miércoles, 23 de marzo de 2016

EL HÁBITO NAZARENO,POR D. MANUEL JESÚS BARRERA RODRÍGUEZ,PBRO

Aprovechando mi guardia de Hospital en este Martes Santo, quiero compartir con mis hermanos Lauretanos, lo que significa, para este pobre cura pecador, vestir el hábito de nazareno, y digo hábito, no túnica porque para un verdadero cofrade debe ser un hábito.

EL HÁBITO NAZARENO, es una de las cosas que mejor define a nuestras Cofradías y que es como un compendio de todos los sentimientos religiosos, pródigos en profundos misterios y bellos simbolismos. El hábito nazareno, la túnica de que se reviste el penitente para acompañar al Señor de la Bondad, en su estación de penitencia. Aunque la túnica nazarena o el hábito penitencial no goza del carácter de verdadero ornamento litúrgico, sin embargo para el cofrade todo lo que dice relación con el culto externo debe adquirir un simbolismo singular y hondo significado religioso, y de tan alta elevación y espiritualidad, que debe estar en su apreciación al borde mismo de lo sagrado.

El hermano penitente se debe considerar como parte importante y principal de la liturgia procesional; como el elemento personal y necesario de un acto religioso y de culto tan extraordinario y solemne como es la procesión; procesión que de un lado representa una exaltación y glorificación, y de otro significa la aceptación y apropiación de esos méritos por el hombre, por el pecador, que, para hacerlos suyos, quiere vivir total e íntegramente la propia vida del Señor, seguir sus pasos, padecer y sufrir como El en su propia carne sus dolores y renunciamientos, y hasta crucificar sus vicios y pasiones en la cruz invisible de su penitencia pública.

El cofrade nazareno, el penitente, va a esta penitencia pública voluntariamente, sin ninguna coacción externa y con espíritu de total entrega a Dios, para abrazarse con la Cruz, y seguir al Señor en su Pasión, cumpliendo en sí las palabras del Maestro por medio de San Mateo: “Si alguno quiere venir en pos de Mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y me siga”.

PRIMER REQUISITO: La voluntariedad, dice el Evangelista, “Si alguno quiere”, porque Cristo no desea que nos abracemos a la cruz ni con animadversión, ni siquiera con resignada aceptación, sino que la cruz, aunque es condición universal de la vida humana, y nadie puede sustraerse a ella, es libre, podemos abrazarla o no; pero si lo hacemos, debemos tomarla como amigos y no como esclavos de Cristo, como discípulos voluntarios del Señor, y no como cautivos o impelidos por la fuerza; con voluntad y alegría, y hasta con gozo, como Cristo se abrazó a la Cruz Redentora tan pronto como la vio en el Pretorio.

SEGUNDO REQUISITO: La negación de sí mismo, ¿a qué debemos renunciar? ¿Cómo hemos de negarnos a nosotros mismos? Como Cristo nuestro ejemplar y modelo; como Él, que siendo Dios y poseyendo la mayor dignidad de los cielos y de la tierra, toma el hábito y naturaleza humana, revestida de dolores, humillaciones y sufrimientos; como Él, que renuncia visiblemente a todas las consideraciones, a todos los consuelos, y a todos los honores que le son debidos; como El que sacrifica todos los bienes y hasta la misma vida, siendo Él es autor de la vida. Y eso es lo que debe practicar el penitente nazareno antes de empezar el seguimiento de Cristo, que es la procesión. Se niega a sí mismo; deja a un lado su nombre, su oficio, su profesión, sus títulos y honores, renuncia a su propio juicio, a su voluntad, a sus deseos, a sus afecciones e inclinaciones, aunque sean justas; mortifica sus ojos, sus oídos, su palabra, su lengua y todo su cuerpo, para no ver, ni oír, ni gustar, ni hablar, ni hacer otra cosa que la voluntad de Dios, manifestada por los responsables de la procesión y ordenada por la Junta de Gobierno de la Hermandad. Renuncia a todo para convertirse en el anonimato de un número, con una sola aspiración, hacer por nuestro bien lo que Cristo hizo tan sólo por nuestro amor, para que cuantos le vean en el cortejo penitencial y sacrificado de Cristo, le llamen con el mismo apelativo del Señor “nazarenos”.

