le pedimos al Señor que nos de fuerza para intentarlo, se lo pedimos los unos para los otros, al tiempo nos acordamos de los que sufren las consecuencias del odio por cuestiones políticas o religiosas, de los que están solos, de los enfermos, especialmente los que conocemos o son de nuestras familias.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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sábado, 17 de agosto de 2019

ELEVANGELIO DEL DOMINGO: 20º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (18-8-2019)

LUCAS 12, 49-53.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».”


Hay palabras de Jesús que, por supuesto, nosotros, y cualquier persona de bien firmaría y aceptaría sin vacilar, todo lo que dijo relacionado con el amor, la entrega a los demás, la cercanía con los desfavorecidos, el aceptar a todos incluso a los que no contaban para nada en su época. Pero hay otras que resultan extrañas, difíciles de entender, y que resuenan en nuestros oídos como de una forma rara. Una de estas pueden ser las que nos trae el evangelio de hoy, y son las que acabamos de escuchar: “No he venido a traer paz al mundo, sino división. En adelante una familia estará dividida… el padre contra el hijo y el hijo contra el padre”. Estas palabras, puesto que es un mensaje difícil, y aparentemente contradictorio con otras palabras suyas, están dichas, para facilitar que sus discípulos las recuerden fácilmente, y sepan en qué momento y cómo las dijo el Señor. A veces, cuando queremos transmitir algo que no pase desapercibido utilizamos formas extraordinarias, como para llamar la atención. En estas situaciones, como el evangelio de hoy, aparece un Jesús polémico que nos indica que los principios que él propone no tienen nada que ver con los nuestros.

Jesús, llamaba a la cosas por su nombre siempre, nos se andaba con medias palabras o medias verdades, como por ejemplo: haz esto, pero si no te apetece déjalo, o haz esto otro, si ves que esto otro te va a llevar mucho esfuerzo, no te preocupes si lo colocas en un segundo plano. Esta no era la manera de hablar del Maestro, este no era el modo de transmisión de su Buena Noticia. Por eso incomodó mucho, y a muchos, sobre todo a los que estaban demasiado seguros en las sociedad de su tiempo, a los codiciosos, a los que se consideraban perfectos, o se tenían por buenos. Por eso su menaje le acarreó tantos problemas y dificultades. Si echamos una ojeada al santoral, o sea a la vida de aquellos que lo siguieron de una forma especial, todo él está lleno de casos de personas que por su fidelidad a Jesús, su modo de vivir, les produjo más de una preocupación y más de un sufrimiento. O sea, que el mensaje de Jesús cuando se vive de una forma auténtica, con convencimiento pleno de lo que se hace, suele traer consigo problemas y dificultades para aquellos que lo cumplen con fidelidad. Y por aquí va el mensaje de Jesús en este domingo de agosto.

La división anunciada por Jesús, la confrontación por él prevista, se producirá porque su mensaje, su Buena Noticia, nos pone a cada uno, a cada uno de nosotros, ante la opción de elegir entre lo que Él nos dice y lo que nosotros desearíamos hacer. Este es el enfrentamiento y la división que el anuncia y no otro. El mensaje de Jesús me coloca en esta tesitura, tengo que elegir entre lo que él me pide, y lo que a mí me gusta. El tener que optar por una u otra cosa, no cabe duda, que me producirá más de un quebradero de cabeza, me producirá más de una división en mi interior. Y si además me encuentro o vivo con personas a las cuales este mensaje no les dice nada, ni les va ni les viene esa división y ese choque puede ser mucho mayor, cuando yo intento ser fiel.

El evangelio pretende ponernos en alerta a cada uno de los que queramos oírlo, ante la rutina y la poca importancia que damos la mayoría de las veces a lo que creemos, pretende ponernos en alerta ante la poca resonancia que tiene nuestra fe en lo que hacemos, cumplimos unas cuantas cosas, pero en otras muchas nuestra fe no es tenida en cuenta para nada.

Este es el mensaje de Jesús en este domingo, mensaje que nos anima a pensar y a reflexionar en nuestro interior, sobre nuestra dimensión de hombres y mujeres creyentes en este mundo nuestro, mensaje que no es que nos invite a ser héroes, pero sí a tomarnos más en serio lo que creemos y que empecemos reconociendo las cosas que no hacemos. Le pedimos al Señor que nos ayude a poco a poco ser cada día más fieles a lo que él nos pide a cada uno.

