martes, 24 de marzo de 2009

3er DIA DEL QUINARIO............REFLEXION

Siguiendo el Camino de la Cuaresma de la mano de la Virgen que estamos llevando a cabo durante este ejercicio de Quinario, y tras reflexionar ayer acerca del misterio de la Encarnación, hoy, con la lectura del prólogo del evangelio de Juan (Jn. 1, 1-18), nos detenemos en el pueblo de Belén. El Mesías tenía que ser de la estirpe de David, como habían anunciado los profetas, y por eso María y José, según el decreto del emperador Augusto que obligaba a la población a realizar un nuevo censo, se trasladan desde Nazaret a Belén, a 10 km. de Jerusalén, pues, como indican los evangelios, José pertenecía a la Casa y familia de David, y allí es donde nace el Niño. En Navidad nos fijamos en la ternura que produce ese Dios-con-nosotros hecho niño, pero en Cuaresma ponemos el acento en el carácter de la reconciliación de Dios con la humanidad que conlleva este nacimiento mediante el que Dios intenta superar el olvido y la distancia que ha puesto el hombre entre ellos. Así pues, se llevan a cabo dos movimientos: Descendente: Dios, siendo eterno, se hace hombre, se acerca a nosotros, entra en la historia, se hace finito, limitado, perdona nuestros pecados, tiene misericordia con nosotros. Dios se humilla, llega a la Pasión, a la humillación social. Ascendente: para que nosotros podamos ser como Él, para que seamos eternos como Él nos creó al inicio de los tiempos, para elevarnos, llevarnos al cielo, a la vida eterna. Dios hace las paces con el hombre a pesar de que éste le ha vuelto la espalda muchas veces. Esta reconciliación, en términos humanos, es un enamoramiento: Dios está enamorado de la obra de sus manos, y quiere que el hombre vuelva a ser tal y como Él lo soñó. Si hablamos de enamoramiento en el significado del año litúrgico para nosotros, vemos que consiste en un solo amor vivido en distintas facetas de la vida, pudiendo distinguir estas fases: Navidad: se correspondería con el enamoramiento de los 15 años, el primer amor, la conquista, la novedad, una nueva situación, el embelesamiento. Cuaresma: sería el amor más íntimo, el conocer al otro con más profundidad. Pascua: sería la expresión alegre, festiva y externa de ese enamoramiento, las bodas. Este enamoramiento consistía en ir conociéndose cada vez mejor, en ir profundizando, pero hoy los enamoramientos son distintos debido a que se ha perdido el lenguaje de los tiempos. Del mismo modo se ha perdido la sensibilidad en el trato con Dios. Así pues se trata de recuperar ese gusto por vivir cerca de Dios, que se ha hecho uno de nosotros, que, como indica San Juan en el evangelio, “Viene a su casa y los suyos no le conocen”. ¡Qué falta de sensibilidad, qué embrutecimiento! En estas páginas de la Biblia está encerrado todo el sentido de la salvación. Como hermandad de penitencia debemos trabajar para que no se vaya perdiendo la diversidad, el ritmo de nuestros eventos, y, como consecuencia nuestra fe se vaya empobreciendo. Pero además debemos de ser conscientes de que este gesto invita a responder con amor al acercamiento de Dios, a dejarnos reconciliar con Él, y para conseguir esto la Iglesia tiene un sacramento, el de la reconciliación o de la penitencia, al que tenemos que volver a darle su verdadero sentido: descubrir la gracia de Dios actuando en nuestras vidas directamente. Tenemos que dejar que Dios empape nuestros corazones. En este viaje a Belén con la Virgen, vemos que este pueblo tiene que significar mucho para nosotros. Los sacrificios de María van alcanzando la gracia de nuestra salvación, simplemente porque ella dijo Sí. Que la Madre de Cristo, Madre Amable, Madre Admirable, Torre de David (como la invocamos en nuestra letanía), que tuvo que ir a Belén para entroncar con la estirpe del Mesías, nos conceda la gracia de encontrarnos con Dios, cara a cara en el cielo. Daniel Castañeda

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