viernes, 4 de marzo de 2016

REFLEXIÓN PARA EL TERCER DÍA DEL QUINARIO

 Lc 15, 1-10


"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el campo, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión. «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido." Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».


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Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Santa Cruz en el Monte Calvario y Nuestra Señora de Loreto, en su Soledad


El capítulo 15 del evangelio de Lucas está entre los más bellos del NT: como telón de fondo está la compasión de Jesucristo por los pecadores.

Es curiosos que estas dos parábolas se cierran con la fiesta, por la alegría de haber encontrado la oveja y moneda perdida.

En la época de Jesús existían cuatro tipos de pecadores: físicos, raciales, sociales y morales. Parece que Él tuvo relación con todos los tipos de pecadores.

Jesús considera que sido enviado a curar las heridas de todos los pecadores, sin excluir a ninguno. Naturalmente por esta frecuentación es acusado de ser pecador que vive con los pecadores. Pero los milagros desmienten la acusación porque un pecador no puede hacer los prodigios que Él realiza. Estas dos parábolas explican las razones que lo llevan a frecuentar a los pecadores.

Jesús escoge siempre el ámbito del pastoreo para su primera parábola, recordemos que a Él lo identificamos como el Buen Pastor que cuida de su rebaño. Sin embargo, la parábola de Jesús es paradójica. En la escena hay un pastor que tiene cien ovejas; cuando pierde una, deja las restantes 99 en el desierto y se encamina en busca de la oveja perdida. Una vez encontrada, se la pone sobre los hombros, vuelve a casa, convoca a los amigos y pide que se alegren con él. La paradoja está en la pregunta con la que Jesús describe la elección del pastor. Ante la pregunta de quién realizaría una elección así, en realidad nadie dejaría 99 ovejas en desierto para buscar a la perdida: se arriesgaría a quedar sin las 99 dejadas en el desierto y sin la perdida que no sabe si se encontrará.

El paradójico modo de actuar del pastor explica el de Jesús: los que consideran o presumen de estar sin pecado son como las 99 ovejas abandonadas a sí mismas, sin pastor. El riesgo aúna a las 99 ovejas del desierto y a la oveja perdida, con una diferencia sustancial: hay una exigencia de buscar la perdida, pero se piensa que las otras están seguras.

La alegría conecta la parábola con la vida: hallar a la oveja perdida es la alegría del pastor y de Dios, que se alegran más por un pecador convertido que por 99 justos que no tienen (o se engañan en no tener) necesidad de conversión: es fruto no del sujeto que se convierte, sino del actuar de Dios, que busca a que se ha perdido. La conversión es siempre acción de la gracia, dada por quien se pone la oveja hallada sobre los hombros y vuelve a casa y puesto que es originada por la gracia, la conversión exige ser compartida.

Por consiguiente, la componente humana de la conversión es importante, al menos porque las personas no son complacientes como las ovejas. La parábola saca su moraleja por la actitud del pastor.

Ahora nos centramos en la ama de casa. Está una vez hallada la moneda, convoca a las vecinas, y le dice que se alegren con ella por haberse encontrado con el dracma perdido. Análoga es también la conclusión de la parábola: ante los ángeles de Dios hay alegría por un solo pecador que se convierte. En realidad, ahora la atención se centra en el empeño de la mujer por buscar la dracma perdida, que vale mucho menos que una oveja. A pesar de su relativo valor, el ama de casa pone todo su empeño en encontrarla. En la parábola no se especifica el estado social, pues una condición de pobreza explicaría la mucha fatiga por buscar la moneda. La atención se centra en la meticulosa búsqueda y en la alegría confieren el valor real de la moneda, y no la dracma por su valor.

El ama de casa busca la dracma a causa del valor que tiene para ella y no por la relación con las otras dracmas. Si hubiese un solo pecador valdría la pena buscarlo, encontrarlo y alegrarse.

En definitiva, Jesús es el pastor que se da a las ovejas sin reparar gastos ni en el tiempo para que aprendan a familiarizarse con él. Mientras, por ejemplo, un ladrón roba ovejas, el pastor vive y se da por sus ovejas.

Lo que distingue al ladrón del pastor es el peligro. Cuando se vislumbra al lobo, el ladrón abandona las ovejas y huye, porque no les interesan las ovejas. El pastor se reconoce no por el oficio que realiza, sino por la prueba y los peligros que afronta, cuando llega el momento en que debe decidir si huir para salvar la piel o quedarse y perderla por sus ovejas. En este don total de sí, hasta la muerte. Jesus es el buen pastor, con una belleza que deriva no del aspecto, sino de su permanecer con las ovejas en situaciones de peligro.

La iglesia asume el rostro del Padre misericordioso cuando es madre en busca de la oveja descarriada: no olvida a las 99 en los montes, sino que se alegra por la que ha encontrado. Por eso la parábola nos compromete a todos a ser buenos pastores los unos de los otros. Los pequeños que no encuentran su espacio en la sociedad asumen su carta de ciudadanía en la comunidad cristiana, en la hermandad. No sólo tienen que ser acogidos, sino que tienen que ser buscados, corriendo el riesgo de no encontrarlo. Los pequeños tienen que ser el centro de nuestras actividades. Si la Iglesia es donde dos o tres se reúnen en nombre de Jesús, el rostro de Cristo es el de los pequeños.

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