miércoles, 11 de junio de 2014

CARTA RECIBIDA DE UNA HERMANA EN LA DIÁSPORA

.

ELLA ES DISTINTA, TIENE ALGO ESPECIAL

No se puede explicar con palabras. Es la única respuesta posible cada vez que me preguntan el por qué de mi devoción hacia ella. No hay un por qué posible, pero sí que hay una historia que contar, y ésta que aparece a continuación, es la mía:


Soy una chica normal de una ciudad normal, educada bajo la religión (y tradición) católica pero con una fe desvanecida y sesgada con el paso del tiempo. Te haces mayor y dejas de creer en muchas cosas, dejas de pensar que todo es tal y como nos lo contaron y empiezas a hacerte preguntas, a cuestionarlo todo y a todos… supongo que es el espíritu de nuestra era: los últimos coletazos del romanticismo decadente del siglo XIX, que nos hacen sentir que no somos nada, ni pertenecemos a ningún lugar, a ningún tiempo… somos la voz del desencanto. Mis Dioses han ido cambiando: de pequeña era Juana del Lestonnac, la fundadora de mi colegio. Cuando comencé a estudiar, mis Dioses se convirtieron en los grandes artistas de la historia del Arte. Ahora mis Dioses son la música, la literatura, el arte por supuesto… y Ella.


Ella es distinta, tiene algo especial.


Debido a mis pasiones y a mi formación, tengo un amplio conocimiento de todas las manifestaciones artísticas, y dentro de todas ellas destaca esa parcela de arte cuyo mecenazgo lo proporciona la religión, que en el caso de Europa es la Iglesia Católica. Ésta lleva abanderando y proporcionándonos grandes obras de arte desde los albores del Cristianismo. No puedes estudiar el arte del mundo sin estudiar el arte religioso, no puedes estudiar arte europeo sin estudiar el arte católico. Desde la arquitectura medieval hasta la celebérrima Capilla Sixtina, pasando por todo tipo de esculturas devocionales de Santos, Vírgenes y Mártires. Son, a mi parecer, una bonita manera de hacer tangible lo divino, de intentar dar explicación a algo que no la tiene.


Y es aquí, en una pequeña parroquia de una ciudad al sur de España, donde una de esas miles de esculturas católicas tiene su casa, y donde ha ido a parar mi devoción desde que era niña. Ella me ha traído y trae más de un quebradero de cabeza, tirando por tierra todas mis teorías, todo mi saber y toda mi lógica… ¿Por qué ella? No es más que un trozo de madera policromada, ¡lo has estudiado mil veces! Pero no…


Ella es distinta, tiene algo especial.


Ahora me veo, a mis treinta años, toda vestida de morado, con un cordón en la cintura, unas sandalias de hebillas, un capirote que apenas me deja respirar y un cirio que pesa más que yo… ya estoy cansada y aún no hemos comenzado.

La iglesia está toda en penumbra, sólo con un foco que ilumina su rostro y un tímido haz de luz que entra por la rendija del portón de madera. Se oye el barullo de la gente fuera, esperando ansiosa por verla un año más… y hace un calor de mil demonios.

Miro para atrás y allí está Ella, llorando y sufriendo en soledad. Pero no siento pena, porque su mirada cristalina esconde los laureles de la Victoria, del triunfo sobre la adversidad… se ha cumplido la Voluntad Divina, el Destino o como queramos llamarlo, y aunque ahora mismo no entendamos el por qué, seguro que es por un bien mayor y debemos estar serenos por dentro, preparados para la Gloria. Mirarla a Ella es como mirarme a un espejo… igual de afligida y sola estaba yo el año pasado cuando decidí ir a verla en un último y desesperado intento por recuperar mi vida.

Después de pasar por engaños, deudas, despidos y rupturas, finalmente tuve que regresar a mi ciudad natal tras un periplo de once años fuera de casa. Y ya no era sólo mi mundo sino también mi familia, mi cuñada había pasado un cáncer hacía unos años, y ahora por lo visto era el turno de mi padre… me estaba quedando sin lágrimas, no podía ser más infeliz y desgraciada. Y por eso fui a verla… me acordé de su sufrimiento y quise enjugarme las lágrimas ante Ella, pedirle que me confortase, que me ayudase a reconstruir mi vida y que intercediera por mi padre. Hubo un instante que me sorprendí a mí misma bajo esa extraña situación, pero sí, he de admitirlo, allí estaba yo, llorando y rezando, cogida del brazo de mi madre. Fuera, al igual que en mi corazón, llovía como si del Diluvio Universal se tratase.

Pero de pronto un ruido fuerte y seco me trae de nuevo al presente… es el portón que se abre. La iglesia queda inundada con los fuertes rayos de sol y yo vuelvo a asfixiarme con el antifaz que ahora, además de no dejarme respirar, tampoco me deja ver puesto que la luz se mete entre los agujeritos de los ojos creando un efecto óptico bastante agobiante.

