viernes, 22 de febrero de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 7º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (24-2-2019)

Lucas 6,27-38

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.

Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.

¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.”



El Evangelio de hoy nos toca muy dentro de nuestra vida y de las relaciones que tenemos con los demás. Jesús nos da unas claves sobre cómo debemos de ver y percibir a los que nos rodean. Muchos sufrimientos humanos se deben a la relación que tenemos con las demás personas. Cuando entramos en contacto con los que nos rodean intervienen dos elementos de gran importancia:

- la actitud interna y externa que tenemos hacia el otro.

- nuestra reacción hacia él.

Estas dos situaciones determinan la cordialidad o la enemistad en el contacto con la otra persona. Hoy la Palabra quiere que entendamos la necesidad de purificar desde el Señor ambas circunstancias. Jesús nos enseña una nueva pedagogía con respecto a las relaciones humanas; bien sabe Dios que nuestra actitud interior y exterior hacia los demás nos puede acercar más al creador o apartarnos de Él.

A la amistad, el llegar a ser amigos de verdad, sólo se llega desde la única senda del amor expresado en las más variadas formas: cariño, atención, apoyo, etc. En cambio, para crearte enemigos los caminos son muy numerosos: una frase a destiempo, un silencio inconveniente, una mueca impropia... Son muchos las vías que tenemos los seres humanos para enemistarnos y una sola la ruta que nos lleva a convertirnos en hermanos.

Hoy la Palabra nos indica y orienta sobre cómo debemos comportarnos con los demás de un modo justo y honesto: "Hagan con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes." Esta es la que se ha llamado la "Regla de oro" de la moral; es como una ampliación del mandamiento nuevo: "amar al prójimo como a ti mismo."

Quizás sea este Evangelio el más nombrado, no en su integridad, por los alejados de la fe. Les desconcierta aquello de "Al que te pegue en una mejilla, ofrécele también la otra..." Siempre hacen una interpretación literal del versículo y nos demuestran bastante a las claras que eso es de débiles o de tontos. Se olvidan esos hermanos alejados que Jesús pasó por una situación parecida y no puso la otra mejilla física, sino que más bien interrogó al que le pegaba haciendo que tomara una decisión entre dos actitudes: Jn 18,22-23. La bofetada que le dieron a Jesús sirvió para cuestionar al otro sobre el sentido de su violencia y sobre la serenidad de una vida justa.

¿Qué nos quiere decir este texto de las mejillas? En realidad es una llamada a la hondura de nuestra vida, a las raíces que tiene que tener un corazón bueno. Lo normal para el mundo sería devolver al mal mayor cantidad de mal, al dolor mayor cantidad de sufrimiento... Es el "ojo por ojo y diente por diente". Sabemos -para eso no hace falta ser creyente- que esta fórmula no funciona. Devolver mal por mal sólo produce mayor dolor y sufrimiento. Para evitar que me hagan sufrir más, yo hago sufrir más al otro... y el otro hace otro tanto...

Jesús rompe el círculo del mal que se multiplica en las relaciones humanas y nos invita a otro camino cuyas características son:

- Desposeernos de tantas cosas y de situaciones interiores que nos impiden relaciones fluidas y afectivas con los demás. En la vida del creyente sólo el amor, no el odio ni la venganza, ni el orgullo, ni el afán de poseer, será el termómetro mediante el cual medimos nuestra cercanía a Dios y a nosotros mismos.

- El mejor remedio para acabar con un enemigo es hacerlo amigo. Tenemos que ayudar a los enemigos, incluso orando por ellos. Devolver mal por mal es un fracaso producido siempre por un corazón mediocre. Sólo los grandes corazones pueden convertir en amor el mal que recibieron y devolver al otro en bondad lo que sembró en maldad. Esto sólo lo entiende y lo vive un corazón enamorado de Dios.

