martes, 24 de marzo de 2009
4º DIA DEL QUINARIO......REFLEXION
Seguimos nuestro viaje cuaresmal, camino de alabanza y reflexión, parándonos en los lugares más importantes para la fe con María; porque no podemos entender a Cristo sin el ejemplo de María. Llegamos al momento más significativo de nuestro viaje, a Jerusalén, capital de Israel. Acabamos de escuchar el relato de la historia de Abraham, que se dirigió al monte del sacrificio para inmolar a Isaac, su único hijo nacido ya en su vejez y de su mujer estéril (Gn 22, 1-19).
En este monte del sacrificio se sitúa el templo de Jerusalén, epicentro de la fe judía, pero también, es venerado por los musulmanes que igualmente se consideran hijos de Abraham y, sobre el templo, construyeron la llamada Mezquita de la Roca, más tarde de Omar. Alrededor del primitivo templo los judíos van a situar su ciudad, la ciudad santa, Jerusalén, en hebreo “ciudad de la paz”. En recuerdo del sacrificio de Isaac, todos los judíos debían ir allí para ofrecer un sacrificio por la redención del hijo primogénito. Y así lo hicieron María y José con el Niño, a los 40 días de nacer, ofreciendo en sacrificio un par de pichones, como mandaba la ley judía. Allí fue donde la profetisa Ana y el anciano Simeón descubrieron en Jesús al Mesías prometido, a la salvación de Israel, vaticinando este último a María que “una espada atravesaría su alma”. El templo significaba el lugar de la presencia de Dios, igual que la tienda del arca mientras el pueblo de Israel erraba nómada por el desierto.
Jerusalén está rodeado por el valle de Josafat, donde los judíos esperaban que ocurriera el juicio final. Éste es, por tanto, un escenario especial, como vemos para los acontecimientos del Antiguo Testamento. Pero también del Nuevo Testamento, ya que es el lugar donde se consuma el sacrificio del Hijo de Dios: allí muere por nuestros pecados, resucita dándonos la vida eterna, y allí va a nacer también la Iglesia, en Pentecostés. Y es en este sitio de culto para los judíos donde dirá Jesús: “el culto debe ser en espíritu y en verdad, no importa el lugar”; ya que su cuerpo va a ser el auténtico lugar de culto, de la presencia divina.
Hoy vamos a poner nuestra mirada en la soledad de María, otra advocación de nuestra Hermandad, deteniéndonos a mirar al Hijo muerto y enterrado, y a María sola ante la cruz, todo ello en Jerusalén. Aunque Jesús la había entregado a Juan como Madre, María había quedado aparentemente sola. Pero ésta no es una soledad física, psicológica o social, sino que supone la falta del soporte espiritual de su vida, de su Hijo, de su Maestro, ya que ella era su primera seguidora. Aparece aquí María como un nuevo Abraham que ha sacrificado a su Hijo, pero con la firme esperanza de que vencería a la muerte, con fe en su Palabra. Por eso María es el ejemplo de mujer fuerte ante las vicisitudes de la vida, porque permanece firme hasta el punto de que en el día de Pentecostés está al frente del colegio apostólico, por eso la llamamos en nuestra letanía Reina de los Apóstoles. Permanece fiel hasta en los momentos más difíciles, Consuelo de los Afligidos. Es nuestro auxilio, Auxilio de los Cristianos…, pues nos muestra siempre el camino a Jesús, sin desfallecer.
Cuando el Viernes Santo mostremos a María por las calles de Jerez, no exponemos una belleza vacía, sino un misterio de fortaleza en los momentos de dificultad, una enseñanza que constituye el centro de nuestra vida. Con nuestra estación penitencial queremos reproducir de forma plástica el misterio de la salvación. Durante el recorrido nos encontraremos con muchas personas que estarán pasando algún tipo de dificultad; y si alguna de ellas descubre el misterio que mostramos, nuestro esfuerzo no será en vano. Se trata de tocar el corazón de la gente sencilla, pues los soberbios de corazón nunca entenderán lo que es un paso en la calle, porque son incapaces de ver más allá de lo material (plata, flores, velas…), y lo material es sólo un lenguaje para subrayar la importancia de lo sobrenatural.
No obstante, en nuestro paso también está presente la cruz, que acompaña la soledad de María, y en la que debemos fijarnos para entender que la tenemos que llevar en nuestro corazón, que la tenemos que vivir cada día, que es el centro del Viernes Santo. Abracemos la cruz, no nos avergoncemos de nuestra condición de cristianos, sintámonos orgullosos. Es Dios quien se ha fijado en nosotros. Dejemos que nuestro corazón se llene de Dios y miremos la cruz como una escalera que nos lleva al cielo y no como algo que hay que aguantar.
Que los ojos de la Virgen sean esos ojos misericordiosos que se vuelven a nosotros para llenarnos de la paz que viene de Dios.
Daniel Castañeda
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