Se lo pedimos al Señor, y lo hacemos al tiempo que recordamos a todos los que están solos, enfermos, a los que no pueden tener tiempo de vacaciones por distintas razones, a los que necesitan de nosotros y nosotros seguimos sin hacerles caso y les damos de lado.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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jueves, 15 de agosto de 2019

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA – CICLO C – (15-8-2019)

LUCAS 1, 39-56.
“En aquel tiempo, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre”. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”.


En un pueblo mariano por excelencia como es el nuestro, donde es casi imposible que puedas encontrar algún rincón, algún pueblo, donde no haya una advocación mariana, es fácil aceptar lo que es una verdad evidente, que desde los comienzos de la era apostólica, desde sus inicios, la Iglesia ha tenido una gran consideración por María, la madre de Jesús. Desde que en el libro de los Hechos de los Apóstoles aparece orando con los discípulos, después de la ascensión del Señor, hasta ahora, el reconocimiento y la consideración por María ha sido algo siempre presente entre los creyentes católicos. Esta realidad ha logrado que partiendo del sentir del pueblo sencillo se definan creencias y dogmas, que quizá por otros caminos no hubieran sido posibles. La Biblia nunca habla de la asunción de María, como no habla de otros dogmas marianos pero en 1950 el Papa Pio XII establece como verdad de fe la Asunción de María. Esta verdad creída, aceptada por la Iglesia y creída por los fieles desde siempre es lo que celebramos hoy el 15 agosto.

La asunción de María significa para nosotros aliento y consuelo para nuestra esperanza, el que creamos que María de Nazaret esté ya en el cielo, es solo una figura y una anticipación de que la Iglesia y con ella cada uno de los creyentes, nosotros, seremos también glorificados al lado de nuestro Padre Dios.

Lo interesante de la Palabra de Dios de hoy es fijarse en la lectura evangélica que la Iglesia nos propone para comprender la grandeza y la dignidad de María. Menos mal, que al menos en las Sagrada Escrituras, podemos encontrar personas como María, que pese a tener una misión tan especial encomendada por Dios, lo supo aceptar con humildad y con espíritu de servicio.

Isabel saluda a María de una forma magistral “Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” era un buen recibimiento a su prima que iba a ayudarla en la necesidad. Y la respuesta de María no se queda atrás, el canto del Magnificat, un canto tan impresionante y tan lleno de contenido que desborda todo lo que nosotros podamos decir de él. Digamos lo que digamos no lo podremos hacer mejor que ella lo hizo. Dice el refrán de la “abundancia del corazón habla la boca”, ella que se siente querida por Dios, proclama su grandeza y vive esa relación desde la humildad y la aceptación de sus planes sobre ella. Dios no solamente mira el pequeño, al pobre o al humilde, si no que cuenta con ellos, y los capacita para realizar su misión precisamente por ser así. A pesar de nuestros pecados, su misericordia llega a nosotros, desbordada, sin medida. Nada importa que seamos poca cosa, poco fiables, Dios sigue acordándose de su misericordia, porque nuestros pecados son muchos y repetidos.

La oración que brota de labios de María enfrenta, por otra parte, a dos grupos bien distintos: los poderosos, los ricos y los soberbios de corazón, y por otro los que se humillan, los humildes y los pobres. Es evidente que el evangelio y que Dios optan claramente por los humildes y resulta molesto para los soberbios y los poderosos. Porque María forma parte de los humildes y de los pequeños, la celebramos hoy exaltada y glorificada por la mano poderosa de Dios. A ese mismo destino estamos llamados nosotros. El camino para acompañar a María no es otro que el que recorrió ella: “Aquí está la esclava del Señor”.

Esta celebración mariana nos impulsa a los cristianos de hoy a realizar dos grandes y difíciles misiones: por una parte saber reconocer a al Señor, saber descubrirlo en nuestra vida, en los que nos pasa todos los días, en las cosas buenas y en las malas, y por otra saber darle gracias y bendecirlo cuando siento que obra a través mío.

Que la celebración de esta fiesta nos ayude a mirar como Dios nos mira y nos alegre el corazón, porque la misericordia de Dios, confirmada en la fiesta de la Asunción de María, ha llegado a nosotros, y la notamos cada día cuando vivimos nuestra relación con el Padre siempre dispuesto a acoger y a perdonar.