Es hora de comenzar. Es hora de acompañarle en este día de luto sagrado. Es hora de darle las gracias, de llorar pero esta vez de alegría, de pagar con unas horas de sufrimiento la ayuda que sé que me brindó el año pasado. Es hora de cambiar las tornas y consolarla, esta vez yo a Ella. Ella está reviviendo la muerte de su hijo, yo estoy recordando uno de los años más amargos de mi vida. Ella consigue salir adelante y alcanzar la Gloria, al igual que yo, que he resucitado también.

Ya veo a mis padres. Me buscan entre el mar morado de túnicas que comienza a invadir la calle. Mi madre está emocionada por estar esta tarde a mi lado cogiéndome la mano, al igual que lo estuvo el año pasado en la iglesia y lo estará siempre. Mi padre está feliz y agradecido. Él, al igual que yo, no es la persona más creyente del mundo, pero hay algo en lo que sí cree con los ojos cerrados: y ese algo soy yo. Mi padre cree en mí, no hay nada más hermoso que pueda decir una hija. Está sano y curado, tras un año difícil de operaciones y hospitales, ahí está como si no hubiera pasado nada. Se acerca y me da caramelos para el camino, yo sonrío (aunque él no me ve con el capirote) porque en ese momento soy la persona más feliz del mundo. Y miro para atrás para darle a Ella las gracias una vez más.

Las horas pasan, cae la noche y el cansancio se hace cada vez más presente, pero yo no pierdo la sonrisa. Hipnotizada con la tenue luz de los cirios, vuelvo a recordar mi infancia en mi ciudad con mi familia: desde pequeña he tenido fijación con la Semana Santa, pero había una imagen que me llamaba la atención por encima de todas, y esa era Ella, a la que hoy acompañaba. En mi casa nunca hemos sido muy religiosos ni muy devotos, yo de hecho he sido la más aficionada a salir a ver las procesiones… cada año llevaba a mis padres a rastras a ver todas y cada una de las hermandades, y cuando no podía, intentaba convencer a mis hermanos para que me llevaran. Cristos, Vírgenes, Santos… me sabía el nombre y la historia de todos, pero había una que destacaba sobre el resto, que llamó poderosamente mi atención desde el primer momento en que la vi. Y nunca he podido olvidarme de Ella.


Porque Ella es distinta, tiene algo especial.


Mi padre me contaba que de joven él hizo el servicio militar en aviación, y Ella había sido su patrona. Además era nuestra vecina, dado que vive en la parroquia de al lado, a escasos cinco minutos de mi casa. Podría dar mil y una razones por las cuales me gusta, pero ninguna de ellas podrá explicar y dar un por qué a mi fijación por Ella.

Fue creada bajo la advocación de Angustias, siendo reconvertida posteriormente en su advocación actual: Loreto, que no es más que una castellanización de la voz latina Laurel, símbolo romano de la Victoria, del Triunfo. Gracias a Ella he conseguido Triunfar, estoy viviendo en Londres, haciendo lo que me gusta y formando parte de uno de los lugares más encantadores y mágicos del mundo; y mi padre ha salido Victorioso de su lucha con la enfermedad. Por estas razones hago todo el camino con alegría, triunfante, con mi padre apareciendo a mi lado cada rato para darme caramelos y para recordarme por qué estoy haciendo esto. Pasito a pasito la noche avanza y ya vamos de vuelta a casa.

Y por fin llega la hora de la recogida. Las puertas se cierran tras nuestro paso, y quedamos de nuevo a oscuras, en silencio, tal y como estábamos antes de empezar. Ella camina hacia nosotros con un paso cansado pero firme, con la satisfacción del trabajo bien hecho y con la promesa de ayudar a todos los que tienen voz y fuerza para pedirlo. Y aquí estoy yo, a sus pies, llorando con Ella de nuevo, dándole las gracias por última vez en este día de recuerdos, de luces y sombras, de silencios y quejíos escondidos tras la voz rota de una saeta.

El año que viene volveré de nuevo a darte las gracias y a llorar contigo pero de alegría porque hemos salido triunfantes… y ahí estará mi padre para darme caramelos.


JETZEL

.

.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta experiencia la vivimos muchos lauretanos... Ella es distinta. Gracias por compartirla con nosotros. ¡Te esperamos!

Macol dijo...

Emocionantes palabras... me encanto y me identifiqué con " me trae de cabeza, echa por tierra todas mis teorías" y es que no puedo estar mas de acuerdo contigo hermana:Ella es especial

Victor Velo dijo...

Gracias hermana por éste maravilloso testimonio de fé.
No quites nunca la mirada de Ella que es nuestra luz y guía como intercesora de Dios Nuestro Padre.
En San Pedro tienes tu casa. Te esperamos.