miércoles, 6 de marzo de 2013

REFLEXIÓN 1er DÍA DEL QUINARIO (5-3-2013)

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Por iniciativa de nuestro Equipo de formación y como en años anteriores,vamos a ofreceros un resumen escueto de las homilías del Quinario diariamente;esto nos permitirá que aquellos que por enfermedad,lejanía ,ocupación laboral o si bien algún día nos es materialmente imposible asistir,con este resumen no perderemos el hilo de estas cinco jornadas. Este es el resumen del primer día del Quinario que como ya sabéis comenzó ayer:


La predicadora del quinario, en primer lugar, nos transmite su alegría ante el Señor expuesto en la Custodia, ya que eso forma parte de su vocación religiosa (pertenece a la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón, que tienen cotidianamente expuesto el Santísimo en la capilla de su convento de la Plaza de las Angustias).

A continuación explica que, a petición de D. Luis, sus reflexiones se centrarán en el mensaje del Papa Emérito Benedicto XVI para la Cuaresma de este año, proclamado por el mismo, año de la fe. Este es el último de ellos que nos deja Benedicto XVI; él sabía cuando nos lo dejó que iba a ser su último mensaje, aunque nosotros, al recibirlo, todavía no. En este mensaje, Benedicto XVI nos invita a abrirnos al amor, al igual que Jesús en su último mensaje, en la última cena, nos transmite el mandamiento del amor.

Para esta primera reflexión, sor Inmaculada elige el texto de la primera carta del apóstol san Juan (1 Jn 1, 1-4):

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es lo que os anunciamos: la palabra de vida. La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que vimos y oímos os lo anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que se colme vuestra alegría”.

Es un pasaje que brota del corazón de una persona que se ha encontrado con alguien y se siente amado por Él; Juan considera esto como un gran tesoro y quiere transmitir a todos esa alegría.

La predicadora admira a san Juan, el discípulo amado. Es el discípulo que se acuerda con todo detalle y cariño de la hora en que Jesús le invitó a quedarse en su casa “eran las 4 de la tarde”; es el discípulo que en las bodas de Caná oyó a María cómo decía a los criados “haced lo que Él os diga”; es el discípulo de la pesca milagrosa; es el discípulo que estaba con Jesús en la transfiguración; es el discípulo de la gran confianza con Jesús, que se recostó sobre su pecho en la última cena; es el discípulo que sostuvo su mirada en Jesús cuando lo vio clavado en la cruz; es el discípulo que se quedó con lo que más quería Jesús, su Madre; y es el discípulo que corrió a buscar a Jesús el día de la resurrección.

El discípulo Juan es el ejemplo del creyente tocado por dentro por el amor de Dios, que experimenta la cercanía del amigo y eso inunda toda su vida. Sin esta experiencia no se puede ser creyente.

La fe, por tanto, no es aceptar una serie de creencias, es una experiencia que nace de sentirse amado, del encuentro con una persona que da una orientación nueva y decisiva a la vida.

Benedicto XVI nos dice que la fe es “una adhesión personal al amor de Dios que se manifiesta en Jesús”.

Pero en este camino del amor no está todo hecho, no está todo recorrido; este camino del amor es un proceso, como ocurre con nuestras relaciones humanas.

Nuestra relación con Dios la debemos cuidar, es un fuego que no debemos dejar de alimentar.

La Cuaresma nos presenta un pilar fundamental para que no descuidemos esta relación: la oración. Y dentro de la oración es un privilegio la oración de adoración (la exposición del Santísimo Sacramento que tenemos en el quinario), en la que uno se deja invadir por la presencia de Jesús que nos llena el corazón.
Orar es amar, acariciar con la mirada a Jesús para que nos vaya llenando y alimentando poco a poco.

Debemos dejarnos inundar por el amor que Dios nos tiene, porque alguien que nos quiere nos ayuda a crecer y a superarnos.

Debemos contemplar a Jesús y abrir los ojos y el corazón para dejarnos amar por Él.

Por eso la Cuaresma no puede ser un camino triste sino un camino de amor, porque sólo el amor nos cambia. Debemos abrirnos a ese amor que es el que nos puede hacer nuevos cada día.

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