Pero para que el ejemplar y modelo de Cristo sea más perfecto, el cofrade, después de acceder voluntariamente a la invitación de Cristo, y de renunciar a todo, y de negarse a sí mismo, siguiendo las palabras y el consejo de San Pablo a los Romanos, se viste de Cristo, “Revestíos del Señor Jesucristo”

El cofrade ha querido seguir a Cristo en todo, y por eso para acompañar debidamente a Jesús en su Pasión, en su dolores y en su Muerte, ha hecho suyas las palabras de San Pablo a los Romanos, “Vestíos del Señor Jesucristo”, y así como todo lujo, honor y fantasía le ha parecido poco para la túnica del Señor, escogió la túnica penitencial del cofrade nazareno, que, sin renunciar al decoro y magnificencia de quien sirve con ella una función sagrada, llevara el sello y cuño de Cristo.

Por ello la túnica del cofrade nazareno debía reflejar la humildad.

Cristo para servir al Decreto del Padre, siendo Dios, vistió humildemente la naturaleza humana. Se vistió de hombre, con sus sacrificios, con sus penalidades, con sus sufrimientos, con sus dolores y hasta con la muerte. El cofrade nazareno en cambio, humildemente se despoja, por el contrario, de todo lo que es humano, sus pasiones, sus dignidades, sus nombres, sus títulos, de todo, para convertirse en hombre de Cristo, en hermano del Señor, en cofrade penitente.

Por todo ello la túnica que viste es la misma túnica del Señor, la túnica de la gracia, la túnica tejida por las benditas manos de la Virgen de Loreto, la que llevó Él por los duros caminos de su Pasión, por las vías de Jerusalén, y por la calle de la Amargura, aquella de la que fue afrentosamente despojado en el Calvario, para que pudiera ser recogida por nosotros sus hermanos Lauretanos; aquélla, sobre la que echaron suerte los soldados romanos, porque no querían dividirla ni partirla; aquélla que todo cristiano tiene que recoger al pie de la cruz en que está Cristo desnudo, con desnudez humillante, expuesto a las miradas insolentes de todo un pueblo deicida.

Esta es la túnica de gracia que nos dejó el Señor, enriquecida con los méritos infinitos de su pasión. Esta en la túnica que representa la gracia de Cristo, que nos permite vestirnos de Cristo y adornarnos con El como con una vestidura preciosa, porque ya dijo San Pablo “los que estáis bautizados, estáis vestidos de Cristo” Esta la túnica de la gracia que un día recogimos en el Bautismo. Esta es la túnica, que llevamos con santo y noble orgullo por las calles de Jerez el Viernes Santo, aquellos que acompañan la Virgen de Loreto. y dejándonos acompañar por ella. El hábito nazareno es la túnica que un día nos dejó Cristo, como la más rica herencia al pie de la Cruz en el calvario. Esta es la túnica que el cofrade debe recoger y guardar con profundo cariño y como la más rica joya en lo más sagrado de su casa. Esta el túnica con la que ansiamos ir investidos el día, que despojado de todo y hasta de la vida, iniciemos la última procesión, que partiendo de la tierra, tiene proyección de eternidad.

Este es el verdadero ornamento sagrado, de que se reviste el cofrade nazareno penitente, para convertirse en ministro y casi sacerdote de este extraño rito y singular acto de culto, que es la procesión de penitencia.

El cofrade nazareno penitente es el mejor comentario sensible de la sentencia de Cristo en el Evangelio: “Si alguno quiere venir en pos de Mi,niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”



© Manuel Jesús Barrera Rodríguez Pbro.



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