- La misericordia de Dios es el modelo a seguir. Si Dios ni te juzga ni te condena, ¿Por qué tú juzgas, condenas y ejecutas interiormente al otro? Aprende de la misericordia de Dios a entender el mundo y a las personas como remediables, superables, amables. - Amar es perdonar. Sólo perdona y olvida un corazón enamorado. Quien ama no está siempre recordando el dolor pasado y provocado por los que ahora son sus enemigos. Tenemos que aprender a mirar el pasado sin dolor. Amar es no guardar rencor, ni deseo de venganza, ni alegrarse del mal ajeno, ni mucho menos alejarse del que te hizo daño... El ejemplo nos lo dejó Jesús hasta en los últimos momentos de su vida. Jesús murió perdonando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen."

- El amor que nos trae Jesús es universal. No es un amor para un grupo o una raza o una Iglesia determinada. El amor de Dios abarca a todos los seres humanos, amigos y enemigos.

No juzgues a tu hermano hasta que Dios te juzque a ti. Los seres humanos tenemos siempre muy temprano el juicio y la condena del otro. Con mucha frecuencia nos olvidamos que sólo Dios es quien puede juzgar porque sólo Él conoce lo que hay en el corazón de cada persona: sus intenciones, sus miedos y defensas, sus actos y sus cobardías. Hay una pregunta que siempre tenemos que tener muy cerca de nuestra mente y de nuestro corazón: "Tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?" (Sant 4,12).

- ¿Por qué no debemos de juzgar al otro? Todo juicio que hacemos sobre el otro lo sitúa en una parte concreta de nuestra vida y de nuestro corazón. Si creemos de alguien que es un bandido y lo juzgamos sin amor, lo pondremos en un rincón no muy relevante de nuestro corazón y de nuestra vida. Si, en cambio, acogemos al otro con amor, comprendiendo su mundo interior e incluso asumiendo su mediocridad, ya no le despreciaremos; lo veremos como un hermano débil que necesita de nuestra ayuda y apoyo. Es hacer con el prójimo lo que Dios hace cada día contigo y conmigo...

El Evangelio que se vive produce en las personas otra manera de ver, de entender y de responder al mundo y las situaciones que cada día se nos presentan. No hay nada más doloroso que ver a uno que se dice cristiano y piensa y actúa sin los criterios de Cristo. Su vida no está entregada al Señor. Una persona que no intenta cambiar el corazón desde el Señor, convierte a Dios en una simple excusa cuando no en un refugio de sus miedos y angustias interiores.

Si Dios me quiere tanto que me da tanto amor para mí y para los demás, ¿Cómo no soy capaz de vivir como Él vivió?

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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sábado, 16 de febrero de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO:6º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (17-2-2019)

Lucas 6,17.20-26

“En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

- Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.”



Las bienaventuranzas tienen también otro nombre y es el de felicidad. Felicidad y bienaventuranza es lo mismo. La felicidad que Jesús nos ofrece no es sólo para esta vida sino que trasciende mucho más allá la realidad material de nuestra existencia.

Los seres humanos estamos llamados a la felicidad en nuestra vida y en nuestro futuro después de la muerte. Cada persona, incluso los que se desvían del camino, intenta ser feliz a su manera, a su forma, buceando por las profundidades de su vida. El infeliz es aquel que ha buscado ser bienaventurado por caminos equivocados, con métodos erróneos y con fines muy concretos. Los que piensan que el sexo, el poder, el dinero y otras tantas cosas aportan la felicidad, bien pronto descubren que estas parcelas de la vida humana son sólo eso, parcelas que no responden a la plena integridad de su vida.

Jesús propone a sus discípulos una opción que no se divide en parcelas. No propone ser feliz con el dinero, ni con el poder ni con el sexo, ni con nada material en concreto. El Maestro nos enseña el camino de la felicidad desde un ser y saber qué es lo que realmente llena el corazón de las personas.

Hay gente que llena su vida de cosas pero su corazón está muy, pero que muy vacío. Un corazón vacío produce ecos terribles en la vida de las personas: ecos de miedo, de sin sentido, de insensatez y de inseguridad. Los ecos tienen forma de pesadillas, cargos de conciencia, dolor por el pasado, cobardía...

¿Cómo es el camino de la felicidad que Jesús nos propone? ¿Qué elementos tiene que existir en la vida de las personas que seguimos al Señor para disfrutar de lo que nos propone?