Se lo pedimos al Señor, al tiempo que recordamos a los enfermos y a los que sufren, para siempre encuentren en nosotros una ayuda en su dolor.


D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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sábado, 3 de agosto de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 18º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (4-8-2019)

LUCAS 12, 13-21.

“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?». Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».”

La recomendación de San Pablo en su carta los cristianos de la ciudad de Colosas y el evangelio de san Lucas nos van a servir de guía, para nuestra reflexión, en este domingo veraniego.

En nuestra vida quizá nos preocupe demasiado el tener, el conservar y acumular los bienes de la tierra: el dinero, el prestigio social, el mirar por encima del hombro a los otros. El apóstol nos propone una mayor altura de miras. Nada puede ser más valioso que la vida misma; ningún bien pasajero puede ser comparable al bien de la vida feliz y eterna. Es más, para el cristiano, el amor, el seguimiento de Jesús, la fraternidad con todos, el perdón de las ofensas, la búsqueda de la voluntad de Dios, y tantos otros valores que el Señor nos enseñó, deben primar sobre los afanes de poseer, de tener cuanto más mejor, y que parece que son los que más nos preocupan. Nadie niega que los bienes de la tierra sean necesarios, lo son sin duda, pero sí negamos que esos bienes tengan que suplir la importancia de esos otros que están por encima del excesivo afán de acumular, y de juntar, y que ese afán apague y haga desaparecer esos otros valores que nos hacen tener un punto de mira distinto.

El evangelio que hemos escuchado viene a confirmar esto que acabamos de decir: aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Qué razón tiene esta frase. La medida de la vida no la da lo material, o mejor no la da únicamente lo material. La parábola nos sitúa ante una persona que no ha calculado bien, ha pensado únicamente en su vida pero mirando sólo de tejas para abajo. No ha pensado que su vida depende también de otras cosas, de otros valores, de otras decisiones, de otros acontecimientos. Ha calculado su bienestar únicamente desde los bienes acumulados, y en esto está precisamente su error. No va a disfrutar de nada de lo que ha acumulado, otros lo harán, pero su vida trascurrirá por unos derroteros que él ni siquiera había intuido.

La sentencia final de la parábola vuelve a enfrentar a los bienes de aquí abajo y los bienes de allá arriba; vuelve a enfrentar lo que es la riqueza para sí y la riqueza para Dios. Esta última es la que debe importarnos y no tanto la primera. La primera (la riqueza para sí) es completamente insolidaria, egoísta, (túmbate, come y bebe y date buena vida), sólo piensa en sí mismo, no tiene para nada en cuenta lo que pasa alrededor, únicamente piensa en acumular sin reparar en los medios utilizados y sin preocuparse de nada más.

No cabe duda de que Jesús condena muy duramente dos defectos, que por otra parte pueden anidar muy fácilmente en nuestro corazón, que son la ambición y la codicia. La ambición y la codicia representan ese desmesurado afán por poseer, por tener cuanto más mejor, sin reparar en nada ni en nadie, sin pensar en cómo se llega a tener tanto, y sin reparar que a tu lado, hay gente, hay personas, que están menguando cada vez que tú estás amontonado más. El codicioso, y el ambicioso están muy lejos de los planes del Señor para con nosotros, están muy lejos de lo que significa el mensaje solidario de Jesús.

Y no se trata como decimos siempre de que miremos para otro lado, o que juzguemos a otros sobre este mensaje, no, se trata de que me juzgue a mí mismo. Que descubra las veces que mi corazón siente y se comporta con esas dosis de codicia y de ambición, que haga un examen serio, siendo capaz de descubrir lo que hay en mí de codicioso y de ambicioso, que a lo peor es más de lo que creo.

Por eso en este domingo le pedimos al Señor que destierre de nuestro corazón todo lo que hay en él de insolidario, todo ese afán de tener por tener, de considerarnos importantes no por lo que somos, sino por lo que tenemos. Que haga de nuestro corazón un corazón de carne, que siente, que es sensible a las necesidades de lo demás, y elimine ese corazón duro, se lo pedimos al Señor.

Y lo hacemos al tiempo que pedimos por todos los que sufren, los enfermos, especialmente a los que conocemos, los que están solos, pedimos por aquellos a los que les falta los más importante para vivir que es el sentirse querido por las personas que tienen cerca, pedimos por ellos.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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