miércoles, 25 de marzo de 2009

5º DIA DEL QUINARIO...........REFLEXION

“Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,25-27). Con esta frase, Jesús dejaba en manos de Juan a su Madre, la nueva Eva, la garante de la Nueva Humanidad. Seguimos nuestro viaje espiritual con María saliendo de Tierra Santa y trasladándonos a Éfeso, lugar a donde se dirigió María con el discípulo amado, Juan. Éfeso, ciudad donde había sido venerada la diosa de la fecundidad Artemisa, ciudad donde van a ocurrir algunos episodios muy importantes en la vida de San Pablo, y ciudad donde más tarde será venerada María en su casa, el nuevo hogar físico de María, (descubierta a finales del s. XIX), la otra casa de María además de la Nazaret. Éfeso, un lugar donde el culto pagano había sido tan importante se convierte en un gran núcleo cristiano, donde van creciendo las primeras comunidades. Hasta entonces los cristianos se habían movido por la tradición del Antiguo Testamento, pero a partir de Pentecostés, los apóstoles se expanden por todo el mundo predicando el mensaje de Cristo y promoviendo el origen de comunidades, en las que ya se profesaba el amor a Cristo y a María. Pero más allá de este hogar físico, podemos hablar del hogar espiritual: María vino a vivir a nuestra casa, a nuestro alma. Todos nos hemos convertido en otros “Juan”. María, la nueva Eva, vive en nuestros corazones. Si la Iglesia llegara a ser como Dios la soñó, sería como María, que recibió de primera mano tantas enseñanzas, que vivió muy cercana a Jesús. Al igual que Juan, el que reclinó su cabeza en el pecho del Maestro en la Última Cena. Ambos se convierten en el exponente del amor y la fidelidad a Cristo, aún en una nueva tierra: Éfeso, de forma similar a Abraham, que tuvo que salir de su tierra para cumplir la Alianza. No debemos preocuparnos del número de personas que forman las comunidades, ya que a veces nos inquieta lo pocos que somos en nuestras Hermandades, pero no debemos tener miedo porque Cristo, con sólo doce personas logró llegar a todo el mundo. Sí debemos caminar con María buscando los nuevos lugares a los que llevar la palabra y el ejemplo de Dios. Loreto se convirtió (tras el traslado de la Santa Casa de Nazaret) en lugar de veneración de María; pero hay muchos más por todo el mundo, ya que María se hace presente siempre en las comunidades, demostrando que la devoción a Dios se fortalece en la Madre. Pero María es la que se ofrece a Cristo. No podemos entender a María sin Cristo, sin la cruz. Los misterios de nuestra Hermandad, María y la Cruz, son las banderas para mostrar el evangelio al mundo, y no debemos dejarnos vencer por la sociedad. Tenemos que ser fuertes y valientes, como María, y celosos de la fidelidad a Cristo. El pecado forma parte de nuestras vidas pero Dios nos da la fortaleza para vencerlo y salir adelante. Debemos confiar en Dios y tener como ejemplo a María. En el ámbito de nuestra Hermandad, debemos intentar seguir siendo una Hermandad modélica. Las hermandades “pequeñas” tienen mucho sentido, ya que pueden llegar más fácilmente a las personas, a sus hermanos, así como son las que más apoyan a las parroquias. Salir en los medios de comunicación no es importante, no nos debe preocupar porque lo que hace grande a una hermandad es estar cerca de la gente y ser fieles a Jesucristo y devotos de la Virgen. Y para esto no existen hermandades “pequeñas”. Debemos dejar que María llene nuestros corazones, nuestras casas, nuestras familias. Hemos recibido un don precioso de Dios que es la Hermandad y es aquí donde tenemos que profundizar nuestra fe. Confesémonos antes de hacer la estación penitencial para reconciliarnos con Dios, que no nos dé vergüenza, pues nos espera con los brazos abiertos. Vivamos la eucaristía como una verdadera necesidad espiritual. Ayudemos a las necesidades de la Iglesia… Seamos “cristianos de primera” amando profundamente a Dios y a la Virgen, y que nuestra vida sea una manifestación de nuestra fe en Cristo. Que María interceda ante Dios por nosotros para ello, y por nuestros hermanos difuntos, y algún día todos podamos encontrarnos con Él y con la belleza de María en el cielo. Daniel Castañeda

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