miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL 50 ANIVERSARIO DEL CONCILIO VATICANO II Y LA VIRGEN DE LORETO

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El 4 de octubre de 1962, el papa Juan XXIII fue en peregrinación al santuario de Loreto para encomendar a la Virgen María el Concilio Vaticano II, que se inauguró una semana después. 50 años después, siguiendo sus huellas, Benedicto XVI ha querido también encomendar a la Madre de Dios dos iniciativas eclesiales: el Año de fe, recientemente inaugurado, y el Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización, que se ha celebrado a lo largo del mes de octubre.

Ambos acontecimientos quieren celebrar el quincuagésimo aniversario del Vaticano II. Pero se trata de una celebración que no es nostalgia, sino memoria viva para los cristianos en el mundo de hoy. Expresamente el Papa ha querido situarlos en la escuela de María, conmemorando el suceso más grande de la historia, la Encarnación: Dios se hace hombre, y María se convierte en la “casa viviente” del Señor. En Loreto, el Papa nos ha recordado lo importante que es el hombre para Dios y Dios para el hombre: “Es necesario volver a Dios para que el hombre vuelva a ser hombre”, nos ha dicho.

Este, en realidad, es el mensaje central del Vaticano II y, quizá, del mismo Sínodo de la evangelización. Es importante recordar que una de las ideas clave que el Vaticano II ha dado a la evangelización es la de la llamada universal a la santidad. La santidad no conoce barreras. Todos estamos llamados. Se fragua, crece y se desarrolla en nuestro propio barro, en nuestro propio mundo, a partir de nuestro propio carácter e idiosincrasia, de nuestros defectos, imperfecciones y dificultades. Dios, alfarero del hombre, puede convertir este barro nuestro en una obra maestra. Hace falta solo nuestra disponibilidad para abandonarnos en su amor y dejar hacer a sus manos de artista.

Es este el desafío principal que nos lanza el Año de la Fe. Para empezar a realizarlo, siguiendo la invitación de Benedicto XVI, nos situamos en la escuela de María, bienaventurada, porque creyó, dejando entrar a Dios en su vida.

Eugenio Alburquerque Frutos
Salesiano

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