La primera condición para lograr la felicidad es tener oídos para Dios. Escuchar desde el corazón lo que Dios nos pide y desea para nosotros. Nuestro creador no quiere que la tristeza, ni el pesimismo, ni la amargura estén continuamente presentes en nuestra vida, de ahí que nos ofrece caminos concretos para llegar a la felicidad plena.

Hay gente que se conforma con felicidades descafeinadas, con felicidades de urgencia, con felicidades paliativas... pero lo que Jesús nos ofrece es otra cosa...

Las actitudes que Jesús nos propone nos hacen ver dos condiciones, dos mundos, dos maneras de vivir. Depende de la elección que hagamos se hará realidad las promesas de Jesús.

- "Felices los pobres porque el reino de Dios les pertenece." No se refiere a los pobres sociológicos sino aquellos que tienen su confianza puesta sólo en el Señor. Todo lo que necesito para ser feliz está dentro de mi absoluta confianza en Dios; no necesito más. Quienes son capaces de dejar espacio para Dios y que no existan obstáculos materiales en sus adentros, recibirán el reino de Dios. Bien sabe Jesús que las cosas y las personas nos pueden robar el corazón aunque sólo sea para alcanzar breves conatos de felicidad...

- "Felices los que tienen hambre, porque quedarán satisfechos..." El alimento es una de las primerísimas necesidades del ser humano. Antes de hablar de la felicidad tenemos que procurarnos el alimento, no sólo el material sino el que interiormente nos sustenta. No es casualidad que Jesús se quedara entre nosotros como alimento. ¿Qué alimenta tu vida para seguir adelante?

- "Felices los que ahora lloran, porque después reirán." Los llantos de ahora como consecuencia de las incomprensiones, de los desaires, de tantos y tantos obstáculos que nos aparecen en nuestra vida y que nos hacen sufrir, son sólo una preparación para los gozos futuros. Es como si todos los llantos y tristezas los dejáramos definitivamente aquí, en este "valle de lágrimas" que es la vida.

- "Felices ustedes cuando la gente les odie, les expulsen, les insulten... por causa del Hijo del hombre..." El camino del Señor está salpicado de contratiempos, por eso hay muchas personas que abandonan el seguimiento del Maestro. No han entendido que tenemos que vivir rodeados de esas situaciones para que la fuerza de Dios realmente venza esas realidades humanas. Es bien bonito sufrir por hacer el bien, aunque los demás no lo entiendan ni valoren. Es lo mismo que le pasó a Jesús...

A las bienaventuranzas siguen otros tantos ayes o maldiciones contra los pecadores que prosperan, aunque el mundo les envidie...

- ¡Ay de ustedes los ricos! Porque se darán cuenta que las cosas que tienen no les sirve para ser felices y todo el trabajo por tener y por poner su confianza en las cosas no les ha servido de nada.

- ¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos! Llenos de ustedes mismos, pero sin Cristo, sin esperanza y sin Dios.

- ¡Ay de ustedes los que ríen ahora! Los que siempre están dispuestos a reír con la risa del necio.

- ¡Ay de ustedes cuando todos les alaben! Los que creyendo seguir a Cristo han preferido complacer el oído de los hombres, antes que anunciar el reino de Dios.

En definitiva, la historia del Evangelio de hoy es la de los que aparentemente sin tener nada poseen todo y de los que creyendo poseerlo todo no tienen nada...

Cada uno de nosotros debe de revisar con frecuencia su vida, preguntándonos si nuestro corazón está lleno de cosas en lugar de quien único puede de verdad llenarlo, de Dios.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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viernes, 8 de febrero de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 5º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (10-2-2019)

LUCAS 5, 1-11.

“En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar». Simón contesto: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían pescado; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.”

Mientras en el evangelio de Marcos, Jesús elige sus primeros discípulos antes de iniciar su actividad misionera. En el evangelio de Lucas que es el que estamos leyendo los domingos de este ciclo, Jesús presenta primero su proyecto, realiza los primeros signos y después elige a los apóstoles. Toda esta actividad se presenta junto al lago de Genesaret, un lago inmenso, rodeado de ciudades muy pobladas y de una gran importancia para la economía del país en tiempos de Jesús, junto a este marco geográfico se sitúa la escena evangélica que acabamos de leer.

