viernes, 28 de marzo de 2014

REFLEXIÓN EN EL TERCER DÍA DEL QUINARIO (27-3-2014)

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Llegamos al tercer día del quinario donde estamos reflexionando sobre los momentos de soledad de la Virgen. Ayer analizamos el momento de la huída a Egipto, el destierro que sufrió Cristo siendo aún muy pequeño. Hoy nos fijamos en otro momento de soledad que nos narra el evangelista Lucas (Lc 2, 39-51), y dice lo siguiente:

"Cumplidos todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba. Por las fiestas de Pascua iban sus padres todos los años a Jerusalén. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre. Al terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Pensando que iba en la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a Jerusalén. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban atónitos ante su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo: -Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él replicó: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les dijo. Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón".

Este momento de soledad de María que constituye la pérdida de Jesús en el templo, además forma parte del rosario, es uno de sus misterios.

Antes de producirse este acontecimiento, el evangelista Lucas nos había anunciado una gran alegría para la tierra, el nacimiento de Jesús en tiempos de la paz augusta; históricamente el único momento en que reinaba la paz en la totalidad del imperio romano: con Jesús viene la alegría y la paz.

También podemos deducir de este relato de Lucas lo contenta que estaría María teniendo al Hijo de Dios en su casa y viéndolo "crecer, fortalecerse y llenarse de sabiduría". Pero la vida está formada por paradojas y al momento aparece uno de los más terribles dolores, misterio de dolor y dolor hecho misterio: la pérdida de Jesús en el templo.


Esta pérdida de Jesús se produce en tiempos de Pascua, cuando los judíos iban a Jerusalén para cumplir con sus preceptos y donde los niños a partir de los 12 años se iniciaban en la fe.

La vuelta de las peregrinaciones se presta a que los niños puedan perderse, como podemos comprobar si hemos hecho alguna vez la peregrinación al Rocío. La Virgen se da cuenta de que falta Jesús al finalizar el día y... ¡qué dolor sentiría!

Nos dice el evangelista que le buscan María y José y no lo encuentran. Esta soledad tiene que ver mucho con nosotros: es importante, cuando perdemos a Cristo en nuestra vida, buscarlo.

La paz que tenía María viviendo en Nazaret con su hijo se transforma en angustia al perderlo.

Cuando pasamos de la experiencia de fe de tener a Cristo en nosotros, a no tenerlo, nos viene la falta de sentido en nuestra vida.

A veces volvemos a buscar la serenidad en nuestros vecinos, en nuestros afectos, en la seguridad de tener un trabajo...., ¿dónde buscamos al Señor que no lo encontramos?

La Virgen busca a su niño de la misma forma que se nos relata en el Cantar de los Cantares la búsqueda del esposo por parte de la esposa: "decidle que muero de amor por él"; ése es el sentimiento de María.

María tiene que volver a Jerusalén y es en el templo donde encuentra al amor de su alma, hablando con los doctores, y Jesús le pregunta: "¿por qué me buscabais, no sabiais que debo estar en la casa de mi Padre?".

El evangelio nos da la pista de dónde encontrar al Señor: en la casa de Dios, en el templo. Esto significa que a Jesús hay que buscarle por la fe, que es el camino de vuelta a Jerusalén, hay que buscarle viviendo los mandamientos, hay que acudir al encuentro de Jesús en la eucaristía. Ahí encontramos paz, serenidad, sanación de las heridas que tenemos.

La vida es una continua búsqueda de Jesús que siempre nos está esperando; también está en el sacramento de la reconciliación.

Espero que todos los hermanos de Loreto lleguen a la Pascua en gracia, habiéndose encontrado de nuevo con el Señor a través de este sacramento.

Si perdemos al Señor en horizonte de nuestra vida, ésta se convierte en un calvario de angustia. Pidámosle al Señor que nos ayude a buscarle para que nuestro corazón se llene de alegría y paz. Que aumente nuestra fe y podamos meditar todos sus misterios, como María, en nuestro corazón y podamos así aprender de la soledad de María.

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