miércoles, 2 de abril de 2014

REFLEXIÓN EN EL QUINTO DÍA DEL QUINARIO (29-3-2014)

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La historia bíblica nos recuerda una escena conmovedora ocurrida en el desierto de Bersabé, en tiempos patriarcales. Es la escena de Agar, la esclava de Abrahán la cual, arrojada de casa con su hijo Ismael, se va con él por el desierto con solo un pan y un odre de agua. Pronto se le acaba el agua y acomoda al niño moribundo debajo de un árbol porque no soporta la idea de ver a su hijo morir: “No veré al niño que se muere”, y da grandes gritos separada de allí que conmueven al mismo Dios que envía un ángel a socorrerlo.

Una escena similar pero más dura, nos ofrece la historia evangélica. También aquí está la Madre que asiste a la agonía de su único Hijo, pero no repite como Agar: “no veré a mi hijo morir”, no se aleja de Él, sino que está muy cerca, templada como el acero, para verle, para mirarle, para asistirle en esos últimos momentos.

El drama de la Pasión del Señor pasa por la crucifixión, por la agonía y la muerte del Señor. Y en estos tres momentos está presente la Santísima Virgen. Como dice el relato evangélico: “Estaba al pie de la cruz”, pero no de cualquier manera, como a veces nos la pintan, estaba de pie, como nos dice el himno de fr. Jacoponi de Todi: “Estaba la Madre dolorosa de pie junto a la cruz, llorosa y dolorosa…”. Allí estaba su Pasión; por eso san Ambrosio dirá: “El Hijo era crucificado en el cuerpo; la Madre en su espíritu”, como en uno solo e idéntico sacrificio.

Nuestra sociedad huye del dolor, por eso un escritor pagano francés decía que saliera la Venus de Chipre de las aguas purpurinas y echase para siempre a esa mujer, vestida de luto, que está de pie junto a la Cruz del Calvario. Nosotros no, nosotros la queremos a Ella que es nuestra Madre y nos enseña cómo vivir los momentos de dolor y soledad de nuestra vida, que no siempre son de júbilo. Ella nos muestra a estar junto a la cruz de cada día, “estando de pie”. El verbo que utiliza el autor sagrado es el histemi griego, que significa “permanecer”, y que emplea también cuando nos habla de estar como los sarmientos que permanecen unidos a la vid. Así nos muestra que la clave es estar permaneciendo unidos al Señor en medio de nuestra soledad. Miramos pues a la Virgen de Loreto en su soledad, nuestra Madre, y le pedimos que nos muestre el rostro doloroso y esperanzado a su vez de quien ha puesto su confianza en el Señor, Ella siempre nos lleva a Cristo. Amén.

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