En las tres lecturas de hoy nos encontramos con experiencias distintas de vocación, plasmadas en textos diversos y que corresponden a épocas diferentes: nos hablan, la primera de la vocación del profeta Isaías, la segunda de la vocación de Pablo y la tercera de la vocación o llamada a Simón Pedro. Todas ellas poseen unos elementos comunes y otros diferentes pero todas coinciden en una cosa, ni Isaías, ni Pablo ni Pedro son los que eligen sino que son llamados, es Dios el que llama, esto es muy importante en la vida del hombre de fe, es siempre Dios el que ha dado y da el primer paso.

Las lecturas quieren en este domingo hacernos reflexionar sobre uno de los problemas más preocupantes de la Iglesia en el siglo XXI. El problema de la escasez de vocaciones, un problema complicado, y con muchos matices. ¿Dios se ha olvidado de llamar en nuestro tiempo?, no, Dios sigue llamando, lo que sucede es que Dios no encuentra corazones lo suficientemente preparados como para que esa llamada sea escuchada, no hay personas dispuestas a seguir esa voz, como la escucharon y la siguieron los tres protagonistas de las lecturas de hoy. Dios ha llamado y sigue llamando, y lo hace teniendo en cuenta siempre las condiciones sociológicas de cada tiempo histórico, y esas condiciones sociológicas ofrecen en nuestro tiempo unos valores que no tienen nada que ver con lo que esa llamada exige. La llamada de Dios se produce, pero no encuentra el terreno lo suficientemente abonado como para que esa semilla prenda y se desarrolle. Si esa llamada de Dios exige: sacrificio,generosidad, renuncia, entrega a los demás, olvido de sÍ mismo, dar sin esperar recibir. Son estas, exigencias que no se encuentran valoradas en nuestro mundo.

Todos somos responsables de la promoción de las vocaciones a la vida consagrada, en realidad en el proceso de maduración como cristianos, en nuestro proceso de crecimiento como hombres y mujeres de fe, debería haber habido algún momento en el que todos tendríamos que habernos hecho esta pregunta, ¿y por qué no yo? ¿y por qué el Señor no me puede llamar a mí? Aunque después realicemos nuestra misión de cristianos siguiendo otros caminos, el reflexionar sobre nuestra posible vocación sacerdotal o religiosa debería haber ocupado su momento en nuestro proceso de maduración religiosa.

Por otra parte, muchas vocaciones surgen porque la persona observa modelos de conducta que le atraen y eso les hace interrogarse sobre cosas y situaciones. Quizá lo que nos haga falta hoy sean esos auténticos testigos, que con ilusión y alegría vivan su fe transmitiendo a los demás la riqueza de seguir a Jesús de una forma especial, quizá es que los cristianos no seamos lo suficientemente convincentes en nuestra de realidad de ser testigos. Nuestro comportamiento como hombres de fe no plantea a los que nos ven ningún interrogante especial sobre sus vidas.

Lo cierto es que aquella oración: “Cristo, no tiene manos, tiene solo nuestras manos; Cristo no tiene pies, tiene sólo nuestros pies….” Sigue siendo actual, y ahora y siempre el Señor necesita de personas que con un corazón limpio y desinteresado sepan ser sus testigos también en nuestro mundo, y aquí entramos nosotros.

Que estas reflexiones nos hagan intentar siempre ser testigos más convincentes de Jesús, como es difícil le pedimos que Él sea nuestra ayuda, lo hacemos los unos por los otros, y lo hacemos al tiempo que recordamos a todos los que sufren y a los que están solos o enfermos.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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viernes, 1 de febrero de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 4º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (3-2-2019)

LUCAS 4, 21-30.

“En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la Sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de desempeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.”


