sábado, 5 de marzo de 2016

REFLEXIÓN PARA EL CUARTO DÍA DEL QUINARIO

 Lc. 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama". Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros". Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento". Le dijo Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan". Él dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán". Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite". 

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Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Santa Cruz en el Monte Calvario y Nuestra Señora de Loreto, en su Soledad



A veces un valor se aprecia cuando falta o se ha sustituido, por el contrario. Muchas veces solemos decir que no valoramos las cosas hasta que se pierden. Y porque el bien es a menudo acallado por el mal, a veces hay que mirar el mal para reconocer el bien.

Poco antes de esta parábola, Jesús ha pronunciado una cortante invectiva contra algunos fariseos que son avaros y los ridiculiza. La parábola del rico y del pobre Lázaro impugna esta situación, puesto que por el propio estatus social se es ensalzado por los hombres, se seria también por ello ensalzado ante Dios. ¡Pero Dios mira el corazón y no las apariencias!

Esta parábola nos indica lo opuesto de la misericordia.

En la escena aparecen un hombre rico, que viste como rey y está de fiesta cada día, y Lázaro, el mendigo. El rico viste ropa de mucho valor. La púrpura es un tejido de color rojo oscuro, producido por las glándulas de un molusco, y estaba reservada para los reyes o los nobles. Recordad que antes de ser crucificado, Jesús es revestido de púrpura para ser ridiculizado por soldados en el pretorio. El biso es un tipo de lino blanco, delicado, que se llevaba sobre la piel. Son suficientes las primeras palabras para darse cuenta de que algo no va. El rico está vestido como rey, pero se le menciona por su nombre. El pobre, que tiene por vestido su piel llagada, tiene un nombre, es más, es el único nombre mencionado en todas las parábolas de Jesús: se llama Lázaro que significa “Dios ha ayudado”.

Aunque Lázaro yace junto al portal de la casa del rico, cuando muere es llevado al seno de Abrahán. El rico, vestido de rey, es destinado al anonimato, el pobre tiene un nombre y es recordado para la eternidad.

En la vida terrena el rico banqueteaba cada día, mientras que a Lázaro no se le dan ni las sobras de su mesa; en el más allá Lázaro es consolado, mientras el rico no tiene ni una gota de agua para mojarse la lengua. Los bienes recibidos por el rico y negado a Lázaro durante la vida terrena son equilibrados por la consolación para Lázaro y por los tormentos para el rico.

Como en las parábolas que tratan en positivo de la misericordia, también en esta se asiste al vuelco de la situación, pero con una diferencia: ahora el cambio es definitivo porque existen dos obstáculos. El primer obstáculo es el portal de casa que impide, por voluntad del rico, que Lázaro sea socorrido. El segundo obstáculo es el abismo entre los infiernos, donde se encuentra el rico, y el seno de Abrahán donde Lázaro ha sido acogido.

La desproporción entre el tiempo y la eternidad es notificada por el silencio del tiempo y por el diálogo de la eternidad: ambos quedan sin ser escuchados. Durante la vida terrenal Lázaro no es escuchado y en la eternidad el rico tampoco. Lázaro no puede aliviar los tormentos del rico ni siquiera con un dedo, no puede ser enviado al mundo para testimoniar lo que sucede en el más allá; y tampoco la resurrección de un muerto puede convertir a cinco hermanos del rico.

En las anteriores parábolas cualquier súplica de compasión ha sido atendida, muy al contrario que esta, que acabamos de proclamar. ¿Cómo es concebible una situación irreparable para la infinita misericordia de Dios? ¿Por qué la suplicas del rico no modifican un milímetro su condición?

El momento de cambio expone la razón principal por la que la situación del rico es irresoluble. Cuando el rico está en los infiernos y ve a Lázaro en el seno de Abrahán, lo reconoce y lo llama dos veces por el nombre. Así se condena a sí mismo con sus propias palabras: conocía a Lázaro durante la vida terrena, pero lo había ignorado siempre. Lo vio, pero no se compadeció como el samaritano. El rico está obligado a ver en un presente sin fin a Lázaro. Al que no ha visto en el pasado.

Por tanto, la situación es irremediable, porque la compasión es posible mientras hay un pobre que yace llagado en el portal de un rico, después ya no tiene sentido y es, de hecho, imposible. La misericordia de Dios se conjuga siempre con la del prójimo, y cuando falta ésta no hay espacio tampoco para aquella. No por casualidad Dios no es mencionado en toda la parábola, habla y actúa por medio de Abrahán.

De todas formas, la parábola sobre la misericordia al revés, contiene también la vía que ofrece a los oyentes el no caer en la condición del rico, los pobres se muestran para nosotros como el camino para la salvación. El pobre ignorado en el mundo es reconocido por el rico en la eternidad. Esto nos recuerda aquello de tuve hambre y no me disteis de comer.

No es la riqueza ni la pobreza como tales las que garantizan o excluyen el resultado positivo o negativo del juicio final, sino la incapacidad o la capacidad de ver y de sentir compasión por el otro. Por eso, si existe un infierno es la incapacidad de no poder sentir el amor y la misericordia de Dios.

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