.
La cruz vacía
La cruz vacía
Al final se ha quedado la cruz vacía. La Vida esta silenciada por la muerte; el Señor bajado y puesto en brazos de su Madre y la cruz sola, manchada de sangre redentora.
Esa cruz vacía forma parte de vuestra iconografía procesional, a esa cruz le llama Pablo la “locura para los judíos y necedad para los gentiles”. Ciertamente es para los judíos una necedad que el Mesías esperado muera en la cruz y por supuesto una locura para el no judío. Pero para el apóstol de las gentes predicar el evangelio es predicar la cruz, la cruz vacía es un recuerdo de la muerte de Cristo en tan vejatorio suplicio.
Dirigir nuestra mirada a ella es tomar conciencia de la redención, que es tomar conciencia del gran amor de Dios al ser humano. En la cruz vemos pasión máxima, amor intenso, debilidad extrema, no hay victoria deslumbrante, sino derrota vergonzosa.
Pero en ella, Dios vence al mal, no aplastándolo, sino asumiéndolo, ya nadie sufre a solas.
En esta Semana Santa, en este viernes santo, deberíamos mirar la cruz vacía, porque en la cruz, cuando Jesús murió, todo parecía perdido. Todo su trabajo parecía malogrado. ¿Dónde estaba el fruto de su obra? ¿Dónde estaban los resultados de su esfuerzo? Sus discípulos lo habían abandonado; todos sus sueños parecían haberse convertido en cenizas.
A veces, nos ha pasado también a nosotros algo parecido. Entonces, miremos la cruz, observándola vacía, sin nadie. ¿Sabes qué quiere decir eso? Que puede acontecer una aparente derrota, o puede parecerte que el mal está triunfando sobre las esperanzas y los sueños; o quizás nos sintamos tristes, viendo como la obra a la cual le dedicamos toda una vida parece caer a pedazos a nuestros pies…
La derrota es un hecho trágico y real. El fracaso puede ser doloroso y amargo. Pero, ¿por cuánto tiempo? Por hoy y mañana, tal vez. Sin embargo, al tercer día la tristeza se transformará en alegría y la derrota en victoria; la muerte dará lugar a la vida.
Mirar esa cruz es sentirnos liberados de nuestro orgullo, dé nuestra violencia, de nuestros egoísmos, de nuestra codicia. Ese signo horroroso se convierte desde la muerte de Cristo en ella en signo espléndido, en un signo de esperanza.
Y terminamos nuestra reflexión de hoy, con las palabras de León de Felipe:
“Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos, desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.”
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos, desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario