jueves, 5 de septiembre de 2013

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (8-9-2013)

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El texto evangélico es de Lc 14, 25-33 y dice lo siguiente:


“En aquel tiempo a Jesús le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo:---Si alguien acude a mí y no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. Si uno de vosotros pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miren se pongan a burlarse de él diciendo: éste empezó a construir y no puede concluir. Si un rey va a trabar batalla con otro, ¿no se sienta primero a deliberar si podrá resistir con diez mil al que viene a atacarlo con veinte mil? Si no puede, cuando el otro todavía está lejos, le envía una delegación a pedir la paz. Lo mismo cualquiera de vosotros: quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo.”


* Seguir a Jesús no es sólo sentirse atraído por Él, sino llegar más lejos . Jesús pide que le amemos más que a nadie, incluidos a nuestros familiares y que renunciemos a todos los bienes. Esta petición que parece exagerada no quiere decir que el cristiano debe vivir sin bienes materiales, sino que esos bienes han de estar al servicio de los demás como nos dice el evangelio. El bien verdadero del cristiano es el amor de Dios, que dará respuesta a los interrogantes de nuestra vida. Y acoger este amor, seguir a Jesús es una decisión que debemos tomar de manera reflexiva y no con entusiasmo pasajero, calculando los gastos de la edificación o el número de tropas, como vemos en este texto del evangelio de hoy.


* Muchos son los que acompañan a Jesús, una gran multitud, pero el verdadero seguimiento exige renuncia: poner a Jesús como centro de tu vida. Y eso requiere cargar con la cruz y seguirle, por encima de todo y sin condiciones.

Esta radicalidad asusta, invita al desaliento, pero eso sí, merece la pena: amar al prójimo como camino de salvación.

Además esta cruz ineludible no tiene la última palabra, aunque conlleva sufrimiento es el prólogo de la bienaventuranza eterna. Confiemos en las palabras de Jesús: tras la cruz asumida y soportada, resplandecerá la vida con nuevo refulgir.


* Señor yo quiero ser digno de ti, aunque para eso tenga que cargar cada día con la cruz detrás de ti, y ayudar a los demás a llevar la suya. Quiero que seas lo primero en mi vida, por encima de todo: mi Señor, el único. Que tu gracia potencie mi debilidad para poder conseguirlo.


* María, que el mirarte me dé fuerzas para llevar, como tú, mis cruces de cada día con alegría, sabiendo que ellas me acercan a tu Hijo y que con la alegría son más llevaderas. María, que con mi comportamiento, palabras, actitudes, yo no me convierta en cruces ni obstáculos para los que me rodean, sino que por el contrario pueda aliviar a los demás su carga. María que en este día de tu natividad, celebre con
la Iglesia la aparición en el mundo de la que debía llevar en su seno al salvador de la humanidad.



Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.

Muchas gracias a todos por vuestra participación. 


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