viernes, 4 de marzo de 2016

REFLEXIÓN PARA EL PRIMER DÍA DEL QUINARIO

Lc. 7, 36-50 “Los dos acreedores”

"Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.» 40 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo:

—Simón, una cosa tengo que decirte.

Y él le dijo:

—Di, Maestro. 


—Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. 42 No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?
 
 Respondiendo Simón, dijo:

—Pienso que aquel a quien perdonó más.

Él le dijo:

—Rectamente has juzgado.

Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón:

—¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama.

Y a ella le dijo:

—Tus pecados te son perdonados.

 Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:

—¿Quién es éste, que también perdona pecados?

 Pero él dijo a la mujer:

—Tu fe te ha salvado; ve en paz."


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Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Santa Cruz en el Monte Calvario y Nuestra Señora de Loreto, en su Soledad

En este quinario vamos a ver algunas Parábolas de la Misericordia precisamente por el año jubilar que estamos viviendo.

Las parábolas nos ayudan a entender la dimensión existencial que en ellas se transparentan. Revelan un padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia.

La misericordia de Dios se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.

Lc. por excelencia es el evangelista de la misericordia, yo añado también que es el evangelista que mejor nos muestra la ternura de Dios. Nos muestra como los encuentros con los enfermos y los pecadores están siempre llenos de la misericordia de Dios.

Tenemos que aclarar que la misericordia no es una virtud natural, no podemos decir que sé es más bueno, más misericordioso. Es una disposición interior que madura estando con Jesús, se va aprendiendo en el conocimiento y seguimiento de Jesús.

Por eso cuando vemos cada uno las parábolas, tenemos que verla desde el punto de vista en que nos cuestionan nuestra propia vida. Cada parábola debe obligarnos a repensarnos a nosotros mismos en nuestras relaciones y actitudes de cada día.

Para la Biblia la sede de los pensamientos, de las decisiones más íntimas, reside en el corazón. Por eso, tener compasión o misericordia equivale al movimiento interior de las entrañas que desde lo íntimo se acerca al otro.

Jesús siempre elige los últimos para implicar a los primeros, no es causal que el Maestro se reúna con los pecadores y atribuirse el derecho de perdonarlos, que para los judíos de la época sólo podía hacerlo Dios y regulada por los sacerdotes del templo.

De las 8 parábolas vamos a hablar de 5 a lo largo de estos cinco días.

Centrémonos en el encuentro de la mujer pecadora que visita a Jesús.

Los gestos de la mujer desconciertan, porque nos situamos ante una pecadora. Jesús se deja tocar por ella y, por tanto, según la religión judía, se contamina de su pecado. ¿Cómo uno que dice ser profeta se deja los pies de aquel modo? Nos damos cuenta que la pasión de Jesus por los pecadores está cargada de humanidad y es gratuita, sin segundas intenciones.

Entremos ahora en la parábola de los acreedores que utiliza Jesús en medio del relato que estamos contemplando.

Es curioso que los acreedores no tienen nombres, por tanto, ya podemos nosotros poder identificarnos con alguno de ellos con nuestras actitudes. Hay una diferencia grande en las deudas, ninguno puede restituir lo debido. Ningún deudor habla, ni tampoco el acreedor. Todo se centra en la expresión “fueron agraciados”.

Cada uno de nuestros pecados es una deuda que vamos contrayendo con Dios y sólo la gracia que recibimos mediante el sacramento de la reconciliación, puede quitarnos la deuda que todos tenemos con Dios.

Vemos a un Simón que no consigue superar el trauma por la gracia que Jesús concede a la mujer pecadora. Él es el deudor menor mientras que la pecadora el deudor mayor. La única vía es la gracia para los dos.

El impacto mayor es la relación entre el perdón de los pecados y amor de la persona. Para perdonar hacer falta amar, pero un amor como el de Jesús, que nace de la humildad. Si no amamos no se nos pueden perdonar los pecados. Le son perdonados los pecados porque han amado mucho. Por tanto, a quien poco se le perdona poco amor muestra.

Con el poder de perdonar pecados Jesús sintoniza con el modo de actuar de Dios y lo hace porque reconoce la fe de la pecadora. La fe es la única condición para ser salvados.

Es, por ello, que la Iglesia, que una cofradía, se compone de hijos a los que se le perdona los pecados para que estén en condiciones de perdonar a otros hijos, porque nosotros como creyentes cofrades tenemos que ser portadores de la misericordia de Dios.

Con Jesús la misericordia de Dios se acerca a la miseria humana y la redime transformándola en la gratuidad de un amor sin condiciones.

No hay episodio más íntimo en los evangelios, que aquel encuentro en la casa con aquella pecadora a los pies de Jesus, en los evangelios no vemos a Jesús en esa intimidad ni con su madre. Misericordia de Dios redime la miseria humana, no rozándola, ni tocándola apenas, sino acogiéndola.

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