Estamos ya en el cuarto domingo del tiempo ordinario, pero las lecturas de hoy si las hemos escuchado con atención, tienen muy poco de ordinarias, cada una de ellas es un verdadero toque de atención para nosotros, y sobre todo el trozo de la primera carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor 12,31-13,13). Lectura que se ha convertido en un canto y en una descripción perfecta de lo que es y de lo que significa el auténtico amor. Palabra, por otra parte, tan usada y tan manoseada en ocasiones que corremos el peligro de ya no saber lo que queremos decir con ella.

El amor es el mandamiento fundamental del cristiano, creados a imagen y semejanza de un Dios que es amor, también nosotros lo somos, ya que esta realidad no es como un apéndice, o algo añadido que podamos tenerlo o no, si no, que si nos falta nuestra dimensión de creyentes en Jesús estará esencialmente incompleta. Cuando esta dimensión no aparece lo suficiente en nuestra conducta, podemos decir que nos falta la vida, la energía, el sentido de lo que hacemos. Aquel dicho del filósofo del siglo XVI “pienso luego existo”, tan decisivo para la historia de la humanidad se tendría que convertir para nosotros los cristianos en “amo luego existo”.

Este amor, no es algo que se sustente en el aire, que esté por encima de nosotros, que se quede sólo en palabras, no, si ese amor quiere ser auténtico, debe fundamentalmente ser servicial, el servicio tiene una inmensa red de posibilidades y hasta se puede decir que toda la vida humana es una sucesión continuada de servicios a prestar. El cumplimiento del deber, el trabajo, la convivencia, el estudio, la investigación, la enseñanza, la política, la promoción humana y religiosa son servicios fundamentales que entre todos hemos de prestar al mundo. Pero, a pesar de que en nuestra vida intentemos hacerlo todo más allá de lo que es la propia satisfacción personal, hay un servicio en el que el Maestro nos dio una lección increíble y que nos pidió que nosotros hiciéramos lo mismo, fue cuando lavó los pies a sus discípulos y entre ellos incluso estaba el que lo iba a entregar, es el servicio a los más pobres, a los marginados, a los enfermos, a los deprimidos, a los que no tienen nada ni incluso afecto, por eso nosotros cada domingo nos acordamos de ellos porque el día que no lo hagamos no estaremos siendo fieles al Señor.

Cuando uno lee o reflexiona un poco sobre la lectura de la carta a los cristianos de Corinto (una ciudad portuaria de la antigua Grecia), se da cuenta de lo lejos que está de cumplir la exigencias de ese mensaje, “ya podría yo tener fe para mover montañas, que si no tengo amor, no soy nada”. Mi fe que la mayoría de las veces es vacilante, dudosa. “Ya podría repartir en limosnas todo lo que tengo: si no tengo amor de nada me sirve”. O sea que puedo estar haciendo obras de caridad generosas, muy generosas y no tener amor. El amor está por encima de las obras de caridad. “El amor es paciente, amable, no es envidioso, no lleva cuentas del mal”. Cuanto camino nos queda por recorrer en lo que dice relación a vivir este mensaje.

El evangelio, por su parte, sigue presentándonos a Jesús al comienzo de su vida pública. Él es el esperado, el que tenía que venir, el evangelista se preocupa por darnos detalles concretos, como para confirmarnos su existencia. Y nos presenta el choque de Jesús con sus paisanos, los que lo conocían de siempre. Jesús aprovecha la ocasión para recriminarles su falta de confianza, ellos que lo han conocido desde pequeño, que conocían a su familia, que lo habían tenido tan cerca, ellos que son elegidos no han sabido responder a esa predilección por parte de Dios. Esto mismo nos puede pasar a nosotros, cristianos de siempre, cristianos de toda la vida. Que esta advertencia de Jesús nos anime a tomarnos más en serio nuestra fe y a ser un poco más fieles en el cumplimiento de sus exigencias.

Terminamos nuestra reflexión pidiendo los unos por los otros, especialmente por aquel que más lo necesite, y siguiendo el consejo que hoy hemos recibido hacemos presente y manifestamos nuestro amor a aquellos que menos tienen. Le pedimos al Señor que nos ayude a convencernos de la realidad de este mensaje.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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