La Eucaristía de la función principal fue presidida por nuestro Director Espiritual y Párroco de San Pedro Don Luis Delgado, sin embargo la predicación corrió a cargo de don Alfonso Romero, predicador del Quinario. La homilía se centró en el Evangelio del Domingo Cuarto de Cuaresma: Juan 9, 1-41.
La Cuaresma es tiempo de preparación para la Pascua. En la Pascua había una celebración importante que era el Bautismo. Los primeros cristianos se bautizaban en la noche de Pascua. Por este hecho, los domingos de cuaresma se utilizan pasajes del Evangelio que servían de catequesis para preparar a los catecúmenos al bautismo. A nosotros, también nos viene bien que en la Pascua renovemos nuestro bautismo, que es renovar nuestro compromiso por Cristo.
Hoy el evangelio nos dice que había un hombre ciego. Se puede ser ciego físicamente y también espiritualmente. No ver a la gente, no ver el sufrimiento de los demás, pasar olímpicamente del Señor… Este hombre era ciego. También nosotros a veces en el día a día somos ciegos espiritualmente y necesitamos encontrarnos con el Maestro.
Jesús coge barro y se lo pone en los ojos. Nos recuerda el Génesis, cuando Dios creó al hombre con un poco de barro. Recobrar la vista es volver a ser un hombre pero a ser un hombre nuevo.
La gente que pasa al lado del ciego, ve a otro hombre. Tanto nos puede cambiar el encuentro con Jesús que ni los más cercanos logran reconocernos. Nos hemos convertido. No queda ahí solo la cosa. Jesús lo manda a la piscina de Siloé, a participar plenamente del bautismo. Los demás no parecen querer reconocer ese cambio. Al profundizar en su fe, el ciego se da cuenta de que aquel que lo ha curado es el Mesías. Entonces, cae a sus pies y le dice: “Creo Señor”.
El Señor, nos pide estar junto a la cruz para sentirnos crucificados con el y así adherirnos a los crucificados de nuestra sociedad. Así sea.
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